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Copenhague: capital europea del jazz

Más de un millar de conciertos a lo largo de diez días en el festival de la ciudad danesa. Músicos como Tony Bennett, Lady Gaga, Gilberto Gil, Caetano Veloso y Chick Corea, pero también decenas de propuestas desconocidas

Kristoffer Juel Poulsen

“Desgraciadamente, la vida jazzística local durante el resto del año no es como ahora”. Lo dice Kenneth Hansen, director del Festival de Jazz de Copenhague, en el pequeño escenario de La Fontaine —el club de jazz más antiguo de la ciudad— sobre el que unas horas antes Lady Gaga se unía a la jam session para interpretar un “La Vie en Rose” que ya se ha vuelto viral. Nunca una ciudad se vuelca con el jazz durante el año como lo hace cuando tiene un festival de anual, claro, pero la perspectiva juega un papel importante en Copenhague, una ciudad que podría ser considerada la capital histórica del género en Europa, con permiso de Paris o Londres.

En cuanto al festival, más de un millar de conciertos a lo largo de diez días le sitúan entre los más grandes del mundo y, entre ellos, tal vez el más ingeniosamente diseñado en cuanto a programación. “Todo el mundo puede encontrar algo de su gusto en el festival”, afirman desde la organización; una sentencia un tanto manida que en Copenhague se ajusta totalmente a la realidad. Con los grandes conciertos de figuras internacionales conviviendo con programaciones alternativas en pequeños locales o centenares de conciertos —aptos para neófitos y profanos— en la calle, en el Festival de Jazz de Copenhague uno puede encontrar, literalmente, de todo: desde el jazz más tradicional a la vanguardia más aguerrida, con todos los géneros y subgéneros que uno pueda imaginar entre ellos.

Recién llegados, paseando por las calles de la ciudad, es difícil percibir el ambiente festivalero, tal y como se entiende en España. Hay poca cartelería y no se ven grandes señales de que la ciudad está inmersa en un evento de esta magnitud pero, en seguida, la música comienza a salir de los locales. Bares, cafés, restaurantes, en el interior o, si la lluvia lo permite, a pie de calle, el jazz toma la ciudad como mejor puede hacerlo: asaltando los oídos de los transeúntes. Nadie parece sentirse ante algo extraordinario, sino ante algo que se disfruta como quien aprovecha un día de sol tras una temporada de mal tiempo. En Copenhague, el jazz no es algo especial. Esta música está tan vinculada con la historia de su cultura a lo largo del siglo XX que nadie muestra sorpresa ante la enorme multitud de estímulos musicales, sino un sano y doméstico ánimo de disfrutar de ellos de forma natural.

Lo especial es el propio festival, que convoca a decenas de miles de aficionados, obligándoles a devanarse los sesos, lapiz y papel en mano, para decidir qué ver cada día. A medida que llega la tarde las actuaciones se solapan y uno debe elegir entre una decena de ofertas interesantes a la misma hora, en diferentes puntos de la ciudad. Como en los grandes festivales de rock, la frustración está garantizada y el sacrificio es casi obligatorio. Los grandes nombres están ahí —este año, los cabezas de cartel han ido por parejas, con Tony Bennett y Lady Gaga, Gilberto Gil y Caetano Veloso y el resucitado dúo de Chick Corea y Herbie Hancock, que la semana que viene estará en el Festival de Jazz de Vitoria—, pero la verdadera acción jazzística está en locales como el JazzHouse, una sala más parecida a un templo rockero donde los conciertos se disfrutan de pie y, cuando es necesario, se aúlla ante la energía de la actuación.

El punto álgido del festival de este año se vivió allí, con dos conciertos de la apabullante Fire! Orchestra del saxofonista sueco Mats Gustafsson —figura clave del free jazz y del noise-rock vía Sonic Youth—, una formación escandinava que bucea tanto en el jazz como en el rock, el punk, el drone o la libre improvisación. En el otro extremo, para la oferta más tradicional es impensable no pasar por el Jazzhus Montmartre, uno de los locales con más solera del mundo. Con una historia envidiable —fue el hogar de grandes músicos norteamericanos exiliados como Dexter Gordon, Ben Webster o Kenny Drew, entre otros—, el que debiera ser el Village Vanguard europeo se ha convertido en un local enfocado a un público pudiente que quiere disfrutar de jazz inofensivo. Ya no hay riesgo entre sus paredes, pero su historia sigue convirtiéndolo en una visita ineludible.

Para escuchar lo que realmente se cuece hay que rastrear los cafés o locales —algunos de ellos, con hasta seis conciertos programados al día— como Literaturhaus, PH Cafeen o 5e-ILK, un minúsculo recinto situado en el viejo distrito de carniceros, rehabilitado para ofrecer algunas de las formas artísticas más estimulantes de la ciudad. Pero hay más de 100 escenarios diferentes y abarcarlos todos es tarea de varias ediciones. A lo largo de sus diez días de festival, Copenhague se levanta orgullosa y reclama su título nobiliario jazzístico en el continente. El resto del año, con un perfil más bajo, aunque envidiable para un país como España, simplemente disfrutan de la música.

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