E. L. Doctorow, el cronista del siglo más convulso de EE UU
La obra del autor, fallecido ayer, se encuentra a caballo entre los Bellow, Malamud, Roth y Updike y los posmodernos
E (dgar) L(awrence) Doctorow, hijo de judíos rusos afincados en los Estados Unidos, es un escritor que ocupa un lugar singular en la narrativa norteamericana de la segunda mitad del siglo pasado. De hecho, su obra aparece como un verso suelto a la hora de ocupar un lugar y creo que se debe a que se encuentra a caballo entre dos generaciones muy poderosas: la de los Bellow, Malamud, Roth y Updike y la de los posmodernos. Pero en modo alguno puede decirse que sea menos que ellos. Su singularidad reside en haber quedado fuera de esas dos corrientes sin que su obra se resintiera de ello. Lo cierto es que publicar entre tanto talento sin pertenecer a ningún equipo, a los únicos que descoloca es a aquellos que necesitan agrupar y etiquetar las producción literaria de dos decenios.
Bibliografía selecta
La obra de E. L. Doctorow nace de episodios de la historia reciente de Estados Unidos con los que construía sus ficciones:
- Cómo todo se acabó y volvió a empezar.
- El libro de Daniel.
- Ragtime.
- El lago.
- La feria del mundo.
- Billy Bathgate.
- La ciudad de Dios.
- La gran marcha.
- Todo el tiempo del mundo.
- Homer y Langley.
- El cerebro de Andrew.
Doctorow, fallecido ayer martes a los 84 años, se caracterizaba por su capacidad de abarcar asuntos muy variados en la historia y en el tiempo de su país; la verdad es que era un hombre comprometido con valores sustanciales como los derechos humanos, la justicia, la realidad social... pero en modo alguno fue un escritor de combate ni un escritor testimonial o didáctico. En sus novelas se pueden encontrar reflexiones, pensamiento, acción, compasión y lucidez a partes iguales, siempre mostrados de manera estrictamente literaria. Hasta el punto de que sus variados enfoques e historias siempre fueron acompañados de una estética específica para cada uno de ellos. En este aspecto, podría dar sensación de dispersión, sí, pero nunca de incoherencia.
De entre su producción destacan varias obras excepcionales sobre las cuales se asienta sólidamente su fama. La primera es Billy Bathgate, la historia de un joven prometedor a quien acoge un capomafia real: Dutch Schlutz. En su capacidad de saltar de un género a otro y de un tema a otro, Doctorow utiliza sin reparo la novela negra y compone un relato magistral situado en el época del gansterismo y de la escritura de Hammett o Chandler y lo hace desde la mirada y la memoria de ese muchacho, testigo privilegiado de un mundo cruel en la que el dinero lo era todo y a él se sacrificaba todo.
El libro de Daniel nos traslada a los tiempos de la guerra fría y al juicio y condena de los esposos Rosenberg (aquí, los Samuelson) por espionaje a favor de la Unión Soviética. Un caso de evidente conmoción social que le permite hacer su ejercicio favorito: abrir el abanico de personajes. La visión múltiple o multicolor de la sociedad americana es marca de la casa, siempre a propósito de un acontecimiento de gran relevancia social e histórica. Algo muy semejante sucede con Ragtime, fascinante visión de la América de principios de siglo través de una familia. Es su obra más abierta por la cantidad de líneas argumentales que usa y la cantidad de secundarios de lujo que la pueblan (Henry Ford, Emma Goldmann, Houdini, J. P. Morgan...), pero es donde su maestría para armar y resolver una trama en la que todos los cabos se anudan se muestra con mayor virtuosismo.
La gran marcha, sobre la guerra de Secesión o El Lago, sobre la Depresión son otras dos muestras de la amplitud de su mundo. Y su vigor personal lo manifiesta su espléndida última novela, Homer y Langley, escrita a los 80 años, sobre un caso que conmocionó a Nueva York: dos hermanos adinerados, solteros y misántropos, que aparecieron muertos en su apartamento bajo los miles de objetos almacenados por su síndrome de Diógenes. Quizá sea la más audaz, inteligente y penetrante de sus novelas. Todo un glorioso adiós a la vida.
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