Autor 2.0
'Yo fui Johnny Thunders' es una obra sobre la necesidad y la repugnancia de la rutina


Ni Yo fui Johnny Thunders es una novela de rock ni Carlos Zanón es un abogado penalista con despacho en Barcelona. Vale, sí, lo son, tras un primer vistazo podríamos quedarnos ahí y no vamos a equivocarnos por ello. La novela que ha ganado el premio Dashiell Hammett es mucho más que un artefacto sobre un roquero decadente que debe comprarse pantalones anchos porque ha engordado demasiado. Es una obra sobre la necesidad y la repugnancia de la rutina, sobre la soledad y la insoportable necesidad de seguir siendo distinto cuando lo que toca es demasiado vulgar: ganarse la vida. Yo fui Johnny Thunders te araña en esas zonas sensibles donde todo duele más: la despreciada y al mismo tiempo inasequible normalidad, la adaptación y las tragaderas con que aceptar todo esto. A veces, a cambio de todo.
En Thunders hay un intento agónico de recuperar a unos hijos perdidos con precarias herramientas que sabemos condenadas al fracaso. Hay desprecio al desamor. Hay miseria vecinal por conseguir 20 euros. Hay la tentación de la droga y esa voz en off que suena como una campana cuando el protagonista está a punto de recaer rodeado de yonkis: ¿compartirías unos melocotones con toda esta gente? ¿Y por qué vas a compartir un pico?
La novela tiene el punto agreste de la mejor autenticidad. Además, levanta el vuelo y en segundos te ha llevado lejos. Y el intachable abogado que es Carlos Zanón, guardado el traje de Clark Kent, se convierte en el escritor 2.0 capaz de comunicar algo grande que, sin embargo, no estaba escrito: sus trazos no suman uno más uno dos, ni dos más dos son cuatro, sino que saltan las leyes de las matemáticas con pértiga firme para pintar un retrato que hace preguntarnos: ¿Y de dónde ha salido todo esto? Poesía en prosa.
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