No me gusta la política
No me interesa la política. No sé discutir a gritos. Me da exactamente igual tener razón o no. No me gusta la indignación, ni la mala educación, ni los insultos, ni la prepotencia. Tampoco soy partidaria de la fealdad ni de la cutrez. Intento no hablar con la gente que considera que estás con ellos o contra ellos. Me molesta la agresividad y la chulería y los desplantes. Seguramente soy idiota. No me interesa la gente que se cree capacitada para hablar (y dar lecciones) sobre todos los temas de la tierra. No me gustan los analfabetos orgullosos, ni los orgullosos a secas. Me encantan los empollones. Me encanta la gente que dice “No sé” mientras se mira la punta de los zapatos. Me gusta la gente que se traga las lágrimas y los gritos. No creo que el siglo XXI en Europa vaya ser el siglo de las revoluciones. No creo en las revoluciones organizadas, no creo que a nadie le guste hacer la revolución, se ven empujados a ello. No me gusta la política porque cada vez se parece más a un partido de fútbol. Y tampoco me interesa el fútbol (aunque Arda Turan, si quieres salir a cenar, no dudes en llamarme, ¿eh?). No me gusta ver a mujeres desgañitarse como meros hombres (aunque sé que en eso consiste precisamente la igualdad). No me gustan las palabrotas, ni faltar al respeto a los demás. No me gusta que me pregunten ni a qué partido voto (a muchos) ni cuántos años tengo (muchos). Puede que sea idiota. Y cursi. Me gusta mucho el dinero ganado sin demasiado esfuerzo y sin joder a los demás. Detesto el puritanismo. No soporto a los políticos (ni a las personas) que dicen (o escriben) “repito”. No hace falta repetirnos nada, tal vez seamos idiotas pero no estamos sordos. No me gusta la gente que me lanza su pobreza (o su riqueza) o su ideología a la cara como un bofetón. Las palabras “sinergia” y “casta” me dan ganas de vomitar. No me gusta la política. Voto porque considero que es mi deber como ciudadana. Nada más. Me encantaría que volviesen los tiempos en los que el voto (y otras cosas) eran secreto. Si alguien me dice “no sé”, “este tema no lo tengo claro” o “lo tengo que pensar”, me enamoro al instante. Seguramente soy idiota.
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