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CRÍTICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Fura lleva a Falla al siglo XXI

La apuesta de riesgo de la compañía catalana, dirigida por Carlus Padrissa, cierra con broche de oro el Festival de Granada

'El amor brujo', de La Fura del Baus.
'El amor brujo', de La Fura del Baus.toni garriga (efe)

Broche de oro para cerrar la última edición del Festival de Granada, una coproducción con siete instituciones colaboradoras que se estrenaba mundialmente en la Plaza de Toros de Los Cármenes.

El centenario de El amor brujo se proponía como el argumento perfecto para la última intervención musical de La Fura del Baus, guiada en este caso por Carlus Padrissa. Era una apuesta de riesgo pero finalmente ganadora. La Fura se caracteriza por el uso extensivo de grandes medios escénicos frente a los que El amor brujo no puede evitar traslucir su alma camerística, es una obra que no siempre sale bien librada de las ampliaciones orquestales y de las reducciones argumentales a las que su formidable música condujeron desde que Diaghilev descubrió esta joya producida por Gregorio Martínez Sierra. La Fura reivindica, además, la autoría de María Lejárraga, esposa de Gregorio y su presumible “negra” literaria.

EL AMOR BRUJO: EL FUEGO Y LA PALABRA

Música: Manuel de Falla. Libreto: María Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra. Orquesta Joven de Andalucía. Dirección musical: Manuel Hernández Silva. Marina Heredia, cante. José Quevedo Embola, guitarra. Carlus Padrissa (La Fura del Baus), dirección de escena y escenografía. Plaza de Toros de Granada. Viernes, 10 de julio.

Con estos ingredientes, Padrissa amplía la historia original de Candela, la gitana en mal de amores, y propone un prólogo con fragmentos célebres del propio Falla (En el Generalife, de Noches en los jardines de España, Danza española de La vida breve y la Introducción de El sombrero de tres picos, aparte de la farruca a modo de epílogo).

Esto y el barroquismo habitual de La Fura (grúas, fuego, agua, danza, proyecciones en esta ocasión, del genial precursor granadino José Val del Omar), conformaban un espectáculo notable, por más que previsible, hasta que aparece El amor brujo.

Todo lo que hasta ese momento estaba bien se convierte en luminoso y revelador. De pronto, todo funciona de modo trascendente descubriendo a un Falla descomunal. Padrissa retoma la primera versión, aquella en la que Pastora Imperio cantaba y decía una tierna historia apta para un formato pequeño, para el Teatro del Arte imaginado por Martínez Sierra. Y esa primera versión se revela súbitamente capaz de soportar y articular grúas, fuego, agua, danza y misterio.

La amplificación sonora, siempre delicada, permitía, paradójicamente, hacer factible lo íntimo, un espectáculo de nuevo tipo por encima de las asperezas de la electrónica.

Y esa es la victoria de Falla y María Lejárraga, su cuento mágico, genialmente ilustrado por una música que se había escapado de la marmita camerística, vuelve, y además en formato gigante, ante 7.000 espectadores atónitos que llenaban la Plaza de Toros de Granada. ¿Se puede concebir mayor embrujo?

No son ajenos a esta magia unos intérpretes en estado de gracia de los que es obligado citar a una Marina Heredia sublime y a la Orquesta Joven de Andalucía, de la mano, a veces de fuego, de su director musical Hernández Silva, que sale airoso de la rudeza de la orquesta amplificada. Sería largo destacar a un gran equipo artístico y técnico dispuesto a todo, sin duda merecen un éxito que termina siendo clamoroso. Y es que entre todos han puesto a Falla en el siglo XXI acompañado por una musa, María Lejárraga, de la que cuentan las leyendas granadinas que compartió más de una emoción con el músico.

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