Curandera
En Buenos Aires hace frío, pero aquí en Empedrado, a 1.000 kilómetros hacia el noreste de Argentina, el invierno es amable, cálido como un verano incipiente.
Ella cura, me dice el chico de la oficina de turismo, con ese susurro inequívoco de las confesiones. Entonces le pido las coordenadas: hay que atravesar el pueblo de una punta a la otra, allí donde el caserío se termina cortado por la barranca que se precipita en las aguas del río. Me dice que se llama Señora Marina.
Llego a la última casa del final de la calle de arena. Afuera hay un pequeño altar con flores y una figurita de yeso. Una mujer joven sale de la casa con un celular en la mano. Le pregunto por la Señora Marina. Se acerca. Tiene el pelo teñido de un rubio rojizo, una sombra de barba y está embarazada. Soy yo, me dice, y aunque esperaba a una vieja bruja llena de verrugas, me digo que con el vello del bozo me alcanza.
Empezó a ver a los 9 años y se asustó. Se lo contó a su abuela que le contó que su bisabuela tenía el mismo don. La niña curandera empezó a curar y eligió a su guía, San la Muerte.
Me invita al templo. Una cripta levantada en el fondo de la casa. Nos descalzamos y ella se sienta en un trono dorado. En una estantería hay distintas figuras del santo: roja para el amor, blanca para la salud, dorada para el dinero. En el piso se amontonan las ofrendas, cada una es un milagro concedido: unas 50 botellas de buen whisky, puñados de cigarros, velas, placas de agradecimiento, un trozo de torta de cumpleaños que se están comiendo las hormigas… todo es bueno para el santito. Me dice que hace unos años hizo caminar a un paralítico. Hablamos un rato largo. De milagros y de sacrificios. Cuando los pies empiezan a enfriarse sobre las baldosas que rezuman la humedad del río, le dejo dinero para que le compre unas velas al santo y me marcho.
No iba a un curandero desde que era una niña. No sé a qué vine, pero salgo más liviana. Me llevo su número agendado en el celular porque también cura a distancia y una nunca sabe.
El cielo está azul y luminoso. Tal vez todas las desgracias del mundo puedan marchitarse bajo un sol como este.
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