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OBITUARIO

Carlos Carli, maestro de la batería

El músico hispanouruguayo era uno de los artistas más solicitados en la escena del jazz madrileño

Carlos Carli, tras un concierto en Madrid en 2009.
Carlos Carli, tras un concierto en Madrid en 2009. SAMUEL SÁNCHEZ

Que Carlos Carli estaba enfermo se sabía. El uruguayo-madrileño era un ser querido en los ambientes jazzísticos de este país y estaba pasando por un momento difícil, de ahí el homenaje que se le tributó el pasado abril en la sala Clamores Jazz, con la participación de, entre otros, Pedro Iturralde, Jayme Marques, Pedro-Ruy Blas y Eliseo Parra. Dos meses más tarde, el 26 de junio, Carli nos decía adiós, a punto de cumplir 70 años.

Uruguayo de nacimiento, madrileño de adopción, por encima de todo músico. “Solo una vez en mi vida trabajé en otra cosa que no es la música”, recordaba, “y fue para huir de Uruguay”. En 1977 recaló en Madrid, y aquí se quedó. Carli se convirtió en miembro fijo del cuarteto de Pedro Iturralde y uno de los bateristas más solicitados de la escena capitalina, el tipo de baterista fiable y seguro que ni entonces ni ahora abunda. Fuera de nuestras fronteras, sus servicios fueron requeridos por los muy notables Woody Shaw, Pat Metheny y el brasileño Ivan Lins. A Paquito d’Rivera le unía una relación muy especial, después de que le diera cobijo en su domicilio madrileño una vez que el saxofonista hizo pública su voluntad de no regresar a Cuba.

También dio clases, en el antiguo Taller de Músicos de la calle Almendros y, más recientemente, en la Escuela de Música Creativa. Aunque no de forma regular, actuó al frente de sus propios conjuntos, con los que dio una primera oportunidad a más de uno, como al pianista Federico Lechner, entonces con 19 años.

En 2009 editó De dónde vengo, “una forma de saldar cuentas con mi pasado”, decía. El disco recoge composiciones originales de Astor Piazzolla, Jaime Roos y Chico Novarro en la interpretación de un cuarteto de ilustres expatriados del que formaban parte, además del baterista, los argentinos Horacio Fumero y Guillermo Calliero y el uruguayo José Reinoso. Inexplicablemente, pasó desapercibido en el momento de su edición.

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