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Bonaparte y Wellington, enfrentados en la guerra y unidos en el amor

Una exposición repasa las vidas paralelas del emperador y el duque de hierro con motivo de los 200 años de la batalla de Waterloo

Tereixa Constenla
El abogado francés Franck Samson, uniformado como Napoleon Bonaparte, este jueves en Waterloo, en el bicentario de la batalla.
El abogado francés Franck Samson, uniformado como Napoleon Bonaparte, este jueves en Waterloo, en el bicentario de la batalla.Emmanuel Dunand (AFP) (AFP)

Cuando midieron sus fuerzas por última vez, Bonaparte y Wellington tenían 46 años y muchos tiros dados. Dos arrogancias frente a frente. El rival que cada uno necesitaba. Enemigos íntimos. Algo tendría que decir Freud de sus compartidas aventuras eróticas. Uno después del otro, claro está. Mademoiselle Georges, la actriz más popular de la comedia francesa, disfrutó de los encantos napoleónicos, antes de descubrir los del duque de Wellington. Y también la cantante de ópera Giuseppina Grassini, los despachó en el mismo orden. Tal vez se detestasen pero compartían dos aficiones: el amor y la guerra.

Hay más episodios comunes en la vida de ambos, que se evocan a través de 250 piezas en la exposición Napoleón-Wellington: destinos cruzados, que se puede visitar en el Museo Wellington, en Waterloo (Bélgica). Otra más de las actividades organizadas con motivo del bicentenario de la batalla que el 18 de junio de 1815 enterró definitivamente el liderazgo napoleónico. Hasta el museo acudió Carlos Bonaparte, representante del linaje que hace dos siglos dominó buena parte de Europa, para sumarse a un simbólico manifiesto a favor de la paz, que irán rubricando descendientes de todas las partes en liza.

Waterloo fue la única oportunidad que tuvieron el Duque de Hierro y el Emperador de enfrentarse directamente. En la campaña ibérica sobre la que cimentó su prestigio, Wellington se había batido con tropas napoleónicas, cuyo mando supremo andaba en otros frentes. Y fue su triunfo sobre “el dios de la guerra” el que le abrió las puertas del cielo (las calles de Londres se colapsaron en 1852 al paso del cortejo fúnebre del duque y se generó un pícaro negocio de venta de lugares de observación en primera línea y de mechones del hombre que había sido mejor en la guerra que en la paz en sus dos etapas como primer ministro).

Si sorprende encontrar en la exposición un fular de Hermès a mayor gloria de Napoleón, donde él ocupa un pedestal flanqueado por los nombres de Moscú, Berlín, Madrid y otras conquistas, más impactante resulta observar a pocos metros un pañuelo de seda dedicado a las victorias del duque de Wellington, en el que no faltan los nombres de Talavera o Duero.

Hay numerosos guiños de su paso por Portugal y España en la muestra del museo, instalado en la casa donde Wellington pernoctó en 1815 antes de la batalla que enfrentó a 163.000 hombres (69.000 de Napoleón, 69.000 de Wellington y 25.000 de Von Blücher). Entre los objetos personales se exponen neceseres, utensilios de campaña, un samovar del emperador o una capa de su adversario. El repaso biográfico se detiene en coincidencias como la edad (nacieron en 1769), las pasiones o el escaso lustre académico: a Arthur Wellesley le rechazaron en Eton en dos ocasiones, mientras que se recuerda el mediocre expediente de Bonaparte antes de acceder a la carrera militar.

La guerra acabó de hermanarles. Y dado que lideraban ejércitos rivales, sólo uno pudo pasar a la historia como victorioso. La noche antes del enfrentamiento, Napoleón resumió el quid de la cuestión: “¡Hay imperios, reinos, el mundo o la nada, entre una batalla ganada y una batalla perdida!”.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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