Plaza de Las Ventas: algo más que corridas de toros
El renacido Museo Taurino y una biblioteca con 3.000 volúmenes reafirman la dimensión cultural del coso
Dos de los periodistas más importantes del siglo XIX español, José Ortega Munilla y Miguel Moya, fundaron en 1875 el periodico taurino El chiclanero con el objetivo de distribuirlo dos horas después de cada corrida. Estos dos gigantes de la prensa, que entonces tenían 19 años, escribían sus crónicas del festejo, iban a una imprenta cercana, esperaban a que saliesen los ejemplares y con la tinta todavía fresca volvían corriendo a las tabernas de alrededores de la plaza, que entonces estaba situada junto a la puerta de Alcalá. La plaza de toros de Las Ventas alberga en su biblioteca una de las colecciones más completas de esta revista, una de las muchas joyas guardadas en el coso madrileño que no es sólo un lugar donde se lidian toros, sino que quiere convertirse en un centro cultural de la tauromaquia. Carlos Abella, director gerente del Centro de Estudios Taurinos de la Comunidad de Madrid y responsable de Las Ventas, resume la importancia cultural de los toros con una frase del hijo de aquel periodista que corría cada tarde desde la imprenta a la plaza, el filósofo José Ortega y Gasset: “La historia del toreo está ligada a la de España tanto que no se puede conocer la segunda sin conocer la primera”.
El Museo Taurino, que ha permanecido cerrado durante nueve meses, está a punto de volver inaugurarse con 125 metros añadidos —las obras están terminadas, sólo falta una última autorización administrativa—, mientras que a la biblioteca de Las Ventas, que alberga 3.000 volúmenes y fue inaugurada en 2012, se van incorporando nuevas donaciones, como la que acaba de llegar de la familia del crítico del diario ABC Vicente Zabala. La biblioteca está formada sobre todo por la donación de la familia del periodista taurino Celestino Espinosa, que escribía en el diario Arriba en la posguerra como R. Capdevila. Entre otras joyas está un libro que le envió desde el exilio su amigo Rafael Alberti, dedicado el 3 de agosto de 1953 “como recuerdo de aquellos días juveniles en Madrid”.
Carlos Abella, que es también periodista y escritor, es una fuente inagotable de relatos sobre la tauromaquia y le densidad histórica que ofrece el museo, ubicado en la misma plaza, es inabarcable. “Este cartel es un ejemplo claro de la frase de Ortega”, explica Abella ante el enorme affiche original, adornado con la bandera republicana, que anunciaba la primera corrida en Las Ventas, el 17 de junio de 1931. El festejo comenzaba a las 16.30 y se lidiaron ocho toros frente a los seis de la actualidad. Estaba organizado por el Ayuntamiento de Madrid en beneficio “del fondo para remediar la crisis motivada por el paro obrero”. Sin embargo, la nueva plaza, que reemplazaba a la que hasta entonces estaba en el barrio de Goya —donde se ubica actualmente el Palacio de los Deportes—, apenas estaba terminada, se encontraba en mitad de un barrizal y no había accesos por transporte públicos habilitados. Aquello era entonces el remoto final de Madrid. “Casi se organiza una rebelión. La inauguraron y tuvieron que volverla a cerrar. Pero de nuevo, la historia de España está ligada a la tauromaquia porque se adelantó la inauguración tras la proclamación de la II República”, explica Abella.
Cada año, con motivo de la corrida de la beneficiencia, se encargaba un cuadro a un artista contemporáneo. Hasta hace poco, servían para decorar el palco real, que sólo se abre una vez al año, precisamente durante ese festejo, pero ya han sido incorporados al museo. Arroyo, Úrculo, Pérez Villalta —un cuadro magnífico de 1985, cuando la Movida madrileña todavía no se había apagado, de nuevo la historia irrumpe en la plaza—, Barceló, Navarro Baldeweg son algunos de los autores con obra, aunque la joya de la colección es un retrato de Domingo Ortega por Zuloaga, cedido por los herederos del torero.
Como no podía ser de otra forma, contiene piezas icónicas del mundo taurino y un recuerdo de que la muerte siempre puede sobrevolar la plaza: allí están la ropa que llevaban el matador Manolete cuando murió en Linares en 1947 empitonado por Islero, un Miura de 495 kilos, o de El Yiyo, que murió en Colmenar Viejo en 1985 a los 25 años. Sin embargo, en una vitrina situada al final aparece de nuevo la historia: el traje de luces de Juanita Cruz, pionera del toreo femenino, que debutó en Las Ventas el 6 de abril de 1936, poco antes del estallido de la Guerra Civil. Tuvo que exiliarse porque durante el franquismo el reglamento prohibió torear a las mujeres. Murió en Madrid en 1981. Abella recuerda que está enterrada en el cementerio de la Almudena bajo un epitafio en el que ajustó cuentas con los que la alejaron de los ruedos: “A pesar del daño que me hicieron los responsables de la mediocridad del toreo en los años cuarenta-cincuenta, ¡brindo por España!”.
Babelia
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