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CRÍTICA | EL PEQUEÑO QUINQUIN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El misterio de las vacas locas

Un fotograma de 'El pequeño Quinquin'.
Un fotograma de 'El pequeño Quinquin'.

La indescriptible gestualidad de Bernard Pruvost, actor no profesional que encarna al comandante Van der Weyden en El pequeño Quinquin de Bruno Dumont, serie televisiva de cuatro episodios producida por el canal Arte, convenientemente transformada en película de más de tres horas –y en formato 2:35- para su estreno en salas, encarna y sintetiza el componente de extrañeza que define este proyecto.

EL PEQUEÑO QUINQUIN

Dirección: Bruno Dumont.

Intérpretes: Bernard Pruvost, Alane Delhaye, Lucy Caron, Philippe Jore, Philippe Peuvion, Lisa Hartmann, Corentin Carpentier, Julien Bodard.

Género: comedia. Francia, 2014.

Duración: 200 minutos.

Como si fuera un Michel Simon poseído por el espíritu de Jack Nance, Pruvost, asaltado por incesantes tics faciales que coronan un lenguaje corporal que es la sublimación de lo desgarbado, investiga un caso –el hallazgo de cuerpos humanos descuartizados en el ano de unas vacas muertas (y locas)- sin enterarse de nada, deteniéndose en lo irrelevante. Colosal ejercicio de post-humor (la escena de la misa funeraria es una lección magistral), El pequeño Quinquin es, también, la compresión paródica de toda la obra anterior de Dumont, con remate trascendental-bufo incluido. En suma, el inesperado triunfo de un autor contra sí mismo.

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