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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Melodías de repetición

No hay riesgo en sus salas, pero es que nunca fue el lugar donde estrenaba la vanguardia

Marcos Ordóñez

“Broadway es un parque temático para turistas adinerados”, decía David Mamet hará cuatro años, cuando publicó su virulento Manifiesto. “Los alquileres de los teatros provocan que solo puedan funcionar los grandes éxitos”, seguía. “Para recuperar la inversión, una obra ha de llenar la sala durante al menos cuatro meses. Y lo que van a ver los turistas adinerados son espectáculos que no les provoquen ni les alteren, y cuya valía no pueda cuestionarse”. Me temo que esto siempre ha sido así, con turistas o sin ellos, pero en el tiempo que media entre los años cincuenta y los ochenta había más espacio para obras arriesgadas. ¿Y ese no sería ahora el espacio del Off-Broadway? Para Mamet, “el Off-Broadway hace ya veinte años que dejó de existir”. Bueno, hay excepciones. Dos semanas atrás les contaba que Lin-Manuel Miranda ha arrasado con Hamilton en el Public Theater, plataforma para saltar al Richard Rodgers (Broadway a lo grande) el próximo julio, aunque quizás sea una flor que no haga verano.

Para Ben Brantley, el crítico de The New York Times, Broadway es “un gran centro de reciclaje cultural”. Pero hasta eso tiene peajes. Según el lúcido bloguero Aaron Botwick, incluso los grandes nombres están condenados a no salirse de un cajetín: si se repone a Tennessee Williams será una y otra vez Un tranvía llamado deseo o La gata sobre el tejado de zinc; si es Albee, nada más allá de ¿Quién teme a Virginia Woolf? Y hay, remata Botwick, 22 obras de Arthur Miller que jamás se han visto en Broadway.

Los mayores taquillazos de la temporada que ahora termina han sido revivals de los cincuenta como Un americano en París o El rey y yo. Fish in the Dark, de Larry David, es, al parecer, un triunfo cómico a la vieja usanza como no se veía desde Los productores (y que adoraría ver, por cierto). Según Brantley, lo único realmente novedoso (y exitoso) en el terreno del musical, además de Hamilton (que es, insisto, una producción del Off) ha sido Fun Home, en cuyo centro hay una relación lésbica, material poco apreciado por el gran público, a partir del celebrado cómic autobiográfico de Alison Bechdel. Lisa Kron firma libro y letras, y la partitura es de Jeanine Tesori, que me deslumbró hará diez años con Caroline, or Change, el retorno a la escena de Tony Kushner, y que luego compuso Shrek the Musical, la adaptación de Thoroughly Modern Millie y la más arriesgada y oscura Violet.

Para terminar estas notas, otra tendencia que parece imbatible: año tras año los británicos siguen imponiendo su ley en Broadway. Ya están con proa hacia los Tony El curioso incidente del perro a medianoche, de Simon Stephens; la reposición de Skylight de David Hare, con Bill Nighy y Carey Mulligan; The Audience, de Peter Morgan, con Helen Mirren, y las dos partes de Wolf Hall, el espectáculo de la Royal Shakespeare Company sobre las novelas de Hilary Mantel, con Ben Miles como Cromwell, Lydia Leonard como Ana Bolena y Nathaniel Parker como Enrique VIII.

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