Se echa de menos una buena bronca
Los tres toreros se ganaron una buena reprimenda, de las que hace unos años quedaban en el recuerdo de toda la temporada. Y nadie les dijo ni pío
Si había alguna duda de que la afición verdadera está fenecida o en su casa, ayer quedó, una vez más, disipada: ya no hay ni broncas en Las Ventas. Con lo bien que se quedan los cuerpos después de un buen repaso sonoro a un toreo que no ha estado como Dios manda. Pues, no; el público de ahora solo se acuerda de la familia del presidente, pero porque lo compara con los árbitros de fútbol, y no por razones taurinas.
Viene esto a colación porque los tres toreros de ayer se ganaron una buena reprimenda, gorda, de las que hace unos años quedaban en el recuerdo de toda la temporada. Y nadie les dijo ni pío. Incluso ovacionaron a Miguel Abellán después del petardo clamoroso que dio frente a su primero, el único que de verdad sirvió, humilló y no dejó de embestir. No dio pie con bola el torero, esbozó pases y más pases, y aún ese bendito público estará preguntándose cómo es que una faena tan larga no le dijo nada. Pero lo aplaudieron.
PUERTO / FERRERA, ABELLÁN, LUQUE
Toros de Puerto de San Lorenzo, —el sexto, devuelto— correctos de presentación, mansos y sosos; noble y encastado el segundo. Sobrero de Pereda, justo de presencia, manso y con genio.
Antonio Ferrera: pinchazo, estocada caída y un descabello (silencio); pinchazo y media atravesada (silencio):
Miguel Abellán: estocada (ovación); estocada y un descabello (silencio):
Daniel Luque: cuatro pinchazos —aviso— seis pinchazos y un descabello (silencio); —aviso— estocada (vuelta).
Plaza de las Ventas. 26 de mayo. Decimonovena corrida de la feria de San Isidro. Tres cuartos de entrada.
También tuvo suerte Antonio Ferrera, que se presentó con escasas ideas, aturrullado, sin gracia, sin compromiso. Puso banderillas a toro pasado, y solo se lució de verdad en el segundo par al cuarto, que le cortó con descaro el viaje y Ferrera lo aguantó, se asomó al balcón y clavó un magnífico par en todo lo alto. Y pare usted de contar. Precavido, con poco sitio y menos sentido del mando, intentó justificarse de forma anodina ante el noble primero, y no supo qué hacer con el otro, complicado y deslucido en el tercio final. Pero nadie le recriminó nada.
Con mejores notas se presentó Daniel Luque. Fue el único de los tres que se atrevió con un quite por lentas chicuelinas abrochado con un airoso remate combinado con una larga. Afrontó la recia mansedumbre de su primero con suavidad y elegancia en el manejo de la muleta, pero el animal, que buscaba los toriles con desesperación, se puso complicado a la hora de la muerte, y Luque protagonizó un mitin de época: hasta diez pinchazos antes de acabar con un descabello. Nadie lo reprendió.
Brindó el sobrero al respetable, al que banderilleó con garbo El Algabeño, y aguantó el genio del animal con cierta desenvoltura sin que la faena levantara el vuelo. Le pidieron la oreja —lo que son las cosas— y todo quedó, por fortuna, en la vuelta al ruedo.
La corrida de hoy
Toros de Alcurrucén, para los diestros Morante de la Puebla, El Juli y Sebastián Castella.
¿Y por qué estuvieron tan mal los toreros? Primero, porque ca uno es ca uno y no se está todas las tardes para hacer una obra de arte; segundo, porque hace tiempo que abandonaron las normas clásicas del toreo y prefieren hacer uso y abuso de todos los trucos y ventajas que convierten la tauromaquia en un espectáculo denigrante y tedioso; y tercero: como el público no sabe y no es exigente, habrá que esperar que se traguen el engaño y olviden pronto el desaguisado.
Del modo que ayer torearon —es un decir— Ferrera y Abellán es prácticamente imposible interesar a nadie. Despegados siempre, hacia fuera en todos los pases, la línea recta como indicador, fuera cacho… Muchos pases, pero poco toreo. El primero naufragó con un lote dificultoso que exigía una actitud diferente de quien es torero experimentado en mil batallas. Abellán, por su parte, descendió varios peldaños en su cotización porque se dejó ir el mejor toro de la tarde, que embestía con movilidad, nobleza y buen son, y él estuvo precavido y rutinario, muy por debajo de la buena condición de su oponente. La misma tónica demostró en el otro, de poca fuerza y andarín con el que se limitó a cumplir el compromiso de matarlo.
En el mismo defecto incurrió Luque; debe ser un virus que inunda al escalafón, porque las faenas resultan tan largas como insulsas. Pero la enfermedad ha alcanzado a los tendidos, que quedan como anestesiados. Ciertamente, si hubiera una bronca como las de antes, más de uno se apretaba los machos y se dejaba de buscar excusas para justificar lo injustificable.
Babelia
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