Adame, el despertador
Cuando Joselito Adame cruzó el diámetro del ruedo para arrodillarse en la puerta de toriles, el reloj marcaba las nueve menos cuarto de la tarde; para entonces, la plaza llevaba una hora y tres cuartos durmiendo la siesta. Bueno, no todos, porque en el tendido 10 había unos ciudadanos chinos que, en vista del aburrimiento reinante, sacaron unas fiambreras, servilletas de hilo, cuchillo y tenedor y se entretuvieron en zamparse una merienda como Dios manda.
El Montecillo/Bautista, Aguilar, Adame
Toros de El Montecillo, correctamente presentados y mansos y sosos; desclasado el primero, encastado el segundo y nobles los tres últimos.
Juan Bautista: estocada caída (silencio); estocada, un descabello y el toro se echa (silencio).
Alberto Aguilar: pinchazo en los costillares (aviso) y un descabello (silencio); estocada (silencio).
Joselito Adame: tres pinchazos y estocada (silencio); estocada recibiendo (oreja).
Plaza de Las Ventas. 17 de mayo. Décima corrida de la Feria de San Isidro. Casi tres cuartos de entrada.
A lo que íbamos: hasta que Adame se decidió a coger la corrida por los cuernos, la plaza estaba adormecida, abotargada y presa de un sopor insoportable. Ni un capotazo, ni un muletazo, ni un par de banderillas, ni nada de nada. ¡Vaya la tarde que dieron los señores Bautista y Aguilar! O tienen la temporada hecha o acaban de firmar un certificado de defunción profesional hasta que decidan de verdad levantar cabeza. Pero, así, como ellos se presentaron en Madrid no se hace una carrera de figura del torero.
Bautista dio la impresión de que venía a cumplir un trámite y lo cumplió. Mató dos toros y no dijo ni mu. Frío, desmotivado, mal colocado, soso, como su primero, vulgar y anodino en el manejo de los engaños… así es imposible interesar a nadie; así no es posible que reluzca el toreo. Mejor embestida tuvo el cuarto, y se empeñó Bautista en desaprovechar la oportunidad que el azar le ofrecía. Muchos pases dio y nada quedó para el recuerdo. Lo dicho: o tiene la temporada hecha o lo suyo tiene difícil explicación.
Encastado y bronco fue el comportamiento del primero de Aguilar, al que le plantó cara con firmeza, lo aguantó y le robó algunos muletazos meritorios; pero pronto se desinfló, se afligió y permitió que el toro exigente le ganara la pelea. ¡Qué decepción...! Por su nobleza y calidad se conoció al quinto, con el que el torero se entretuvo en tandas cortas y aceleradas, sin enjundia ni sabor. Ventajista siempre, aburrió al animal. ¡Vaya…!
Menos mal que estaba Adame, que había quedado inédito ante su primero, que se partió una mano al inicio de faena. Recibió al sexto con una larga cambiada, lo veroniqueó con gracia y se lució en un quite por las vistosas zapopinas.
El público despertó, los chinos guardaron los avíos de comer, y todo el mundo se dispuso a ver torear. Por estatuarios comenzó la faena de muleta, y los abrochó con un pase del desprecio y un remate garboso. Continuó con la derecha, con decisión y apasionamiento; derrochó gusto por naturales, adornados con una vistosa trincherilla. Otra tanda más con la zurda, pinceladas de buen toreo. Unas manoletinas ceñidas precedieron a una buena estocada en la suerte de recibir.
Los tendidos se poblaron de pañuelos blancos y le concedieron la oreja. Como debe ser.
Babelia
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