Más de lo mismo para Mad Max
Los propósitos de Miller están logrados. No engaña a nadie Algunos disfrutarán un montón. Y otros se sentirán saturados
No recuerdo la cantidad de películas de ciencia ficción cuyo argumento parte de que en un futuro cercano la Tierra ha sido devastada, por razones lamentablemente humanas o por invasiones alienígenas y los supervivientes intentan sobrevivir en un ambiente apocalíptico. Aunque la fórmula se haya exprimido hasta el mareo hay que reconocerle al director australiano George Miller que él la amortizó con espectaculares resultados económicos cuando a finales de los 70 inició la serie de Mad Max, con aquel policía motorizado y épico interpretado por Mel Gibson que se enfrentaba a diversos tipos de vándalos en un mundo desertizado en el que escaseaban o ya no existían las materias y recursos fundamentales.
Aparte de la supuesta meditación filosófica sobre el tenebroso porvenir de los seres humanos, lo que verdaderamente interesaba a los inventores de Mad Max era la acción trepidante, los balazos y el mamporreo continuo, las persecuciones interminables. Parecía que la triunfante saga se había clausurado con la tercera parte. Pero las exigencias o previsiones del mercado ante aquel suculento filón se han empeñado en resucitar a la criatura 30 años después con una cuarta entrega.
Ese actor tan notable como camaleónico llamado Tom Hardy sustituye al ya casi anciano Mel Gibson, señor que atraviesa tiempos duros en lo profesional y en lo personal, y ese bellezón de señora y actriz con personalidad que es Charlize Theron acepta que le afeiten la cabeza, tiznen de negro una parte de su hermoso rostro y uno de sus brazos se convierta en un muñón. Imagino que el cheque que habrán recibido ambos les compensará del mugriento disfraz que exhiben. En realidad, tampoco hacían falta como reclamo publicitario ya que el gran protagonista es el ruido martilleante, los aparatosos e imaginativos vehículos que se acosan sin tregua en medio de paisajes amenazantes y desolados, el virtuosismo técnico, los efectos especiales, el rebuscado maquillaje en la composición de héroes y villanos, la decisión de no conceder ni un minuto de tregua al espectador.
Y los propósitos del director están modélicamente logrados. No engaña a nadie. El público sabe lo que le van a ofrecer. Algunos disfrutarán un montón en ese universo violento y vertiginoso. Y otros, que tal vez hayan acudido por despiste, se sentirán saturados de un mecanismo previsible, en el que los guionistas no han tenido que exprimirse mucho el cerebro intentando crear diálogos potentes, buscar matices, dotar de alma a los personajes. La aceptación o el rechazo del público depende de la idea que tenga cada receptor sobre cuáles son los materiales adecuados para fabricar espectáculo.
No he leído los al parecer muy populares cuentos de Giambattista Basile ambientados en un pasado remoto y protagonizados por reyes y príncipes a los que les pasan cosas muy raras, brujas, hadas, monstruos marinos o humanos, animales mitológicos, sanguinolencia extrema. Es el argumento elegido por ese director tan inquietante llamado Matteo Garrone, autor de películas tan interesantes como Gomorra y Reality para realizar Cuento de cuentos, un proyecto que podría parecerle descabellado a un productor convencional o, a lo mejor, sensato.
Lo que tal vez funcione en la literatura resulta complicado en ocasiones al trasladarlo al cine. No logro encontrarle la gracia, ni la poesía, ni el lado atractivamente tenebroso a estas historias cruzadas sobre una anciana patética que se transforma en una mujer joven, guapa y virginal para complacer el deseo de un rey que es un follador compulsivo y está obsesionado con esa mujer a la que no ha visto el rostro y que le rechaza. O los conjuros de una reina para quedarse embarazada a cambio de la muerte de su marido y de que una sirvienta engendre a un niño que es gemelo de su anhelado hijo. O el enfermizo amor que le profesa un rey a un bicho muy extraño al que mantiene oculto y la boda a la que obliga a su muy excitada hija con un habitante de las cavernas. Todo pretende ser desasosegante, mágico y original, pero eso no evita que de vez en cuando mi boca emita un bostezo.
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