Una noche con David Fincher
El director participa en 'Una vida en imágenes', una serie de citas con actores y cineastas en la Academia Británica del cine
A los ocho años David Fincher ya estaba convencido de que el cine iba a ser fundamental en su vida. Cuando estaba en el instituto, después de las clases, trabajaba como proyeccionista hasta entrada la madrugada en un cine que programaba viejas películas. “Vi All That Jazz unas 200 veces”, recuerda. “Allí estaba yo para mirar cualquier cosa que fuera interesante”. Así nació la vocación del hombre que años después realizaría películas como Seven, El curioso caso de Benjamin Button, El club de la lucha, Zodiac, La red social o, ya más recientemente, Perdida.
El domingo 17 de mayo los espectadores de TCM podrán conocer todos los secretos del cine de David Fincher gracias a un nuevo episodio de Una vida en imágenes, el encuentro que, cara al público, mantienen actores y cineastas en la Academia Británica del cine y la televisión. Una charla presentada por el periodista Boyd Hilton en la que este director desgrana minuciosamente toda su filmografía. A continuación, para completar esa noche especialmente dedicada a su figura, TCM emitirá uno de sus mejores trabajos: The Game, una verdadera montaña rusa de sorpresas y giros inesperados, protagonizada por Michael Douglas y Sean Penn.
David Fincher nació en Denver el 28 de agosto de 1962. A los ocho años ya rodaba sus propias películas. De joven trabajó en la compañía Industrial Light & Magic de George Lucas en películas como El Retorno del Jedi o Indiana Jones y el templo maldito.
En 1992 debutó como realizador con Alien 3. Un film que, a diferencia de los anteriores de la saga, no fue bien recibido por la crítica. En la entrevista reconoce que pagó de sobra la novatada. “Me encantaban las dos películas anteriores pero no el guion que me ofrecieron. Firmé el guion de forma ingenua y fui a los estudios Pinewood en Londres donde fui sodomizado de forma ritual durante dos años”, explica con ironía. David Fincher aprendió la lección y, a partir de entonces, fue reuniendo a su alrededor un equipo de técnicos y especialistas con los que lleva colaborando desde hace 25 años.
A lo largo de la entrevista, Fincher habla, entre otras cosas, de los problemas que suele tener con los ejecutivos de los estudios. El club de la lucha, por ejemplo, uno de los filmes más subversivos de los últimos tiempos, no gustó nada a los jefazos de Hollywood. Pero Fincher se defiende: “Yo no financio mis propias películas y la gente que las financia no son engañados. En esa ocasión les informábamos día a día de lo que estábamos haciendo. Pero cuando montamos la película y les enseñamos el resultado final, nos dimos cuenta de que todos estábamos despedidos”.
También justifica la fama que tiene de ser un director obsesivo y perfeccionista, un realizador que puede llegar a hacer 50 o 60 tomas de una misma escena. “Mi filosofía es ésta: gastas 250.000 dólares en el decorado, 8.000 en luces, 150.000 en personal técnico. Traes actores desde el otro lado del mundo, los alojas en un hotel y cuando están aquí ¿cuál es la idea? ¿Llevártelos cuanto antes? Eso no tiene ningún sentido para mí. Si vuelo desde Islandia y tengo que rodar una escena en un día quiero asegurarme de que la tenemos”, sentencia.
Pero ahí, en esa meticulosidad, radica gran parte del secreto del cine de David Fincher. Una búsqueda casi obsesiva de la credibilidad en todas y cada una de las secuencias que filma. Todo para que el espectador se involucre al máximo en la historia que ve en la pantalla. Y por eso, rara vez, sus películas pasan desapercibidas o resultan indiferentes.
Babelia
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