El éxito de un arte amable y ‘bonito’
Suturados los coleccionistas de arte contemporáneo, las casas de subastas buscan los récords con obras accesibles de maestros impresionistas y modernos
Christie’s y Sotheby’s son iguales que la Coca-Cola. Su mayor talento reside en su capacidad de marketing. No hay subasta que planteen en la que no ofrezcan el “redescubrimiento” de una “obra maestra”. Da igual que en realidad sean, solo, buenas piezas o excelentes. No. Siempre es el “mejor” monet, un “increíble” picasso o un giacometti “único”. Lo valioso, de verdad, son los adjetivos. Luego la obra sube al avión y embarca en un viaje de punta a punta del planeta para que los privilegiados del dinero la puedan admirar y hacerse una idea de cómo quedaría en su despacho, en su casa, sobre su sofá o, incluso, en su colección. Este es el secreto de una subasta. Escoger una buena pieza, dotarla de adjetivos y hacerla viajar.
De camino, hay que rodear a esas “obras maestras” de compañeros que no desmerezcan, crear un catálogo con aspecto de publicación museográfica y darle un sentido de oportunidad única a la venta. Solo de esta forma se explica que alguien pague 160,8 millones de euros por un picasso (Les Femmes d’Alger, Versión O), que ni por asomo es de pulverizarse los ojos, o que se valore en 126,3 millones de euros un bronce de Giacometti (L’homme au doigt) del que se cuentan siete copias. Poco importa que varias estén en colecciones públicas. “¿Hay alguna obra en el mundo que valga 150 millones de euros?”, se cuestiona Manuela Mena, responsable de pintura del Siglo XVIII y Goya del Museo del Prado. Es indiferente. Los titulares ya están escritos.
El picasso se transformó la noche del lunes en Christie’s Nueva York en la obra más cara vendida nunca en subasta. El giacometti batió el récord en el podio de la escultura. De fondo, a primeros de año, un coleccionista Catarí, en una transacción privada, habría pagado 300 millones dólares (unos 269 millones de euros) por un buen lienzo —sin más— de Paul Gauguin (Nafea Faa Ipoipo). Todo sucede sin olvidarnos de algunos sospechosos habituales. El deseo de prestigio social, los millonarios asiáticos y árabes, una ingente liquidez y unos tipos de interés tan bajos que los inversores buscan activos rentables y seguros. Porque los buenos picasso no se deprecian.
Pero este paisaje tampoco es una Arcadia para la casas de subastas. La competencia resulta tan fuerte que para quedarse con los mejores lotes cada vez deben garantizar —asegurar la venta a un determinado precio, ya sea con financiación ajena o propia de la casa— más obras a los vendedores. Ellos son en la práctica quienes se están llevando la gran tajada del arte. Una forma de paliar los daños es relanzar el negocio de las ventas privadas. Un mercado de 31.000 millones de euros del que, por ejemplo, Sotheby’s solo controla 560 millones.
Las casas de subastas, pues, conocen sus debilidades y saben que los coleccionistas, especialmente de arte contemporáneo, comienzan a estar esquilmados y aburridos. Antes empezaban a coleccionar por los impresionistas y terminaban con los artistas de su tiempo. Ahora el criterio cambia. Por eso surgen subastas que mezclan lo contemporáneo y lo moderno, como Looking Forward To The Past, donde Giacometti y Picasso tocaron ayer el cielo del dinero. Además el “gran capital” es conservador. Se refugia en el arte impresionista y moderno. Son obras amables, bonitas y llevan años de revalorización continuada. Subidas al ciclo económico, no resulta extraño que Christie’s piense que es posible alcanzar un mito: la puja de los 1.000 millones de dólares. La particular marmita de oro al final del arco iris de una industria acostumbrada a hacer dinero con arte, y en la que cada subasta es una obra de teatro.
Babelia
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