El rey de los comerciantes de juguetes
El escritor John Irving leyó este discurso en el homenaje que se celebró a Günter Grass
Alrededor de 900 personas han participado en el homenaje a Günter Grass en Lübeck (Alemania). El novelista estadounidense John Irving leyó un discurso teñido de referencias al Nobel y a su literatura. El acto en el teatro de la ciudad se abrió con el grupo de música medieval Capella de la Torre, elegido por Ute, la viuda de Grass, atendiendo al gusto del escritor fallecido el pasado 13 de abril. Emotiva fue la lectura de un poema por la hija de Grass, Helene.
Ich spreche zu Ihnen als Günters Freund und als Schriftsteller.
Leider, ich müss auf Englisch sprechen. Ich kann nicht gut Deutsch sprechen—nicht gut genug, um zu sagen was ich möchte sagen.
Es tut mir Leid.
Günter Grass escribió El tambor de hojalata cuando solo tenía treinta años, un logro muy notable, que no se repetirá pronto (y tal vez nunca). Ya no quedan escritores así, es decir, nadie podría escribir discursos electorales para Willy Brandt y también una novela situada en 1647 al final de la guerra de los Treinta Años, además de una novela que incluye llevar a juicio a un pez acusado de machismo junto con la historia de los orígenes prusos de la patata. Y no olvidemos que, en Anestesia local, Günter también imaginó a un estudiante que intentó tocar la conciencia de los berlineses prendiendo fuego a su querido perro.
No muy distinto de este estudiante quemaperros, hubo un radical de carne y hueso llamado Rudi Dutschke. En Headbirths, Günter lo definió como “un revolucionario sacado de un libro alemán de ilustraciones”. Günter también dijo esto acerca de Rudi Dutschke: “Se dejaba llevar por sus deseos… Sus ideales se le escapaban al galope… Al degenerar, sus visiones se convertían en libros de bolsillo”. Esto entristecía a Günter.
Sí, Günter era algo crítico con mi generación. Escribió: “Pocas veces se ha agotado tan deprisa una generación. O entran en crisis o dejan de correr riesgos”. Bueno, de acuerdo: ciertamente somos una generación a la que le falta capacidad de aguante.
Por favor discúlpenme por recordarles que Günter también podía ser algo crítico con ustedes: “En nuestro país todo está enfocado hacia el crecimiento”, escribió. “Nunca estamos satisfechos. Para nosotros, lo suficiente nunca es suficiente. Siempre queremos más… Somos productivos hasta en sueños”.
Yo no escapé de sus críticas. Sí, Günter podía ser crítico conmigo. Una noche en Nueva York (fue después de cenar, cuando nos estábamos dando las buenas noches) me pareció que estaba un poco preocupado. No era una expresión que me resultase poco familiar, pero me sorprendió; me dijo que estaba preocupado por mí. Me dijo: “No me da la sensación de que estés ya tan enfadado como solías estar”.
Esto fue en los ochenta. Naturalmente, desde ese momento he procurado estar enfadado. Ich versuche!
Ya no quedan escritores; ninguno como él.
En 1920, Joseph Conrad escribió una nueva introducción para El agente secreto. Conrad escribió: “Siempre he tenido tendencia a justificar mi acción. No a defenderla. A justificarla. No a insistir en que tenía razón, sino simplemente a explicar que no había intención perversa, ni desprecio secreto por las sensibilidades naturales de la humanidad que yacían en el fondo de mis impulsos”. Puedo imaginar a Günter diciendo esto.
Cuando escribió Pelando la cebolla no estaba insistiendo en que tenía razón; se estaba explicando. Y esta no era solo su historia: ¡él era escritor! ¿De verdad esperaban los periodistas que Günter les contara a ellos su historia, años atrás, para que ellos la pudieran escribir? Para cualquiera que haya leído a Günter Grass, siempre estuvo escribiendo Pelando la cebolla. Como él mismo escribió: “ Lo que había aceptado con el estúpido orgullo de la juventud quise ocultarlo después de la guerra por una recurrente sensación de vergüenza”. Para sus lectores esa “recurrente sensación de vergüenza” está ahí desde el principio. Está en El tambor de hojalata, está en El gato y el ratón; la vergüenza precede en muchos años a Pelando la cebolla.
Por supuesto que se granjeó enemigos. “Todos tenemos heridas”, escribió Thomas Mann. “Los elogios son un bálsamo que alivia, si bien no necesariamente las cura. Sin embargo… nuestra receptividad al elogio no guarda relación con nuestra vulnerabilidad al desdén mezquino o al abuso malicioso. Por estúpido que sea este abuso, por mucho que nazcan claramente de rencores privados, como expresión de hostilidad nos ocupan mucho más profunda y duraderamente que su contrario. Lo que es muy tonto, puesto que los enemigos son… el concomitante necesario de cualquier vida robusta, la prueba misma de su fortaleza”.
En Pelando la cebolla, Günter se definió a sí mismo como “el niño de la guerra con muchas quemaduras, que por lo tanto sintoniza inexorablemente con las contradicciones”.
En la última carta que me escribió, que yo no tuve la suficiente rapidez para responder, Günter se hacía eco de su autobiografía en el último párrafo: “El mundo está fuera de quicio otra vez, lo que a mí, el niño quemado por la guerra, me trae recuerdos oscuros”.
Le di a uno de mis personajes principales, Owen Meany, las iniciales de Oskar Matzerath. Y más de veinte años antes, cuando era estudiante en Viena (esto fue en 1962 y 63) ya había leído en inglés El tambor de hojalata, pero llevaba conmigo una edición de bolsillo en alemán. Tener un ejemplar de Die Blechtrommel era una forma de conocer chicas. Desafortunadamente, mi casera me vio llevando el libro por ahí; yo no estaba intentando conocer a mi casera, y me lanzó una mirada crítica. “¿Qué? ¿No le gustó?” Le pregunté, sosteniendo el libro en alto.
Para mí es difícil explicar lo que me contestó, es decir, a la manera austriaca. Auf Wienerisch. Ich were versuchen. Mi casera dijo “Ja, ja –das ist mir Würst, aber Günter Grass ist ein bisschen unhöflich”. Tranquilos: no suena mejor en ningún otro idioma. “Sí, sí –a mí eso me importa una salchicha, pero Günter Grass es un poco maleducado”.
Nur ein bisschen?
Günter se definía a sí mismo como “infantil como la mayoría de los escritores”. Genau.
Una noche en casa de Günter y de Ute en Behlendorf, cantó una canción infantil tradicional inglesa, en inglés, a mi hijo menor, Everett, que solo tenía cuatro años. Ich kann nicht singen, aber ich werde versuchen –nur ein biscchen.
“Un hombre fue a segar,
fue a segar un prado.
Un hombre y su perro
Fueron a segar un prado.
Dos hombres fueron a segar,
Fueron a segar un prado”.
Und so geht es immer weiter –bis zehn Hunden.
Un frío día de invierno en Viena, cuando nadie hubiera tenido la inclinación de desvestirse, aparecí en una academia de las artes cerca del Ringstrasse y me ofrecí en venta como modelo para las clases de pintura al natural. “tengo experiencia, en América”, dije, pero quería ser modelo porque Oskar Matzerath es modelo. Claro que también era otra manera de conocer chicas.
¿Se acuerdan del comerciante de juguetes judío de El tambor de hojalata? Se llama Sigismund Markus, y los nazis le obligan a quitarse la vida. Cuando muere el comerciante de juguetes, el pequeño Oskar sabe que le está llegando el día en que verá su último tambor de hojalata. Oskar hace duelo –no solo por él mismo sino por el pobre Markus, y por una Alemania por siempre culpable por sus judíos.
He aquí lo que dice Oskar: “Había una vez un comerciante de juguetes, se llamaba Markus, y se llevó consigo fuera de este mundo todos los juguetes del mundo”.
Yo sé cómo se siente Oskar. Günter Grass era el rey de los comerciantes de juguetes. Ahora nos ha dejado, y se ha llevado consigo todos los juguetes del mundo.
Vielen Dank.
Traducción realizada por Eva Cruz
Babelia
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