Risas y cultura de ballet
Los Ballets del Trokadero celebran su 40º aniversario con humor, guiños al ballet de antaño y a la fiereza del divismo con tutú
Vuelven a Madrid los chicos del Trockadero y la risa, el divertimento, están servidos. La plantilla aparece parcialmente con nuevas incorporaciones y la compañía se ha hecho, como no puede ser hoy día de otro modo, verdaderamente global. Humor, guiños al ballet de antaño y a la fiereza del divismo con tutú, descacharrantes accidentes que no son tales y un chispeante ritmo, caracterizan las dos horas de espectáculo.
Puede asegurarse que, a pesar de ciertos chistes escénicos gruesos, nada es gratuito en este espectáculo paródico. La parodia en ballet viene de antiguo y ha sido práctica habitual en varias etapas y en todos los estilos; en los tiempos del neoclasicismo, por ejemplo, surgió la “Dansomanie” (que reconstruyó Ivo Cramér y bailó Nureyev en la Opera Favart de París en los años ochenta del siglo pasado), y en tiempos de Salvatore Viganó se ironizaba sobre Noverre y sus obsesiones intelectuales.
Programa 40º aniversario
Les Ballets Trockadero de Monte Carlo. Director. Tory Dobrin. Vestuario: Kenneth Busbin y Mike Gonzales; decorados: Jason Courson: coreografías: Peter Anastos y Elena Kunikova. Teatros del Canal. Hasta el 17 de mayo.
Probablemente las claves del programa visto en los Teatros del Canal habrá que buscarlas, en origen, en los mismos nombres inventados, esos seudónimos pseudorusos que los artistas se motean, y debe apuntarse, que esta práctica de rusificarse el nombre en ballet tampoco es original y sí viene de la tradición que los cosmopolitas y neoyorkinos intentan caricaturizar. En los tiempos en que por Europa y América giraban al mismo tiempo hasta cuatro o cinco compañías que se hacían llamar Ballets Rusos o de Montecarlo (sede final de la original hasta 1929 en que murió Diaghilev) los artistas que se llamaban Pérez o Smith pasaban a llamarse Smirnova, un lugar común.
Los nombres artísticos de los artistas del ballet de Trockadero son verdaderos homenajes. Por ejemplo: el cubano Carlos Hopuy cuando va de “ballerina” se hace llamar Alla Snizova (que es una deformación de Alla Sizova, la bailarina de Leningrado) y cuando va de noble caballero se bautiza como Innokenti Smoktumuchsky, que es un invento sobre el real del gran actor soviético del filme “Hamlet” de Kozintsev: Innokenti Smoktunovski. Cuando el húngaro Laszlo Major, héroe apolíneo de la compañía, hace del esclavo en “El Corsario” se hace llamar Araf Legupski y el italiano Giovanni Goffredo se transforma en Sergei Legupski; es decir: se sugiere a los hermanos Legat, legandarios bailarines y maestros de la diáspora rusa, y uno de ellos, Serge, era un prodigioso caricaturista que no perdonó ni a Matilde Chesinskaia cuajada de esmeraldas. También en los “Trocks” Nina Immobilashvili es reflejo de Nina Ananiashvili, la estrella georgiana del Bolshói. Todo son guiños sobre cameos, tanto lingüísticos como gestuales.
Y es verdad que a veces algunas poses, detalles y hasta errores burdos, recuerdas a personas y hechos reales. El ballet es así. Siempre lo ha sido, con esa tendencia al límite y a la explosión histérica. Pero lo cierto es que los Trockadero no solamente gustan a los balletómanos, sino al público en general, ellos han jerarquizado un género, lo han reinventado y estabilizado, le han dado carta de naturaleza más allá del mero transformismo.
El mejor ballet de la noche es “Go for barocco”, parodia de “Concerto barocco” de Balanchine y en general del estilo balanchiniano. Probablemente el público europeo no esté tan entrenado y preparado para este ejercicio brillante como lo está el norteamericano, donde el repertorio de Balanchine es cita diaria y obligada. Peter Anastos ha metido con calzador en la música de Bach frases, secuencias enteras y dificultades procedentes de los originales de Balanchine, y hay que decir que está muy bien resuelto y es donde llega más lejos el ejercicio artístico y creativo.
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