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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Escalas

La confluencia de fenómenos estrictamente humanos con accidentes naturales despierta el desasosiego, y más a quienes se empeñan en atar el origen de la vida a su bibliografía religiosa

David Trueba
Un niño herido en el terremoto de Nepal
Un niño herido en el terremoto de Nepal

Es imposible sentirse ajeno a las imágenes de devastación que llegan desde Nepal. A las muertes y la precariedad asistencial se suma el derrumbe de muchos iconos de su cultura y tradición. Las estatuas de budas enterradas entre escombros en Bhaktapur o los restos de la anteayer erguida torre de Dharara en Katmandú son imágenes que golpean desde cada medio de comunicación al mundo entero. La noticia llega embutida entre dos fallas irremediables del sistema: la enorme desigualdad que genera oleadas de emigración trágica, en huida permanente del caos, la violencia y la corrupción hacia lugares más acomodados, y la respuesta radical del integrismo religioso al progreso de las costumbres. Estos dos polos informativos generaban en las últimas semanas una tremenda ansiedad que finalmente ha roto por la parte más débil en uno de los países más castigados de Asia.

La relación entre estos fenómenos solo se sustancia en la realidad mediática, esa que tiene la obligación de ordenar jerárquicamente el mundo cada seis horas en los servicios informativos. La confluencia de fenómenos estrictamente humanos con accidentes naturales despierta el desasosiego, y más a quienes se empeñan en atar el origen de la vida a su bibliografía religiosa. Ante la violencia geológica despertada en Katmandú, muchos no pueden evitar reconocer que había más inteligencia en las tribus que se pasmaban ante la autoridad de los elementos naturales. El Sol, la lluvia, la Luna o la montaña mostraban a los hombres su pequeñez antes de que la imposición violenta de explicaciones más intelectuales imprimiera a sangre y fuego un sentido de la existencia.

Los montañeros que acuden al Everest, donde se vienen denunciando los excesos de tráfico turístico, se motivan con un juego desafiante de escalas naturales ante los ochomiles. Así como los espectadores consienten, durante el informativo que narra las vicisitudes del Nepal tras el terremoto, someterse a un mismo rigor de escalas. El de asumir que por debajo de todo hay azares geológicos que insisten en corregir nuestras tentaciones trascendentes y muestran lo ineptos que somos por no centrarnos en arreglar los problemas de los hombres, tan cercanos y escandalosos, mientras nos envalentonamos con imponer nuestras deficiencias mentales al orden del universo.

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