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Muere el músico Percy Sledge, autor de ‘When a man loves a woman’

El artista fallece a los 73 años en su casa de Baton Rouge (Luisiana) en Estados Unidos

Diego A. Manrique
Percy Sledge, en una imagen de 1975.
Percy Sledge, en una imagen de 1975.Val Wilmer

Percy Sledge, cantante de soul de 73 años, ha fallecido esta mañana en su casa de Baton Rouge (Luisiana), víctima del cáncer. Su conmovedor When a man loves a woman fue un número uno mundial en 1966 y retornó a las listas en varias ocasiones.

Nacido en Leighton (Alabama) en 1941, Sledge pertenecía a la escuela del country soul sureño. Era uno de aquellos cantantes poco educados pero con una expresiva voz nasal, derivada de la escucha de la omnipresente música country. Acumulaba vivencias duras, no tanto en lo racial como en lo laboral y lo amoroso.

Se supone que Percy escribió la letra de When a man loves a woman –el protagonista confiesa su entrega total a la persona amada- reflejando una experiencia personal, cuando se vio abandonado por una novia. Aceptó que el tema apareciera firmado exclusivamente por los dos músicos que –se cuenta- le ayudaron a vestir instrumentalmente el tema, con lo que renunció a su parte de una mina de oro.

Resulta verosímil: Percy era un bama, un hombre de campo sin muchos conocimientos del mundo exterior. En 1966, trabajaba como celador en un hospital y cantaba los fines de semana con The Squires, un grupo de versiones. Por casualidad, conectó con Quin Ivy, un locutor de radio que aspiraba a ejercer como productor de discos y se había construido un modesto estudio, Norala, en Sheffield (Alabama).

Percy sería el segundo artista que grabó en Norala. “When a man loves a woman” se hizo con los músicos (blancos) que ya estaban dando fama a las producciones de Rick Hall. Jerry Wexler, directivo del sello neoyorquino Atlantic, muy atento a lo que se cocía en el Sur, le fichó y la distribución internacional de Atlantic permitió que la pieza arrasara mundialmente en el verano de 1966.

Inauguró incluso una categoría para la mercadotecnia de la industria musical en los países mediterráneos: el slow de verano, la canción que hacía que los jóvenes bailaran muy, muy apretados. Al año siguiente, le tocó el gordo a A wither shade of pale, de Procol Harum, que no era precisamente romántica pero sí compartía con When a man loves a woman el aire a J. S. Bach en el órgano.

Percy rara vez se desvió de la fórmula en sus siguientes lanzamientos para Atlantic: canciones de la desolación, con arreglos modestos pero solemnes. Le funcionó en piezas como Warm and tender love o Take time to know her, grabadas con los mismos instrumentistas rurales de sus inicios. Sledge bebía en la misma fuente de sentimentalismo sureño que alimentaba a la música country: dramas amorosos, esbozados sin ambigüedades; sus temas eran retomados por vocalistas vaqueros con la misma naturalidad que él mismo adaptaba éxitos de Nashville.

Con el final de los setenta, se acabaron los éxitos pero Percy mantuvo su cartel en el circuito de los pequeños locales, muchas veces situados en territorio redneck y con clientela blanca. Hubo puntuales intentos de relanzar su carrera discográfica, como el elepé de 1974 en Capricorn Records, la compañía del rock sureño, o una aproximación al blues en 1994, financiada por Virgin.

Era misión imposible: cualquier álbum nuevo de Percy Sledge coincidía en las estanterías de las tiendas con las recopilaciones que Atlantic lanzaba regularmente al mercado, con canciones que ya venían cargadas de emociones y fluidos compartidos. En realidad, “When a man loves a woman” superó ampliamente su fecha de caducidad. En los ochenta, volvió a las listas tras ser utilizado por el cine y la publicidad. En la década siguiente, el tema llegó a un nuevo público con la versión de Michael Bolton. Que, de rebote, reanimó la venta de las clásicas de Percy.

Hombre tranquilo, Sledge aceptó con naturalidad esas carambolas y se mantuvo fiel a su público: su única exigencia era que se le escuchase en silencio. Rechazó las propuestas para adaptarse a las modas y se negó a arreglarse la dentadura, como sugerían indefectiblemente sus sucesivos managers.

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