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UNIVERSOS PARALELOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los forzados de la ruta

'Plomo en los bolsillos', de Ander Izagirre sobre el Tour, añade un cómic de Patxi Gallego

Diego A. Manrique
Cómic de Txema Gallego sobre el Tourmalet del Tour de Francia.
Cómic de Txema Gallego sobre el Tourmalet del Tour de Francia.

Todos tenemos nuestra particular Historia universal de la infamia. Y acabo de sumar un nuevo nombre a la mía: Henri Desgrange. Me da lo mismo que en Francia tenga monumentos y calles con su nombre. Potentado de la prensa deportiva, Desgrange concibió el Tour como una prueba brutal, que enfrentaba a ciclistas amateur con distancias imposibles, sin olvidar que obligaba a escalar puertos de montaña difíciles incluso para los vehículos motorizados de principios del siglo XX. Todo por vender copias de su diario deportivo, L’Auto y convertir la caravana en un apetecible escaparate publicitario.

Esos inicios se cuentan en Plomo en los bolsillos (Libros del K.O.), vibrante libro de Ander Izagirre sobre el Tour. La nueva edición añade un cómic desplegable donde Patxi Gallego imagina cómo se incorporaron a la carrera el Tourmalet y otras ásperas cumbres de los Pirineos. Pura barbarie: en la cumbre del Aubisque, el ganador, Octave Lapize, tiró la bicicleta y se enfrentó a la organización. Derrengado, concentró toda su ira en una palabra certera: “¡asesinos!”.

Como resume Izagirre, el Tour fue concebido como “una máquina de producir sufrimientos”. Y todavía lo es, aunque se usen bicicletas sofisticadas y se hayan desarrollado tácticas de equipo; ahora, los ciclistas reciben avituallamiento en la carretera (inicialmente, imaginen, los participantes debían asaltar fondas o pozos cuando tenían hambre o sed).

Ajeno hoy al universo del ciclismo, Plomo en los bolsillos me ha llevado a tiempos olvidados. Verán: Ander Izagirre introduce a los grandes por su apellido, a secas. Automáticamente, me sorprendo completando su nombre: Louison Bobet, Fausto Coppi, Jacques Anquetil, Gino Bartali, Eddy Merckx, Bernard Hinault, Raymond Poulidor. Aunque pertenezcan a una parte de mi vida demasiado lejana, todavía están almacenados en la cabeza.

Portada de 'Plomo en los bolsillos' de Ander Izagirre.
Portada de 'Plomo en los bolsillos' de Ander Izagirre.

En España, durante los años cincuenta y principios de los sesenta, el ciclismo despertaba tantas pasiones como el fútbol. Sin televisión y con la radio controlada por las madres, había que acudir a los bares que seguían el Tour o la Vuelta. Colocaban mapas enormes, con los trayectos primorosamente dibujados. Atentos a las transmisiones radiofónicas, añadían con chinchetas el nombre de cada ganador y, con más calma, las clasificaciones.

Iba a afirmar que aquellos ciclistas eran nuestras estrellas del pop. Pero debería evitar semejante banalidad: son oficios antagónicos, el sacrificio físico sobrehumano contra el hedonismo de las figuras del pop. Aunque sí detecto similitudes.

Ambos grupos profesionales eran expertos en drogas; hay que entender que aquellas sustancias, producidas por la industria farmacéutica, entonces no estaban demonizadas; eran repartidas generosamente por los Estados cuando se necesitaban esfuerzos extraordinarios, como en las guerras. Aun sabiendo esto, asombra la confesión de Henry Pélissier, el ciclista más popular en 1924. Izagirre recoge una entrevista con Albert Londres para Le Petit Parisien:

“Henri rebuscó en el bolsillo trasero de su maillot, sacó un estuche y lo colocó sobre la mesa. Extrajo un par de frascos. ‘Esto es cocaína para los ojos. Y esto es cloroformo, para el dolor de rodillas. Ahora le voy a enseñar las píldoras –y sacó tres botes más-. Aquí lo tiene: funcionamos con dinamita”.

Lo entiendes y lo disculpas. Eran episodios de una paradójica lucha de clases, donde los ciclistas o los cantantes constituían un proletariado de relumbrón, explotado por unos empresarios de asombrosa insensibilidad; pasaron décadas antes de que se tomara en consideración su salud. Los corredores morían en caídas o reventados por etapas cercanas a los 500 kilómetros. Los artistas, lanzados a giras agotadoras, se estrellaban en coches o aviones (hace poco, se recordaba el aniversario del accidente que acabó con las vidas de Buddy Holly, Richie Valens y el Big Bopper, tras alquilar una avioneta para evitarse un desmoralizador tramo en autobús). Para ambos, las drogas eran prácticas de resistencia frente al abuso. Quiero pensar que nada tienen que ver con los episodios de dopaje científico tipo Lance Armstrong o los pasotes “recreativos” de esas superestrellas que se creen indestructibles.

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