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Gloria nacional

No se me ocurre nadie mejor que Paco de Lucía para representar esa categoría

David Trueba
Flores frente a una estatua de Paco de Lucía en Algeciras.
Flores frente a una estatua de Paco de Lucía en Algeciras.Jon Nazca (REUTERS)

El sentido de la expresión “gloria nacional” me ha sonado desde niño a una especie de exaltación patriótica degenerada. Ha tenido que venir el tiempo, con sus hermosas oportunidades y experiencias, a explicarme qué contiene exactamente una expresión así. Gloria nacional es aquella persona que concita en sus conciudadanos un orgullo admirativo, que al margen de la penosa rivalidad cotidiana, despierta en los que escuchamos su nombre una reverencia. La excelencia, palabra que utilizan los políticos conservadores para hundir la igualdad de oportunidad educativa, está representada por alguna de esas glorias nacionales en sus oficios diversos. No se me ocurre nadie mejor que Paco de Lucía para representar esa categoría.

En primer lugar porque Paco de Lucía salió de abajo, en todos los sentidos. De abajo en la escala social, en la escala geográfica y en la escala cultural. Porque el flamenco, machacado por la explotación interesada del señorito y la falta de generosidad de los puristas, alcanzó con él una familiaridad mundial. Paco sirvió además a la guitarra española como el mejor soldado imaginable. Después de abrazarla de niño, heredada de un padre que se había ganado las pesetas en las fiestas particulares y los tablaos, fue capaz de sacarle al instrumento un fuego que tan solo cantaores y bailaores eran hábiles para prender en las audiencias.

En los homenajes que se le tributan a Paco de Lucía hablan músicos que tienen mucho más conocimiento sobre la especialidad. Con sus demostraciones de admiración dejan claro que en el oficio alcanzó un grado no asequible para muchos. No hubo ya guitarrista en el mundo que después de que él alcanzara sus más altas cotas no rindiera pleitesía al maestro. Paco de Lucía era un nombre que te soltaba como inspiración un joven guitarrista de rock y el más complejo de los jazzistas. El acuerdo estaba basado en algo admirable que Paco logró en algunas de sus composiciones: la precisión técnica unida a la inspiración melódica.

Con la debida sorna que él tanto practicó, reconozcámoslo en toda su grandeza como una “gloria nacional”

Pero hay algo que es necesario añadir para alcanzar el rango de gloria nacional y tiene que ver con el carácter. No basta el talento, sino que tiene que venir acompañado de su expresión. Paco de Lucía incorporó al repertorio un ladino sentido del humor que lo distanciaba de todo. Abandonó la trascendencia para ser capaz de apreciar otras artes y otros entretenimientos. Dedicó cada rato de conversación privada a demoler los tópicos y a reírse de la autoridad y de la petulancia. No hay nada mejor que corone la inteligencia que el sentido del humor. Y él poseía ese trazo firme, igual que Enrique Morente, que acababa cada frase brillante en una risa compartida, incluso gamberra.

En una de las ocasiones en que pudimos hablar sobre música, gracias a los amigos comunes que tuvieron la maravillosa generosidad de sentarnos juntos a cenar, regalo que nunca olvidaré, recuerdo que me contó el proyecto de grabar una serie de coplas que formaban parte de sus recuerdos de infancia, de esa cultura popular que te cala en los huesos sin que lo sepas ni lo puedas evitar. Recordé entonces un encuentro muy divertido con Rocío Jurado, interrumpido por su escolta habitual, pero en el que dio tiempo a rememorar la infancia, los padres adorados y también la copla. Rocío me dijo con su tono grandilocuente que la copla era la raíz. No dijo más, solo eso. La raíz. Para Paco, grabar las coplas tenía además otro sentido igual de valioso. Reconocer al final de un viaje laborioso a través de la técnica y la precisión instrumental que no existe mayor reto para un compositor que arrancar una melodía de calado. En esa sencilla y compleja ecuación reconocía él sus limitaciones y sus retos más logrados. Igual que en los Ojos verdes cantados por Marifé de Triana reencontraba algo que pertenecía a su esencia personal.

En un país que no es muy dado a los acuerdos, que genera talentos artísticos increíbles pese a la guerra cerrada del poder contra el ingenio, se necesitan personalidades como la de Paco de Lucía para concitar ese encuentro. Por eso, aunque sea una expresión ajada y sobreutilizada por los enemigos de la gracia, no creo que haya nada que defina mejor lo que fue. Con la debida sorna que él tanto practicó, reconozcámoslo en toda su grandeza como una “gloria nacional”.

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