Joaquim Molas, historiador de la literatura
Durante más de medio siglo, su labor hizo comprensible la literatura catalana como un proceso histórico
No es fácil decirlo con tanta exactitud como lo hizo Damiá Pons al definir a Joaquim Molas (Barcelona, 1930; Barcelona, 2015) “arquitecto del sistema literario catalán”. Ni exageró un punto, ni se crea que esa era labor para idólatras del orden o para autoritarios potenciales. Nada más lejos del hombre menudo y afable, siempre un poco sardónico, que nunca levantaba la voz, ni abandonaba su inevitable cigarrillo de picadura. Durante más de medio siglo, la labor de Molas hizo comprensible la literatura catalana como un proceso histórico, lo que comportó reconstruir su canon de valores, dar nombres seguros a los periodos que la pautaban y establecer su papel como aglutinante potencial de una sociedad.
La literatura catalana tiene, a la fecha, casi dos siglos de un significativo grado de conciencia de sí. Y, en este sentido, Joaquim Molas se reconocía heredero de la exigencia crítica del poeta Carles Riba, a la vez que de la decantada erudición de Jordi Rubió i Balaguer y de la ambición enciclopédica de Martí de Riquer. Pero nuestro hombre empezó su trabajo a final de los años cincuenta, sin ninguna estructura universitaria a su disposición y en un contexto de suspicacia y vigilancia políticas, aunque pronto aprendió a moverse a favor de una sociedad civil que despertaba, de viejas lealtades que persistían y de una industria editorial en alza. Lo cierto es que hubo de hacer milagros intelectuales mediante prólogos sucintos, voces en diccionarios generales y breves artículos de revistas (como Serra d’Or); en tiempos algo mejores, ya pudo ejercer su oficio seleccionando una envidiable colección de clásicos como Antologia catalana (1965-1984), o asumiendo ya en 1986 la dirección y parte de la redacción los últimos volúmenes de la Historia de la literatura catalana, iniciada 20 años antes por Riquer con la colaboración del malogrado Antoni Comas.
Le ayudó siempre una apabullante información de primera mano, una admirable disposición para la síntesis y una prosa plástica y precisa, sin un gramo de grasa, casi conceptista: cinco páginas de Molas pueden equivaler con ventaja a un ensayo de buen tamaño. Carecía del espíritu abnegado de un copista medieval, y no trabajaba en soledad; le gustaba su tarea, escribía para entender y cambiar cosas y fue capaz de forjar un montón de discípulos valiosos, lo mejor de la actual y descollante filología catalana. Sus libros marcaban rumbos: la antología “noblemente polémica” (como decía la solapa) Poesía catalana del segle XX (1963), que publicó con Josep Maria Castellet, fue el primero de los importantes. No era tanto una selección de poetas como una secuencia de temas y periodos que se encarnaban en poemas, que eran a su vez obra de poetas… Hizo leer en catalán de otro modo: no solo por devoción emotiva sino por lucidez crítica. Y en 1969, Molas se convirtió en una referencia en la recién nacida Universitat Autònoma de Barcelona, entonces la más estimulante experiencia de nuestro post-1968; en 1971, obtuvo su cátedra.
La revista literaria Els Marges (homenaje al homónimo libro de ensayos literarios de Carles Riba, publicado en 1927) apareció en 1974 y la dirigió hasta 1990. Y siguió trabajando: en 1983 dio un libro definitivo, La literatura catalana d’Avantguarda (1916-1938), pero también lo fueron, en los años siguientes, sus nuevas aportaciones a la historiografía literaria del XIX; fueron los dos temas mayores de su empeño. En 1995 y 1999 compiló sus trabajos dispersos bajo títulos muy reveladores de un talante. Obra crítica fue el rótulo general y para sus cuatro volúmenes escogió unos marbetes que traen el recuerdo de Antonio Gramsci: Materials i propostes, Usos de la realitat, L’ofici de llegir, Subjectes i complements. Esa mezcla de modestia bienhumorada en la denominación y de seguridad en el objetivo constituye —me parece— un buen autorretrato intelectual.
Babelia
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