Un lazarillo en la corte de Hollywood
El cineasta sevillano Julián Lara describe en un libro las entrañas de la meca del cine
Érase una vez Julián Lara. Sevillano. Amante de los zombis. Ex testigo de Jehóva. Cineasta desde que a los cinco años se armó de papel de rollo y un proyector de juguete. Experto en revisar las telecomunicaciones de tanques militares. Espontáneo de festivales como la Berlinale, donde se atrevió a levantarse en mitad de la rueda de prensa de Shutter island para pedirle a Leonardo DiCaprio que le produjera una película. Casado, con hipoteca, coche y unos cuantos largos y cortos de aficionado. Y de pronto decide que no es suficiente. Deja su trabajo y su vida en Sevilla a los 35 años para cumplir su sueño, hacerse director de cine en Hollywood. Su padre (Antonio) hipoteca su casa para pagarle los estudios en la Los Angeles Film School. Tres años después ha perdido a su mujer, a su coche y su trabajo. A cambio, ha ganado filmar un corto (Till death do us part; Hasta que la muerte nos separe) y logrado una matrícula de honor en sus estudios. Y un baúl de experiencias como para llenar al menos 400 páginas.
Welcome to Hollywood (Dolmen, 2015) es el nuevo libro de Julián Lara. Una autobiografía surrealista porque no vende lo que suelen vender todas, cómo triunfé, sino que se dedica ahondar dolorosa y obsesivamente en la crónica de un fracaso. El epílogo, de Álex de la Iglesia, lo deja claro: “Nadie le quitará los años vividos, el glamour que ha olisqueado en las bambalinas del cine donde los sueños (de otros) se hacen realidad”. ¿Y por qué hacerlo? “Al principio me daba palo contar tantas cosas personales. Pero luego pensé, si es que me la suda, la vida es así. Tenía que contar todo lo malo para explicar qué es aquello”.
El cortometraje con el que Julián Lara se graduó en la Los Angeles Film School.
Aquello es la Los Ángeles de Hollywood. Una ciudad de la que Lara dice que “su primera regla es que no hay reglas Por tanto, la segunda regla de Hollywood es que tú escribes tus propias reglas”. Una ciudad que Lara tacha de “cruel e implacable”. En la que vivió experiencias de contraste total. Hacer amistad con Matt Groening y conseguir regalarle a otro de sus amigos ilustre, Guillermo Del Toro, un libro dedicado por él. Vivir todas las premieres y after partys de eventos clave como el arranque de series como True Blood o el estreno de Los vengadores. Para luego encontrarse con la efectivamente implacable realidad, como cuando a los pocos meses de estar en Los Ángeles su mujer le dice que está pensando en dejarlo (cosa que haría poco después), cuando tiene que vender su coche para poder pagarse su corto o cuando se encuentra este panorama en su primer piso de estudiante: “La chica con la que compartiría casa vivía en el salón y yo debía dormir en la única habitación que había, que era un cuchitril, algo parecido a una pocilga, con sus cucarachas y todo. La cama no era ni eso, más bien era la parte baja de un sofá cama. Sinceramente, esto me recordó a la película El secreto de mi éxito, cuando Michael J. Fox llega a su apartamento de Nueva York y se encuentra con una pocilga llena de ratas. Yo no tenía ratas, pero tenía un amplio surtido de cucarachas de diversos tamaños y colores”.
Otro contraste terrible que Lara notó en su odisea era el abismo económico que separa a los españoles emigrados. “Decir todos sería ser arrogante, pero la inmensa mayoría son niños de papá. Y no es que serlo sea malo, pero no tienen necesidad de partirse la cabeza y buscar trabajo”. O renunciar a la carne (salvo la de la comida basura más barata) y comer solo ensaladas con ingredientes comprados en los supermercados más baratos de Los Ángeles. O compatibilizar el trabajo con una productora revisando guiones con rodar porno para no tener que volver a España. “Pero bueno, que si yo me harté de comer hamburguesas de un dólar, Antonio Banderas se hartó antes de triunfar de comer palmeras de chocolate cuando se fue de Málaga a Madrid. Y eso te lo cuenta él”.
No todo es realidad descarnada. También hay lugar para que este relato pertenezca, como dice Guillermo Del Toro en la contraportada, “a la más pura picaresca española”. Lara es una anguila omnipresente que se cuela en todo cuanto evento hay. Que se lleva una petaca a discotecas y fiestas llena de Jack&Daniels para no tirar su maltrecha economía por la ventana en cubatas. Que consigue selfies con Steven Spielberg, George Lucas, Tom Cruise, Peter Jackson, J.J. Abrams, Arnold Schwarzenegger… Que acaba invitado a la casa de estrellas como Nathan Fillion. Que hasta tiene un glosario de reglas para el buen colarse en las fiestas. A saber:
Regla fiestera #1: Si te vas a colar hazlo solo o con alguien de confianza. Si te cuelas con cualquiera corres peligro.
Regla fiestera #2: Si te vas a colar, ir vestido de forma llamativa no ayuda, así que lo mejor es ir discreto.
Regla fiestera #3: Si te trincan no opongas resistencia, hazte el tonto en plan “Ah, ¿pero no se puede estar aquí? Disculpe, ya me voy” o la cosa se puede poner fea… o peor aún: se pueden quedar con tu cara y no te podrás volver a colar.
En el próximo libro contaré, de una puñetera vez, cómo triunfé
El presente de Julián Lara es Sevilla. No quiere pensar en Los Ángeles y el glamur que dejó atrás. Quiere “reubicar” su vida. Encontrar de nuevo su lugar tras tres años de sabores tan agridulces que se sienten como tres vidas. “Y un trabajo en el audiovisual. Es lo que busco. Un trabajo que me dé estabilidad para poder seguir con mis proyectos”. En el prólogo del libro, que firma Santiago Segura, se lee: “Julián es un hombre que lucha por sus sueños, no se rinde fácilmente, de hecho, no se rinde tampoco con dificultad, él directamente no se rinde. Su meta es dirigir películas y no me cabe ninguna duda de que acabará haciéndolo, le pese a quien le pese.” Lara se agarra a ese sueño y afirma que la bandera blanca no entra en su vocabulario: “En el próximo libro contaré, de una puñetera vez, cómo triunfé”. Si lo hace, tiene claro cómo le devolverá el favor a su padre. Creará una Fundación Antonio Lara para ayudar a todos aquellos locos del séptimo arte que se lo juegan todo a una carta e intentan triunfar en la Babilonia del cine, aquel lugar llamado Hollywood.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.