Así se gestó la búsqueda de Cervantes
Desde abril de 2014 participaron un georradarista y un equipo interdisciplinar
Hallar los restos de Miguel de Cervantes, en un perímetro limitado del que su cuerpo nunca había salido. Tal era la meta que Luis Avial, experimentado georradarista, se propuso conseguir hace un lustro tras escuchar la sugerencia de un amigo sociólogo y conocedor de la Historia madrileña. Avial conoció al genealogista Fernando Prado y este se entusiasmó con la idea. Prado y Avial aventaron su propósito. Fernando conversó con clérigos, académicos y universitarios. Buscó financiación y, al recibir desaires, optó por buscar ayuda fuera de España, incluso amenazó con una huelga de hambre. Pedro Corral, Delegado de Las Artes del Ayuntamiento de Madrid, se enteró de la idea y, solícito, se comprometió a llevarla adelante.
Las dificultades eran grandes. La clausura del convento de las Trinitarias, con su lógica y su tempo propios, imponía. También preocupaba la actitud del Arzobispado y la de la Comunidad de Madrid, el Gobierno regional, que heredaba una situación de rivalidad con el municipio abierta entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón. Sin permisos del Gobierno regional no habría luz verde. La entrada en escena del reputado forense Francisco Etxeberria, minucioso explorador de las fosas de la Guerra Civil, avalado por el crédito de su Sociedad Científica Aranzadi, allanó las cosas.
En la primavera de 2014 comenzaron las investigaciones in situ. Avial llevó su georradar al convento. Su detección debía ceñirse al suelo del templo conventual. La cripta era entonces intocable. Afortunadamente, el espacio del templo era reducido.
Por su parte, Etxeberria aumentaba su equipo convocando a arqueólogos, antropólogos, incluso expertos en textiles y en numismática: hasta 36 personas de la más alta cualificación en sus respectivas especialidades. Un equipo sin precedentes en la historia de la cultura peninsular. Las exploraciones se ampliaron a la cripta. Allí aguardaban 36 nichos cerrados a canto y lodo sin apenas inscripciones, emparedados en su muro norte, y un suelo que anunciaba más enterramientos y que parecía proceder de la antigua iglesia. Posteriormente, cuando el Doctor en Historia Moderna y bibliotecario municipal Francisco Marín Perellón se hizo cargo de la documentación histórica ha podido demostrar que la iglesia estuvo en otra esquina de la manzana del convento y que los restos de Cervantes fueron trasladados intramuros hasta la cripta un siglo después de 1616, fecha de su muerte. Hasta 240 niños fueron enterrados en la misma bóveda subterránea. Los escrúpulos de Etxeberria y la forense Almudena García Rubio les han impedido asegurar al cien por cien la veracidad de su hallazgo
Babelia
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