Medio siglo después, otra conmoción
El director Pablo Heras-Casado ha dirigido en el Teatro Real 'War Requiem' , de Britten
Escuchar el War Requiem de Benjamin Britten, y reflexionar en profundidad sobre su contenido, debería ser una asignatura obligada en colegios, universidades, cuarteles, parlamentos, residencias de primeros ministros y palacios reales y presidenciales. Conocer la versión dirigida por el propio compositor, realizada en enero de 1963 en el Kingsway Hall de Londres, parece algo inesquivable para sus intérpretes. El legendario productor de aquella grabación, John Culshaw, tuvo el acierto de registrar también buena parte de los ensayos, una fuente tan o más reveladora de las intenciones del propio compositor sobre su obra, quizá la más regularmente programada de cuantas se escribieron en la segunda mitad del siglo XX.
War Requiem
Autor: Benjamin Britten. Intérpretes: Susan Gritton, John Mark Ainsley y Jacques Imbrailo. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Coro de la Comunidad de Madrid. Coro de Pequeños Cantores de la JORCAM. Director: Pablo Heras-Casado. Teatro Real, 14 de marzo.
Como un ya lejano apéndice del formidable montaje de Muerte en Venecia que pudo verse en diciembre, el Teatro Real ha aprovechado la presencia de Pablo Heras-Casado en Madrid al frente del estreno de El público para confiarle dos interpretaciones del War Requiem. En conjunto, su versión ha resultado muy cuidada y emocionante en los momentos más íntimos y apacibles (espléndido el arranque del Requiem aeternam: “Sin expresión, como si estuvieran susurrándoselo a ustedes mismos”, aleccionaba Britten al coro en sus ensayos), pero en exceso cautelosa y controlada en los más tremendistas. Su autor quería que el Dies irae sonase “espeluznante” (creepy), y eso no acabó de lograrse, en parte por una insuficiente presencia sonora del coro, como sucedió en la reaparición del Dies irae en el Libera me conclusivo, donde Britten prescribe un formidable crescendo cuyo clímax haría coincidir Derek Jarman en su película War Requiem con el estallido de la bomba atómica sobre Hiroshima. La unión de dos coros (en este caso el del Teatro Real y el de la Comunidad de Madrid) no suele ser la mejor de las ideas, porque la personalidad de ambos se diluye y sus cantantes no acaban de cantar a pleno rendimiento, que es justo lo que se intuyó aquí en los pasajes bélicos: se percibía el sonido, pero no la furia. Los Pequeños Cantores de la ORCAM, en cambio, ubicados junto con un órgano positivo en el palco real, sí cantaron audible y admirablemente su parte, siempre al unísono, excepción hecha de las quintas, octavas y unas lacerantes séptima y novena en el luceat eis final.
De los tres solistas, destacó el tenor John Mark Ainsley, con unas credenciales brittenianas impecables, que impartió una alta lección de canto y expresividad en los versos del poema At a Calvary near the Ancre, de Wilfred Owen, incrustado por Britten en el Agnus Dei. La mejor virtud del barítono Jacques Imbrailo es la naturalidad con que sabe verter texto y música: la ausencia de énfasis fue lo que hizo que su larga confesión en Strange Meeting, al final del Libera me, fuera especialmente emocionante. A Susan Gritton, en cambio, le faltó mordiente, dramatismo y una buena dicción latina para apurar el jugo de sus concisas intervenciones, sobre todo en el Lacrimosa. Los mejores momentos instrumentales llegaron de parte del grupo de cámara, situado a la derecha del escenario, con mención de honor para la flautista Aniela Frey y el oboísta Cayetano Castaño: solistas así hacen grande a una orquesta.
Cuando concluyó el estreno del War Requiem en la catedral de Coventry, Peter Pears no conseguía que Dietrich Fischer-Dieskau, conmovido, se levantara para saludar: “No sabía dónde esconder mi cara. Me invadió el recuerdo de los amigos muertos y el sufrimiento pasado”, declaró luego el barítono. Medio siglo después, el poder de conmoción de la obra permanece intacto y así lo expresaban los rostros de quienes la escucharon, con silencio y concentración modélicos, en el Teatro Real.
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