Lecciones británicas
Ahora que vuelve a estar sobre el tapete la ley de mecenazgo convendría echar de nuevo un vistazo a la escena londinense. Se me ocurren tres ejemplos. Ejemplo Uno. Cuando Sam Mendes quiso crear el Donmar Warehouse les dijo a los comerciantes de la zona de Neal Street que el teatro podría atraer clientes a sus tiendas: invirtieron en el proyecto y el Donmar se convirtió en un espacio capital. Ejemplo Dos. Al tomar posesión del National Theatre, Nicholas Hytner propuso a la poderosa Travelex, empresa de cambio de divisas, que costearan dos tercios del aforo del Olivier (la sala grande del NT, con 900 butacas): en el Reino Unido, la desgravación fiscal por inversión en cultura alcanza el 70 por ciento. Durante diez años, la empresa adquirió 115.000 entradas de cuatro producciones, que se ofrecían al precio de 17 euros. El éxito de las Travelex Seasons fue y sigue siendo descomunal. En la actual temporada ha cambiado un poco el esquema: 100.000 entradas a 21 euros, pero para seis espectáculos.
Ejemplo Tres. El año pasado, por estas fechas, el National estaba en obras. Se había puesto en marcha el proyecto NT Future, que se completará el próximo verano. Hytner acaba su mandato (Rufus Norris, su director asociado, le reemplaza en abril) y ha querido dejarlo todo bien ligado. Sería largo detallar aquí los pormenores. Los edificios del National se construyeron en los setenta, en pleno apogeo del hormigonazo, y desde entonces apenas se habían remozado. El plan cubre un nuevo sistema eléctrico, nuevos accesos para discapacitados, arreglos en fachadas y backstage, un centro de enseñanza para jóvenes (el Clore Learning Centre), nueva librería (más amplia, al fondo del foyer), y nuevos bares y restaurantes: el House (en el primer piso, donde antes estaba el Mezzanine), el Kitchen (que reemplaza a la antigua cafetería de la planta baja), el Green Room (en la parte trasera) y un pub, The Understudy, que utiliza elementos de antiguos montajes a guisa de mobiliario. De todos ellos, el Kitchen me pareció el más adecuado para mi bolsillo. (Si visitan el South Bank, recomiendo también The Riverfront, la cafetería del British Film Institute, a cuatro pasos y con precios igualmente razonables).
Las reformas escénicas más visibles se centran, hoy por hoy, en el Cottesloe, la sala pequeña, que se reinauguró el pasado otoño con Here Lies Love, el musical de David Byrne, y donde acabo de ver The Hard Problem, de Stoppard. Hay más butacas (ahora oscilan entre 300 y 400, según el espectáculo), son más confortables y, por cierto, el espacio ya no se llama Cottesloe sino Dorfman, en honor a Lloyd Dorfman, presidente de Travelex. Cuesta un poco acostumbrarse a eso. Yo le hubiera rebautizado con el nombre de un cómico/a o un director/a (Harley Granville-Barker, por ejemplo, que imaginó el National a principios del siglo pasado) pero hay que reconocer que el señor Dorfman ha echado un elemento de peso en la balanza: 14 millones de euros, la donación más cuantiosa en la historia del teatro británico. Así, los 112 millones presupuestados para el NT Future quedan repartidos entre dinero público (Arts Council, Heritage Lottery Fund), mecenazgo (diversas fundaciones privadas, la inyección de Dorfman, contribuyentes individuales) y el propio NT, que aporta 10,5 millones de la taquilla de War Horse, uno de sus espectáculos más exitosos. No parece mal equilibrio.
Babelia
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