Una comuna de folk contra los tiempos difíciles
Club del río se inspira en el folk de los 60 y los cantautores latinoamericanos en su disco
Una banda de veinteañeros, idealistas y románticos, con aire desenfadado, que viven en una comuna en el campo y tocan con una peculiar e inocente síntesis de folk de los sesenta y el sonido raíz de cantautores latinoamericanos como Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez o Atahualpa Yupanqui. Parecen hippies, pero no lo son. “No nos gusta que nos identifiquen con el hippismo”, asegura Esteban de Bergia, cantante, guitarrista y compositor de Club del río, el combo madrileño de folk que aspira a hacerse un nombre en la escena española con su propuesta naïf y diferente. “Hay cosas de los hippies que sí que nos gustan pero no tiene sentido que nos llamen así. Está atrasado. Somos un producto del siglo XXI”, sentencia Bergia.
Como consecuencia directa de este avanzado siglo, Club del río lo forman siete jóvenes músicos de Madrid que se conocieron en los colegios Estudio y Retamar. A partir de sus aficiones por la música y la naturaleza, fueron haciendo piña hasta dar forma a una pandilla que montaba escapadas periódicas al campo. Alejados del ruido y el cemento de la gran ciudad, surgieron improvisadas sesiones musicales en prados o bosques del País Vasco, Castilla León, Andalucía o Extremadura, que derivaron en la formación de un grupo en 2007. “Con estas excursiones, acampando cerca de los ríos, es como nació la banda”, explica el bajista Jacobo de la Viña. “Fue en una de las varias escapadas al río Yeltes, en Salamanca, donde surgió el nombre de Club del río”, concreta Bergia.
Tras un EP donde ya daban rienda suelta a sus características armonías vocales y melodías suaves, el sello El Volcán les fichó para sacar su primer disco. Su título: Monzón. “Nos gustó la sonoridad de la palabra ‘monzón’, pero también el significado de cambio climático fuerte, de esa lluvia asociada a un río y al agua pegando fuerte. Porque queremos que el disco cale en la gente”, ríe Bergia. Lo que caló en ellos fue el espíritu libre de creación, que les llevó a reunirse en plan comuna en una casa de Pozuelo. Allí viven tres miembros del grupo y pasan a diario el resto para tocar, ensayar y lo que se tercie. Como en la famosa Big Pink donde se reunían Bob Dylan y The Band en Woodstock para crear sus legendarias Basement Tapes, esta casa en el campo madrileño es su laboratorio, donde buscan sacar provecho a sus ideas puestas en común. “Cada uno venimos de nuestro padre y nuestra madre musicalmente hablando. A veces, hay jazz, otras folk, otras rock y de ahí creamos las canciones de manera conjunta”, cuenta De la Viña.
Con una conseguida atmósfera bucólica, las composiciones de Monzón, que cuenta con las colaboraciones de Soleá Morente o El Canijo de Los Delinqüentes, oscilan entre el cancionero latinoamericano tradicional y el folk de más riguroso corte pastoral al estilo anglosajón, remitiendo a pasajes de Fairport Convention. Todo bajo una lírica de mensajes esperanzadores sobre las relaciones humanas. “No vamos con la expectativa de querer cambiar el mundo. Nuestra idea es solo apreciar las cosas básicas de la vida y reflejar lo que creemos que funciona. Y vemos que funciona el amor, la fraternidad y el compañerismo”, afirma Bergia.
Hijos de aquellos padres de una democracia a estrenar tras la Transición, que se empaparon con los versos de cantautores y los nuevos sonidos del rock que llegaban desde Reino Unido y Estados Unidos –“Me asustaba escuchar a King Crimson en el coche de mi padre y ahora me encantan”, asegura De la Viña- no les gusta oír que forman parte de una generación pérdida en España. “Esa generación es la que se va y nosotros somos muchos los que nos quedamos y tenemos que luchar por nuestro futuro”, dice Álvaro Ayuso, cantante y guitarrista. “Nuestra banda es también un método de defensa contra una sociedad muy agresiva, que llama al individualismo. Si te juntas a la gente, es donde está el potencial. Es lo que intentamos hacer con nuestra música y el grupo: hacer bandera de la unión y la amistad”, añade Bergia.
Babelia
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