¿Incorrección política o un concepto equivocado de las razas?
Dos científicos señalan pros y contras del libro 'Una herencia incómoda' de Nicholas Wade
La táctica del avestruz
Por José Manuel Sánchez Ron
El propósito de la ciencia es establecer sistemas con capacidad predictiva, para así “comprender” —un término este que habría que explicar— los fenómenos que se dan en la naturaleza. El objetivo supremo de la ciencia es identificar fenómenos y establecer leyes con validez universal (dejo aquí al margen a las denominadas “ciencias sociales”). Los humanos somos, por supuesto, compatibles con esas leyes (en concreto con las de la biología, química y física), pero en modo alguno un producto necesario de ellas: creo que es seguro que existe vida —agrupaciones de elementos químicos con capacidad de reproducirse— en otros lugares del universo, pero lo que ignoramos es si ha aparecido vida “inteligente” (en el sentido en que lo somos los humanos) en otros enclaves del cosmos, y si lo ha hecho es más que probable que se trate de un fenómeno muy raro. Con semejante conjunto de premisas, debería bastar para aceptar que la ciencia es independiente de los valores que ha producido y defiende esta rara especie terráquea que somos los humanos, aunque sea relevante cuando discutimos sobre ellos. Y entonces, la conclusión debería ser obvia: la ciencia no tiene por qué ser “políticamente correcta” —un valor éste, propio de los humanos—, simplemente debe buscar ser correcta, no importa que pueda descubrir cosas que nos resulten incómodas, incluso repugnantes. La política tiene que ver con la aplicación del conocimiento científico, no con sus contenidos.
La ciencia simplemente debe buscar ser correcta, no importa que pueda descubrir cosas que nos resulten incómodas, incluso repugnantes"
Se ha vuelto a hablar de estas cuestiones a raíz de la publicación del libro de divulgación Una herencia incómoda, en el que Nicholas Wade explora si existen factores genéticos que intervienen en las diferencias que aparecen entre las diversas sociedades humanas, lo que significaría de ser cierto que no es posible explicar tales diferencias únicamente a partir de sus “culturas” (necesario para poder siquiera argumentar en tal sentido es que los cambios evolutivos en los humanos no se detuvieran al aparecer nuestra especie, y que hayan continuado actuando a lo largo de la historia de la humanidad, posibilidad que Wade defiende basándose en investigaciones recientes). Al contrario que, parece, algunos, no encuentro en el enfoque del libro de Wade nada objetable; otra cosa es que algunas de las posibilidades menos agradables a nuestros valores que considera sean finalmente ciertas o no. Imaginemos, no obstante, que alguna de ellas resulte ser correcta. ¿Importaría? No, porque lo que está, o debería estar, claro es que nuestros valores, esos que consideramos compasivos y justos, producidos tras un largo camino que nos libró de nuestros instintos más primarios, y que defienden las sociedades democráticas, son superiores y se tienen que imponer a los resultados científicos. Wade lo dice con claridad: “El racismo y la discriminación son censurables por cuestión de principios, no de ciencia. La ciencia trata de lo que es, no de lo que debería ser”. La táctica del avestruz, esconder la cabeza, no querer ver lo que no nos gusta pero existe, no sólo es estúpida, es, a la larga, contraproducente. Personalmente, me siento más honorable y digno, si impongo mis valores éticos (otra cosa es que éstos se compartan por otros) a ciertos resultados científicos, aunque estaría ciego si los ignorase.
José Manuel Sánchez Ron es físico, historiador de la ciencia y académico de la RAE.
Falso concepto de raza
Jaume Bertranpetit
La reconstrucción de la historia de la humanidad a través del estudio del genoma es una disciplina muy bien establecida. Todos estos estudios representan un reconocimiento de la diferencia genética. Ahora tenemos el privilegio de usar herramientas sofisticadísimas para diseccionar el genoma humano y describir e interpretar las diferencias. Diferencias en todos los ámbitos, entre ellos el geográfico, que permite entender la génesis y composición de las poblaciones humanas. Wade, en su libro, parece que descubra este tipo de estudios y los dé a conocer a la opinión pública, cuando existen ya docenas de libros y centenares de artículos científicos que ya lo han hecho. Y para ello establece como base las tres “razas” humanas. Una precisión: se puede hablar de diversidad genética, de estructuración geográfica y de la diversidad genética humana sin hacer uso del concepto de raza. Y así lo hacemos la gran mayoría de científicos que nos dedicamos a la biología evolutiva. Ya hace décadas que la biología evolutiva dejó la visión tipológica (de “tipos” concretos de referencia) para acercarse a la poblacional y esto ha dado grandes éxitos a los estudios. Volver a reivindicar las tres “razas humanas” es poco más que una provocación de enfant terrible que busca revuelo mediático sin reconocer el difícil encaje entre las bases de la diversidad y las ansias de establecer grupos concretos. Negar el concepto de raza y, sobre todo, reivindicar su inutilidad práctica no significa que se niegue la diversidad genética en los humanos. Existe, se reconoce, se estudia y se interpreta. Pero esto no hace necesario establecer cajitas para clasificar a los humanos ni usar estereotipos para interpretar la complejidad. En torno del 85% de la diversidad genética humana se encuentra dentro de las poblaciones, no entre ellas.
Volver a reivindicar las tres “razas humanas” es poco más que una provocación de enfant terrible que busca revuelo mediático"
El segundo punto fundamental a discutir en el libro de Wade es su suposición interesada (lo que en inglés llamaríamos wishful thinking) sobre cambios biológicos adaptativos que estarían en la base del comportamiento social humano y que podrían haber tenido gran relevancia en cambios culturales recientes, como la revolución industrial en Europa. Hacer este tipo de suposición es inadmisible con el conocimiento biológico actual. Un tema apasionante que ha surgido recientemente dentro de la biología evolutiva es reconocer en el genoma las huellas de la selección natural y muy especialmente los lugares del genoma que se han seleccionado adaptativamente: desde la pigmentación de la piel, la resistencia a patógenos, la adaptación a la altitud o la huella de la peste negra. Pero la biología actual no ha podido detectar la adaptación en caracteres del comportamiento por desconocimiento de las bases genéticas de estos caracteres. No existen herramientas para ello. Postular que esta selección ha sido importante en la evolución humana es faltar a la evidencia científica, que no la hay.
Será muy interesante poder analizar la selección natural a través de los genomas cuando sepamos qué regiones del genoma son importantes para caracteres complejos, incluyendo el comportamiento. Pero estamos muy lejos de ello. De momento debemos seguir trabajando en lo que la ciencia nos da evidencia, no en lo que nuestra ideología desearía que la ciencia demostrase.
Jaume Bertranpetit, catedrático de Biología, es miembro del Institut de Biologia Evolutiva y director de ICREA. Es uno de los 139 expertos que firmaron en The New York Times contra las tesis de Wade.
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