¿Por qué no ardió Barcelona?
Una novela rescata al dirigente del PSUC que se negó a arrasar la ciudad en 1939
Contar la historia del hermano de su bisabuelo no era sólo una cuestión personal para Guillem Martí (1988, Barcelona), sino “un acto de justicia”. La ópera primera de este joven escritor, ¡Quemad Barcelona!, resultará sorprendentemente luminosa para los aficionados a la historia y la literatura. Se trata de una ficción basada en hechos reales que arrancan cuando en 1939 Miquel Serra i Pàmies, entonces consejero de Obras Públicas de la Generalitat y dirigente del comunista PSUC, recibe la orden de la Komintern soviética de arrasar Barcelona antes de la entrada de las tropas de Franco: las industrias, los transportes, los principales edificios... Todo debía ser reducido a cenizas para que los nacionales encontraran una ciudad destruida. Era la política “de tierra quemada para el enemigo”, como explicó en una carta el propio Pàmies a su hermano en 1949. La novela, que Destino publica este viernes en catalán (el idioma original) y en castellano, narra este episodio histórico.
La orden nunca se ejecutó. Pàmies se opuso a que Barcelona se convirtiera en una gigantesca hoguera. “Tuve un golpe de audacia”, explica el protagonista en esa misma carta sobre la reunión entre los militares encargados de las demoliciones, el PCE, el PSUC. “Dije que debería ser un hombre del mundo civil y con responsabilidad política el que debía decidir el momento. Todos estuvieron de acuerdo. Mi actuación, en apariencia entusiasta y decidida, fue dilatoria”, continúa en la misiva. Tanto que al final entró el ejército franquista sin que se destruyera Barcelona.
“¿Quién mandaba entonces?”, se pregunta el autor del libro: “Pues había tres gobiernos, por así de decirlo: uno era la Generalitat catalana, que era un elemento residual; el segundo era el gobierno de la República; y el tercero, obviamente, era el Partido Comunista de España, el que daba las ordenes con el apoyo de la Internacional Comunista y sus agentes”, se responde Martí, joven licenciado en Administración de Empresas y Derecho que durante una década ha estudiado la historia de su ancestro.
Pàmies fue conducido a Moscú y juzgado como traidor por no obedecer ordenes directas y enviado al gulag. “Se le acusó de agente doble, de agente franquista, de ser el culpable de la caída de Barcelona, de hacer que el ejército republicano perdiera la Guerra Civil. Sin embargo, cuando llegó la hora del juicio se le comunicó que la pena consistía en ir a Chile para ayudar al partido allí. Cuando horas después cogió un tren que se dirigía al norte comprendió que su destino no era Chile”, explica el autor.
Su destino era el gulag. Pero Miquel Serra i Pàmies se escapó, atravesó Siberia, llegó hasta Japón, cruzó a Los Ángeles y de allí recorrió el continente americano hasta Chile. Las presiones hicieron que finalmente optara por exiliarse en México. Una odisea que atrapó a Martí hasta obligarle a escribir una novela que contiene, además, una historia de amor más fuerte que la vida con el trasfondo de una Barcelona que ya no existe: “Me interesaba mucho esa historia de amor entre Teresa y Miquel, y ese reencuentro cuando los dos se daban por muertos. Ella recibió una carta de la Internacional Comunista informándole de que su marido había muerto en un hospital militar y él leyó en un periódico que el refugio aéreo de París donde ella se protegía de los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial había sido destruido por el impacto directo de una bomba”, dice Martí. “¡Cómo sería ese reencuentro, con la hija que él no sabía que tenía y la esposa que daba por muerta!”, añade.
La historia, tozuda, se empeñó en ocultar este episodio de la Guerra Civil que de haberse concretado hubiera dejado un paisaje aterrador: “Si la posguerra ya fue difícil en Barcelona, cómo hubiera sido con una ciudad arrasada. Bueno, supongo que la gente se hubiera ido a sitios como Badalona o Sabadell y hoy serían grandes núcleos urbanos”.
Martí reconoce en su familiar la figura de un idealista que no encajaba en una ciudad donde Moscú dictaba las normas y donde se respiraba esa sensación de que todo se vendría abajo en cualquier momento: “El hermano de mi bisabuelo creía que los ideales estaban al servicio de la gente y no al revés y por eso se negó a cumplir las órdenes. Creo que era una concepción totalmente distinta de la política a la que se tenía en aquella época”, sostiene.
El libro, “un pequeño homenaje a Miquel Serra i Pàmies”, sirve también como recordatorio de que en las guerras ningún bando se libra de la barbarie: “Muchos te dicen que eso es imposible que pasara, que muchos de los defensores de Barcelona eran buenas personas incapaces de hacer algo así. Yo les digo: las ordenes partieron de Moscú y no se ejecutaron, pero la política de tierra quemada se aplicó en Girona, Figueras y la provincia de Lleida, por ejemplo; se dinamitaron iglesias, se volaron puentes, se hicieron saltar polvorines… En Barcelona eso no pasó porque no se siguieron las ordenes. No cuestiono la bondad o la buena voluntad de aquellas personas, pero la política era la que era”, remata Martí, que espera que “el libro sirva para que los historiadores se interesen más por lo que paso aquí en 1939. Eso sería la mejor recompensa”.
Babelia
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