González / Kane: cuestión de dignidad
Su nombre no se menciona lo suficiente entre los grandes escritores de negra de Barcelona
Hace unos años y por la espalda le dieron de lleno. Pero, como era previsible, no consiguieron descabalgarlo. Silver Kane siempre fue mucho Silver Kane. Eso sí, le quitaron algo de lo que más quería: la posibilidad de seguir escribiendo. Porque lo suyo era un compromiso con la escritura. Con el aventis. Con la posibilidad de explicar historias que captaran la atención del lector, que le impidieran soltar aquel dichoso libro que había tenido la temeridad de empezar a leer. Contaba Silver Kane (González Ledesma, vamos) que ya en el colegio, cambiaba merienda por historias. Puede que sea otra de sus aventis. En el fondo qué más da que algo sea verídico o no. Lo que importa es si es verosímil. Y tratándose de Francisco González Ledesma la aventis encaja con el personaje, con la persona, con el escritor. Y uno se imagina a un González Ledesma desfaciendo entuertos en el patio del colegio tanto como articulando trueque de pan y chocolate por historia imaginada o vista en la última sesión de cine.
Ahora lo han vuelto a intentar y sí, esta vez le han descabalgado. Pero su caballo permanece con él. Su caballo y todos sus lectores. No han sido los apaches porque González Ledesma tuvo mucho más de indio o de pistolero justiciero que de hombre de orden si el orden era injusto. Porque Silver Kane fue, es y será un tipo honesto. Un héroe crecido en una Barcelona de postguerra y brutal rotura de huesos e ideas por el franquismo. No un héroe apuesto ni bravucón. Pero sí alguien a quien los matones del patio y de la vida no podían conseguir doblegarle del todo. Vencerle quizás pero poco más. El héroe que hay en el hombre corriente. Pienso en James Stewart pero me viene más a la memoria Charles Laughton en This land is mine de Renoir. Uno nace siendo lo que es y creyendo ser algo que sólo se demuestra cuando la vida te hace elegir. Ahí está el héroe. El tipo honrado. El hombre humilde castigado por serlo, y pese a eso sigue siendo un hombre porque sigue siendo honrado.
A juzgar por las bravatas de la intelectualidad de los últimos 60 años, todas las luminarias estaban en comisarías, luchando contra el Dictador, escuchando a Raimon y corriendo delante de los grises, pero no todos pueden exhibir el no publicar en años por “rojo” y “pornógrafo”. Silver Kane sí. Nunca sacaba pecho. Era parte de su travesía en el desierto. De su formación como literato. Le dieron la opción de retractarse, de ser otro, de traicionar su libertad creativa y no lo hizo. Se dio la vuelta, fue dando paseos por las calles de su Barcelona y se encerró en casa a escribir. Bajo otros nombres, acabando libros para el cajón. Trabajando de periodista de calle y de abogado, dos de las mejores maneras de comprobar cómo es y vive la gente con horizonte máximo 24 horas.
Como escritor, es una lástima que los malos le desmontaran tan pronto. Somos muchos los que le debemos tanto. Y su nombre no se menciona lo suficiente cuando se habla de los grandes escritores de negra de Barcelona. Las novelas de su comisario Méndez tienen algo que se suele pasar por alto: están muy bien escritas. Su prosa no es nunca barata ni esquemática. Está siempre en busca de esa forma de belleza que da darse fuerza con los pies en el trampolín de la vida para ir un pelín más lejos de trama, personajes y un poquito de cemento. Cuidaba sus libros, sabía cuándo ser periodista y cuándo literato. Había esmero, respeto y dignidad en la forma en que nos los servía a nosotros, sus lectores. Sabía —porque le robaron durante años la posibilidad de la relación con el lector— que cada libro es una única posibilidad de comunicarse, acompañar y luchar. Y que quizás no hay otra porque cuando te das la vuelta, el cobarde dispara.
Carlos Zanón es escritor
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