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Universos paralelos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La música ya es invisible

Diego A. Manrique
Los últimos premios de la música.
Los últimos premios de la música.

Aunque fueron apenas seis segundos, no pasaron desapercibidos. Durante la gala de los Goya, vimos un veloz montaje de imágenes de fallecidos del cine español durante 2014, incluyendo a Peret y Paco de Lucía. Perfectamente justificado: el rumbero protagonizó comedias, el guitarrista puso música a películas. Pero lo que sentimos algunos espectadores fue amargura… y envidia.

Verán: resulta imposible que Paco y Peret sean evocados en un programa en prime time que mencione a los difuntos recientes de la música española. No hay nada parecido a los Goya en la vertiente de la creación sonora. Y lo hubo, salvando las distancias, entre 1997 y 2011: los Premios de la Música. Ya no existen, víctimas colaterales de aquel celebrado asalto de la Guardia Civil al Palacio Longaria, comandado por un juez justiciero. Justiciero y leeeeeento: sucedió hace cuatro años y todavía no hay juicio a la vista. Mientras tanto, se hunde la SGAE (¿era ese el objetivo?).

Los Premios de la Música coincidieron durante una temporada con los Amigo, torpe ocurrencia de las grandes discográficas españolas, que dudaban entre destacar “lo mejor” o “lo más vendido”, como decidieron en su última edición, acabando con la escasa credibilidad que tenían.

Pero ¿qué decir de esas empresas, antaño arrogantes y hoy jibarizadas? Sospecho que nunca se reconocieron como parte del entramado cultural español. Un ejemplo: en 2012, el Premio Cervantes recayó en José Manuel Caballero Bonald, poeta y novelista que trabajó años en la industria discográfica. En otro país, la disquera correspondiente habría sacado pecho, anunciando que Caballero Bonald había sido “uno de los nuestros”, aprovechando para publicitar discos en los que intervino, como el Archivo del cante flamenco. Aquí, silencio; puede que ni se enteraran.

En contra de la leyenda urbana, no existen subvenciones para la música pop

Los premios son un escaparate publicitario de alto valor. Obviamente, los expertos en música dispararemos contra los galardonados, contra la ceremonia (como dijo el escorpión, está en nuestra ADN). Pero sirven como recordatorio, cara al gran público, de que sobrevive un bonito oficio que consiste en cantar y/o tocar instrumentos. Y que —único argumento válido estos días— sostiene una importante actividad económica.

La realidad, sin embargo, es que esos profesionales están desunidos. Crónicamente apáticos, son pocos los que suelen reaccionar con vigor. Cuando empezó su asfixia laboral, que fue muy anterior a la crisis total que ahora enfrentamos, algunos lanzados propusieron un día sin música: sin actuaciones, sin discos en radio o en TV. Los líderes, gente sensata, se escandalizaron: “tenemos compromisos firmados… daría mala imagen”.

Lo intuye cualquiera: un sector incapaz de organizar una huelga, incapaz siquiera de amenazar con una huelga, puede hundirse ante un huracán persistente, entre la indiferencia general. La única iniciativa fue montar, en 2004, una visita de algunos músicos al presidente del Gobierno. Según la crónica que hizo el grupo Dead Capo, el encuentro proporcionó algunos de los momentos más delirantes de la etapa de Rodríguez Zapatero.

Atención: no se pedían subvenciones para artistas millonarios. En contra de la leyenda urbana, yo no recuerdo subvenciones en la música pop (aparte de las que se conceden en algunas autonomías con lengua autóctona). En la mente de muchos de aquellos alegres excursionistas a la Moncloa, estaba el asunto de las descargas ilegales, batalla imposible de ganar.

Volvamos a los premios. Oh sí: los hay a docenas, modestos o rumbosos, impulsados por medios musicales o por entes gremiales. El jueves se entregaron los Fest, de la Asociación de Promotores Musicales: ¿lo ha sabido alguien, aparte de los directamente implicados?

Finalmente, puede que suframos una maldición que empuja a la música pop a su invisibilidad. En 2010, la UFI, la agrupación de sellos independientes, entregó sus trofeos en la madrileña Casa de América. Ese mismo día, a la misma hora, llegaba a los alrededores la selección de fútbol que acababa de ganar el Mundial de Sudáfrica. Fantástico timing: no se enteraron ni las madres de los premiados.

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