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A favor y en contra de ‘El niño’

Hay quien desea que no pasen otros cinco años hasta el próximo trabajo de Monzón

Fotograma de 'El niño'.
Fotograma de 'El niño'.

El estrecho como microcosmos. Por Jordi Costa

Han tenido que pasar cinco años desde los doce premios Goya recibidos por Celda 211 (2009) para que llegase a las pantallas una nueva película dirigida por Daniel Monzón. El dato no parece hablar demasiado bien de la rapidez de reflejos de nuestra industria a la hora de rentabilizar el poder de sus nuevos efectivos para seducir, a un tiempo, a público y crítica, pero la espera ha valido la pena. El Niño comparte con Celda 211 intensidad, fuerza expositiva y sentido del espectáculo, pero es una obra muchísimo más compleja y madura, que le enmienda la plana a su predecesora en cuestiones de verosimilitud, realismo y sutileza.

El estrecho de Gibraltar aparece en El Niño como una confluencia de (muchos) mundos aparentemente irreconciliables: Oriente y Occidente, el pequeño mercadeo estupefaciente y el gran narcotráfico al que sirve de pantalla, la ley y el delito, el desengaño adulto y la juventud cargada de futuro… El guión escrito conjuntamente por Jorge Guerricaechevarría y Daniel Monzón cuenta mucho sin forzar, ni subrayar nada y logra establecer finos ecos y puentes entre las diversas realidades en juego. Un polar de reciente producción –The informant de Julien Leclercq- hurgaba en territorios parecidos al contar la historia, verídica, de un confidente al servicio de la aduana francesa, pero su resultado final abrazaba un maniqueísmo que la película de Monzón esquiva con muy encomiable naturalidad y elegancia.

Unas secuencias de acción que privilegian la fisicidad de la labor de los especialistas, frente a los atajos de la magia digital, acreditan la firme voluntad de clasicismo del conjunto. Recorrida por una enigmática y esquiva figura de fatal destino –El Inglés encarnado por Ian McShane-, El Niño logra contar su historia sin recurrir ni a sospechosos moralismos, ni a la glamurización del delito: todo es profundamente humano tanto en el bando de los agentes de la ley como en el de los jóvenes que recorrerán, en moto de agua, el lado salvaje por puro imperativo vital y voluntad de emancipación. En el universo policial, el espectador asiste a una corrupción tan verosímil como alejada del trazo grueso, a una revelación decisiva que el personaje de Bárbara Lennie transmite con prodigiosa economía de recursos y al peso del tormento de Sísifo reposando sobre los hombros de un Luis Tosar que no parece añorar la pirotecnia de su Malamadre. No hay menor gusto por el detalle en la descripción de ese grupo de jóvenes cuyo elemento de cohesión está en la fortaleza de su camaradería y cuyo punto de fuga se oculta en la mirada, atravesada de melancolía, de un Jesús Castro que está bastante más allá de ser, tan sólo, el último guapo de nuestro star-system. Ojalá no haya que esperar otros cinco años para ver el próximo trabajo de Monzón.

Mucho músculo, poca hondura. Por Clara Morales

Hacer un thriller de acción no es sencillo en España. Daniel Monzón ha tardado años en levantar la financiación de El Niño, meses en documentarse junto a los protagonistas del narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar, 12 semanas en rodar las trepidantes persecuciones de un lado y otro de esos 14 kilómetros. Nadie le niega el mérito de tratar de cultivar un género que tiene en su contra una limitada tradición patria y unos habitualmente limitados recursos económicos.

Pero no todo es músculo, y el nuevo y costoso filme de Monzón (Celda 211) parece estar a la altura solo en lo técnico. El ritmo es trepidante solo cuando se le inyecta al espectador una buena dosis de adrenalina en forma de persecución marítima. Las dos intrigas paralelas se entrelazan in extremis. El brillante elenco de la sección policial (Luis Tosar, Bárbara Lennie, Eduard Fernández, Sergi López) deja en evidencia al todavía verde Jesús Castro. La historia de amor resulta prescindible, cuando no claramente cursi. Aunque las colas en la frontera y la costa marroquí dejan un aroma a realidad nacido del trabajo de campo, solo Jesús Carroza, entre sus compañeros, atrapa el ambientillo del trapicheo.

El Niño quizás acierte a retratar el muy cinematográfico mundo del Estrecho, pero no con la suficiente hondura en el fondo y exactitud en la forma. En una buena cosecha, como la del pasado año, debe dejar espacio a los mejores.

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