La memoria, en los tuétanos
Teatro de ida y vuelta, con salitre de las dos orillas, como la vidalita, la guajira y la colombiana. Susana Hornos, Zaida Rico, Ana Noguera y Maday Méndez, jóvenes intérpretes de Granos de uva en el paladar junto a la chilena Lorena Carrizo, dejaron su España natal ante la escasez de oportunidades, se plantaron en Buenos Aires y crearon allí esta primera entrega de su Trilogía republicana, con la que se han apuntado un éxito notable, nominaciones y premios incluidos. Las historias que la entretejen, escritas por Rico y Hornos, se inspiran en sendos relatos de esta última y en episodios protagonizados por gente de a pie durante nuestra Guerra Civil.
Granos de uva en el paladar
Dramaturgia: Susana Hornos y Zaida Rico. Banda sonora: Gonzalo Morales. Caracterización y vestuario: Néstor Burgos. Escenografía: Alejandro Mateo. Luz: Mariano Arrigoni. Madrid, Sala del Mirador, hasta el 21 de diciembre. Granollers, Teatre de Ponent, 17 y 18 de enero. Alicante, Las Cigarreras, 27 y 28 de enero. Valencia, Sala Ultramar, del 29 de enero al 1 de febrero.
La primera historia habla de emancipación femenina con la cadencia, el tono y el léxico del Lorca de las tragedias rurales (“tú, mucho estudiar, pero seca”, le espeta una madre a su hija), sensación esta reforzada por las intervenciones de un coro que evoca el de Bodas de sangre y por la caracterización y el vestuario de Néstor Burgos, que podrían servir bien para una Bernarda Alba. La protagonista de la segunda historia es una presa cuyo marido plantó la bandera tricolor en la torre de una iglesia. La tercera, la de mayor vuelo poético, muestra como lo ideológico fue a menudo un mero pretexto para quitarse de en medio al vecino o al hermano y apoderarse de su hacienda.
Aunque comparta por instantes esa asimetría, imperfección de trazo o punto de ingenuidad característicos del teatro alternativo, Granos de uva en el paladar (el título alude a dos versos del Pimpiririnpimpim, canción de rondalla) está puesta en escena con una estética lograda, ausente en la mayoría de este tipo de producciones pero también en gran parte del teatro comercial. Contra una expresiva vela roja texturizada, obra de Alejandro Mateo; envueltas por la luz prístina de Mariano Arrigoni, las codirectoras crean una imaginería inspirada y una atmósfera atemporal. El alargamiento de alguna de las acciones plásticas y coreográficas que plantean (oportunas en tanto cuanto en el teatro de la época evocada la pantomima tenía no poca presencia), se compensa con la irrupción de otras plenamente logradas.
Por lo que a las certeras intérpretes respecta, destaca la determinación con la que Zaida Rico encarna al niño Miguel, en un episodio que pone de relieve lo vital que para nuestra salud moral sería buscar los restos de nuestros ancestros asesinados durante la contienda y restituirles el reposo digno que merecen. Para no dejar lugar a dudas, las actrices acallaron los largos aplausos del público, recordaron que hay 2.300 fosas por abrir y nos informaron de que tras la función del domingo próximo se abrirá debate con Baltasar Garzón y Juan Diego Botto.
Babelia
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