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Susana Rinaldi, la diva del tango

Este sábado y domingo presenta su espectáculo `Rememorando a Julio Cortázar` en los madrileños Teatros del Canal. ¿Es la melancolía el sentimiento que une a la cantante y al escritor?

Susana Rinaldi conocida como 'La Tana', actriz y cantante de tango argentina.
Susana Rinaldi conocida como 'La Tana', actriz y cantante de tango argentina.Luis Sevillano

La última imagen que Susana Rinaldi (Buenos Aires, 1935) tiene de su amigo Julio Cortázar es la de un hombre, tan alto como delicado de salud, bajando las esclareas de la boca de una estación del metro de París. El escritor había ido a buscar a la cantante de tangos para ir a almorzar. “¿Vamos al lugarcito griego que tanto me gusta?”, sugirió el autor de Rayuela. Fueron y, al terminar, se encaminaron hacia una escuela de actores para ver el trabajo final de los alumnos, basado en escenas escritas por Cortázar (“le gustaba mucho el teatro, quería ser dramaturgo, pero decía que no le salía”) cuando, de pronto, el maestro del relato corto se detuvo y le preguntó a su amiga:

—¿Vos creés que yo podré volver allá?

“Allá” era Buenos Aires, la capital del país que entonces, todavía, estaba bajo el yugo de una dictadura militar.

—Y, cómo no, Julio. Cómo no vas a poder volver. Pero qué estás diciendo.

El cuentista grandulón agachó la cabeza y sólo dijo “vamos.” Avanzaron los dos en silencio hasta que se toparon con una estación de metro y, de nuevo, él habló:

"Vengo a hablar de Cortázar en un escenario. Porque muchos han hablado de él a través de libros, que no está mal, pero yo quiero cantarlo."

—Mirá: no voy a ir a lo del teatro, disculpame.

Y el pibe que arrastraba las erres al hablar en castellano bajó las escaleras y desapareció.

“Julio acababa de perder a su última compañera, que fue Carol, y como que él ya se había hecho a la idea de que su vida terminaba”, recuerda ahora Susa Rinaldi —la cabellera blanca, las gafas finas, el abrigo gris plata, los recuerdos encendidos— en la cafetería de un hotel de Madrid. Hoy y mañana presenta Rememorando a Julio Cortázar en los Teatros del Canal, un espectáculo con varias de las anécdotas que vivió con el autor que este 2014 hubiera cumplido 100 años, unidas por una sucesión de tangos. “Vengo a hablar de él en un escenario. Porque muchos han hablado de él a través de libros, que no está mal, pero yo quiero cantarlo y hablar de la persona, porque soy de las pocas que pude conocerlo en profundidad. Y no te cuento más, querido. Porque si no, no vas a ir a ver el espectáculo. Y, bueno, también porque un espectáculo no se cuenta. Un espectáculo se hace.”

Susana Natividad Rinaldi, a quien muchos llama “La Tana”, fue actriz de teatro, cine y televisión antes de dedicarse a cantar la música ríoplatense que el poeta argentino Enrique Santos definió como “un pensamiento triste que se baila.” Cuenta que un día, en una fiesta de Carnaval, salió al escenario e hizo una cosa distinta (cantar tangos) y, a partir de entonces, el público decidió que ese sería su destino. “Honestamente así fue. La gente decidió sobre mí. En esta oferta y demanda que es un intérprete, la gente me eligió más como cantante de tangos que como actriz.”

Hija de un italiano adinerado y de una argentina obrera, nació en el barrio porteño de Caballito (“un barrio completo, digo yo, donde se mezcla gente de todo tipo”) y dice que siempre ha estado cerca de lo que le pasa a los ciudadanos y a sus compañeros artistas. Ha sido vicepresidenta de la Asociación Argentina de Intérpretes, diputada local en Buenos Aires y ahora es agregada cultural de la embajada argentina en París. Pero antes de todo esto, se dedicó a difundir por varios países lo que ella llama la otra cara del tango. Porque siempre ha cuidado que en su repertorio no estén canciones arrabaleras y machistas (aunque sí fatalistas), tan características del género.

—¿Cuáles son los tangos que usted no ha cantado y no cantaría?

—Y, bueno, Mano a mano me parece un desastre. Lo lamento porque lo escribió Gardel, pero… es un desastre. Porque tiene un argot tanguero en que pareciera que hay una necesidad de mancillar a la mujer inevitablemente y, a mí, eso no. Tampoco volvería a cantar hoy Cambalache. Porque ya tengo la edad que tengo y, entonces, pienso que no es verdad que el mundo fue y será una porquería. Yo estoy encantada con la ciencia y la tecnología de hoy. Mucha gente trabajó para todo esto que ahora disfrutamos y eso no puede ser malo.

—¿Y por qué, en su momento, cantó Cambalache?

—Porque era el reflejo del dolor que nosotros sufríamos en Argentina. Y no siento hoy la necesidad de volver a cantar eso. Un intérprete ha de tener la felicidad que da la libertad de elección de lo que quiere cantar.

"Parece que la música ahora es otra cosa. No solamente por lo ruidosa, a veces. Es que la música de hoy, sobre todo la música popular, busca más dispersión que concentración. ¿O no?"

Por ser tan meticulosa al escoger su repertorio, al principio los tangueros tradicionales la rechazaron. Fuera de Argentina, en cambio, la idolatraron al instante. “Esos es así, querido. Lo que yo interpreto es más apreciado en el extranjero. Hasta en los países nórdicos, donde me decían que la gente era muy fría y reservada. Una vez mi hija, que también es cantante, me dijo que no iba a verme a un espectáculo porque, cuando iba, lloraba mucho. Fue una muy buena explicación. Porque se refería a la melancolía de mis canciones. Nosotros, los argentinos, tenemos una posibilidad emotiva muy grande que se llama melancolía. Pero muchos capitalinos tratan, inútilmente, de ahogar ese sentimiento.”

En 1975, Susana Rinaldi se vio obligada a salir de su país. “La mano dura se notaba cada vez más y prohibieron mis espectáculos. Vine a España, pero no vi posibilidades de hacer algo. Seguí y llegué a París”, cuenta ahora, entre sorbo y sorbo de té. En la primavera de aquel año, recién llegada a la capital francesa, su compatriota y amigo Pepe Fernández (famoso fotógrafo del mundillo cultural), la invitó a comer a su casa (“fideos, que era lo único que tenía para ofrecerme”). A llegar, le dijo:

—Invité a un amigo que quiere conocerte y que le firmés tus discos.

Susana Rinaldi pensó que le estaba tomando el pelo. “Es que era un momento en que yo no era nadie en Europa. Acababa de llegar a Francia y sabia que no había discos míos ahí, nadie me conocía. Para nada”, recuerda.

Sonó el timbre de la casa y cuando Fernández abrió la puerta, Rinaldi vio a un gigante. “Yo estaba sentada, me giré y no terminaba de levantar la cabeza de tan alto que era ese hombre. No lo reconocí al instante. Luego recordé que esa cara la había visto en la solapa de sus libros y… ¡me di cuenta! Quise levantarme y me dijo: ´de ningún modo.´ Y se sentó junto a mí, en el suelo. Me dijo: ´yo te he traído esto.´ Eran discos. No cedés, nene. ¡Discos! De 33 revoluciones, que él había comprado en Buenos Aires, en el año 73. Ahí estaba ese hombre que sabía todo, que comprendía todo. Con una amabilidad, con un gesto protector, que parecía decirme: ´yo te comprendo, sé por lo que estás pasando. Vamos, adelante.´”

Comenzó así su amistad con Julio Cortázar, cuyos detalles contará este fin de semana encima de un escenario. “Es que, mirá: importante unir la música y las palabras gracias a la melancolía. Que no se pierda esto. Porque parece que la música ahora es otra cosa. No solamente por lo ruidosa, a veces. Es que la música de hoy, sobre todo la música popular, busca más dispersión que concentración. ¿O no?”

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