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FERIA DEL LIBRO DE GUADALAJARA 2014

Desde el más allá, José Saramago los invita a romper sus fusiles

Pilar del Río, viuda del Nobel portugués, presenta 'Alabarda', su obra póstuma e inconclusa contra la industria de las armas

Pablo de Llano Neira
Pilar del Río, viuda de José Saramago.
Pilar del Río, viuda de José Saramago.P. D. LL.

Al final del acto de presentación de Alabarda (Alfaguara), la novela póstuma de José Saramago contra la industria de las armas, su viuda Pilar del Río respaldó la proclama que recorre México desde hace dos meses ("Vivos se los llevaron, vivos los queremos", por los 43 jóvenes de Iguala) pero sugirió un lema alternativo. "Yo les voy a decir cómo pensaba terminar él esta novela. Con un sonoro 'vete a la mierda'. Cuando nos quieran engañar, no seamos finos y no nos andemos con subterfugios. Primero, antes que nada, digamos: 'Vete a la mierda'".

Del Río, 64 años, una mujer menuda de pelo corto, estuvo sonriente durante la charla. Habló de Saramago con el conocimiento respetuoso del auxiliar de un maestro y con la melancolía tierna de una mujer que recuerda a su marido. La acompañaron la periodista mexicana Lydia Cacho y la escritora argentina Claudia Piñeiro. Contó que su marido solía decir que leer un libro es terminar de completarlo. "Pero esta vez se pasó un poco". A Saramago la vida no le llegó para terminar Alabarda y le tocó a otros componer lo que dejó sobre la mesa de su lugar de trabajo: los papeles de una novela inconclusa. Ella se pasó un tiempo sin moverlos de ahí: "No los quería quitar porque así sentía que siempre cabía la posibilidad de que los viniera a acabar". El libro es un trabajo en conjunto a partir de ese texto sin finalizar. Las ilustraciones son de Günter Grass. Un texto de acompañamiento lo firma Roberto Saviano, el reportero italiano que retó a unos degustadores de armas como son los clanes mafiosos de Nápoles.

En la presentación, la periodista de investigación Lydia Cacho llamó la atención sobre la necesidad de reflexionar sobre la industria del armamento en una tierra tan castigada por la violencia como América Latina. Mencionó las fábricas de armas de Brasil y las clandestinas de Colombia y México, de donde puso un ejemplo: según sus averiguaciones, en el Estado de Michoacán existen centros de montaje de fusiles AK-47 en los que se adapta el manejo de estas armas a las manos, más pequeñas, de los campesinos mexicanos. Piñeiro destacó que Alabarda ratifica una vez más la coherencia de principios del autor portugués: “Siguió hasta el último momento luchando por esas causas que consideraba necesarias, y el libro contiene tanto su ideología como su prosa exquisita”. Del Río precisó que esta obra final tuvo que ver con el compromiso de Saramago con dos vectores de denuncia: la imposición de dogmas por parte de las religiones y el poder de las armas, que fue lo último que abordó. “Decía que no quería morirse sin abordar de forma directa por qué se hacen armas y cómo estas pueden ser un fracaso social y un fracaso personal”.

En una de las pesquisas de información que hizo Saramago para fundamentar el libro supo de una historia reveladora sobre una empresa de armas portuguesa. La compañía tenía que hacer una reconversión de su estrategia porque le resultaba demasiado caro hacer armas. Alguien propuso que pasasen a hacer electrodomésticos. “Pero no lo hicieron”, dijo Del Río, “porque para los hombres de poder es más importante hacer armas que lavadoras”.

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