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Bob Dylan, carburante para la pantalla

Las canciones del músico son un elemento codiciado para muchas bandas sonoras Bill Murray es el último intérprete del 'songbook' del cantante, en 'St. Vincent'

Bill Murray, en un fotograma de 'St. Vincent'.
Bill Murray, en un fotograma de 'St. Vincent'.

Para la banda sonora de Cowboy de medianoche el director John Schlesinger le pidió a Bob Dylan una canción original para incluir en la película. A la vista que el músico no entregaba su composición, Schlesinger optó por un antiguo tema del cantautor Fred Neil Everybody’s Talking en la voz del también cantante y compositor Harry Nilsson que acabaría dando a la película su mejor altavoz. El tema que debía haber formado parte de la banda sonora de la película y que Dylan no entregó a tiempo no era otro que Lay Lady lay que el cantante decidió finalmente incluir en su álbum Nashville Skyline (1969) y que lo devolvería a las listas de éxitos.

Las relaciones entre la pantalla y el músico han estado salpicadas de proyectos frustrados, directores del calibre de un Sam Peckinpah o Martin Scorsese, quizás el realizador que ha dejado un legado más fructífero (El último vals, No direction home) en este vis à vis entre el cine y el cantautor; algunos documentales convertidos en obras de culto y piezas imprescindibles de la dylamania, Don’t look back (D.A.Pennebaker,1965) o experimentos tan sugestivos como extravagantes, I’m not There (Todd Haynes), caleldoscopio visual sobre el músico y sus transfiguraciones en forma de delirante biopic.

El mismo Dylan acabará ensayando tareas creativas, primero con el documental Eat The Document (1966) aunque terminará pidiendo la ayuda del realizador Pennebaker y más tarde, Renaldo &Clara (1978) a partir de la gira, Rolling Thunder Revue, que entre 1975 y 1976 reuniría a intérpretes y músicos como Joan Baez, Joni Mitchell, Stevie Wonder, Bob Neuwirth, Mick Ronson, entre otros, por la geografía americana. Un proyecto creativo acariciado por el músico lejos de las experiencias anteriores de formato documental y que contaba con la participación de un joven dramaturgo llamado Sam Shepard como guionista. Tampoco esta especie de Alicia en el país de las maravillas a ritmo de rock y estupefacientes diversos deparó finalmente los resultados apetecidos quedando como un extraño artefacto visual en la trayectoria del músico.

Las apariciones de Dylan como actor en la pantalla no han estado precisamente señaladas por el éxito o el reconocimiento crítico. Para su primera gran intervención en una producción de Hollywood, el western Pat Garrett y Billy Kid (Sam Peckinpah, 1973) el balance final no puede ser más frustrante para el músico. A pesar de figurar su nombre entre las estrellas de la película, su participación queda reducida a una presencia casi testimonial, solo compensada por la creación de la banda sonora de la película que le iba a proporcionar uno de sus títulos más reconocidos, Knockin’ on heaven’s door. Tampoco le dejaría con muy buen sabor de boca, aunque a cambio, con un buen puñado de dinero en su cuenta corriente, su intervención en Corazones de fuego (Richard Marquand, 1987) en el papel de una veterana estrella de rock o más tarde en Anónimos (Larry Charles, 2004) donde volvía a repetir papel de músico. Mejor suerte tendrá como autor ganando su primer oscar por la canción Things have changed de la banda sonora de Wonder boys (Curtis Hanson, 2000) con la que la academia de Hollywood parecía reconocer su trayectoria como compositor a lo largo de casi medio siglo.

Jeff Bridges, en un momento de 'El gran Lebowski'.
Jeff Bridges, en un momento de 'El gran Lebowski'.

Muchas (y algunas repetidas) han sido las canciones de Dylan que han acabado formando parte de bandas sonoras cinematográficas. Para un tipo como Rob Gordon, el protagonista de Alta fidelidad (Rob Fleming en la novela de Nick Hornby,) en su playlist particular no podía faltar el nombre de Dylan junto a otras joyas musicales del vinilo. Y tratándose de una banda sonora de los años sesenta como en Forrest Gump , la referencia dylaniana era casi obligada, con la inclusión de uno de los temas estrella del álbum Blonde on Blonde, Rainy days women, himno gozoso de la década. El director Martin Scorsese, un realizador que acostumbra a afinar al máximo sus bandas sonoras hasta componer verdaderas obras maestras, echó mano, entre otras canciones, de esa piedra angular de la lírica dylaniana Like a rolling stones para los amores masoquistas entre Nick Nolte y Rosanna Arquette de Historias de Nueva York. Y que mejor que un tema como Stuck inside mobile with Memphis blues Again para acompañar el viaje al corazón de todos los artificios, Miedo y asco en Las Vegas (Terry Gillian, 1998) de la mano del periodista Raoul Duke y el Dr.Gonzo.

Ahora, despues de haber pasado por las bandas sonoras siempre exquisitas de un director como Wes Anderson, Bill Murray cierra de momento el cuadro de honor de los interpretes dylanianos. La invitación le ha llegado del guionista Ted Melfi en su debut cinematográfico como director, St. Vincent, una comedia de tonos agridulces y en un papel que parece robado al mismísimo Jack Nicholson, el de ese vecino viejo cascarrabias al que le encanta tararear en sus momentos de ocio canciones como Shelter from the storm de Bob Dylan.

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