La caravana de las maravillas
Una instalación onírica de Cardiff y Miller toma el Palacio de Cristal del Reina Sofía
Como una mezcla de gabinete de maravillas e invento del TBO del profesor Franz de Copenhague la pieza El hacedor de marionetas (2014) quedará instalada hasta el 16 de marzo en el centro del Palacio de Cristal del Retiro dentro del programa expositivo que el Reina Sofía mantiene en el pabellón decimonónico.
Sus autores, Janet Cardiff (Bruselas, Ontario, 1957) y George Bures Miller (Vegreville, Alberta, 1960), matrimonio y residentes en Canadá hasta que el arte sonoro los separe, se han labrado una enorme reputación como dos de los creadores más estimulantes de la arena internacional por proyectos específicos para lugares alejados de la institución museística como una prisión, un bosque o la fortaleza de los Cloisters de Nueva York. Siempre logran apropiarse de ellos en sus piezas de gran carga narrativa.
Lo mismo cabe decir de la creada específicamente para Madrid, una caravana con matrícula canadiense colocada en mitad del aéreo espacio del pabellón de cristal, a la que el espectador se asoma desde exterior y en la que cada recoveco depara una sorpresa. Una mujer inconsciente, cubierta por un camisón blanco, preside la instalación desde la parte trasera del vehículo. Podría ser la bella durmiente sino fuera porque se trata de una reproducción a tamaño natural de Cardiff hecha "por el estudio de Vancouver que creaba los efectos especiales de Expediente X".
La tentación de pensar que todo lo que sucede a su alrededor es producto del sueño de esa mujer es inevitable, aunque un tanto reduccionista. En la fantasía de marionetas animadas, autómatas delirantes, monstruitos de cera, diminutos teatros de ópera o ejemplares antiguos del National Geographic hay referencias a Los Mundos de Gulliver, a la danza sin ataduras de Pina Bausch y hasta al sueño de la razón que producía monstruos en los Caprichos de Goya.
"Nos acusan de que nuestro arte es demasiado entretenido"
El conjunto ofrece una deliciosa mezcla de estímulos que invita a detenerse para no perder detalle. Y también a agacharse; el corazón de la pieza está, según sus creadores, en un diorama colocado a la altura (más bien a la bajura) del tubo de escape. “Suelen acusarnos de que nuestro arte es demasiado entretenido. Pero la verdad yo no veo el problema”, explicó Cardiff el martes mientras la pareja daba los últimos retoques a la pieza, mezcla de robótica puntera y mecánica propia del barón Munchausen. A su lado, João Fernandes, comisario de la muestra y subdirector del Reina, añadió que la obra es otra muestra de “su condición de contadores de historias”.
Como es habitual en el trabajo de la pareja, que se conoció “en la escuela de arte”, recuerda Miller, y trabaja “conjuntamente como un solo cerebro desde 1995”, el sonido es parte fundamental de El hacedor de marionetas, que coronan dos megáfonos giratorios. Son puro atrezo; el sonido que ameniza el ciclo de “mecánica coreografiada”, de unos 15 minutos, sale de unos altavoces colocados en el techo que reproducen punteos de guitarra, una pieza de Tchaikovski en una versión añeja o una hipnótica sucesión de sonidos ambientales que incluye el sobrevuelo de un biplano. Los rojizos cipreses de pantano que emergen del estanque al otro lado de los cristales del palacio contribuyen a aumentar la sensación de irrealidad.
La pareja estuvo presente en la última dOCUMENTA con dos piezas
El guiño sonoro aeronáutico recuerda a una de las dos piezas de su autoría que protagonizaron la última dOCUMENTA, en la que un público sobrecogido escuchaba el sonido de un bombardeo en el claro de un bosque de Kassel, ciudad alemana que fue atacada durante la Segunda Guerra Mundial. En la otra pieza, Alter Bahnhof, también resonaban los ecos de la memoria. En aquella ocasión, los asistentes, que guardaban colas hasta de una hora y media, andaban en una especie de trance, guiados por un vídeo proyectado en un teléfono inteligente y mecidos por las órdenes susurradas a través de los auriculares por la voz de una mujer, por la estación de la ciudad, desde donde salían los vagones de deportados a los campos de concentración. Un paseo, firmado a medias, que recordó a los célebres video walks con los que Cardiff asombró en solitario al mundo del arte en los noventa.
Babelia
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