El piano poético de Evgeny Kissin
El intérprete ruso estrena programa en Madrid, dentro del ciclo Ibermúsica
Evgeny Kissin (Moscú, 1971) posee una memoria de galgo que esparce a su tempo, algo más lento, no para el piano, pero sí para la vida real. Puede recordar con qué piezas debutó en España, cómo eran las calles de su Moscú natal —"frías, viejas, oscuras, pobladas de mujeres ocultas bajo un manto”— cuando por primera vez se enfrentó a Prokofiev en el conservatorio.
La memoria es su aliada: bien al instrumento, donde a cada paso demuestra por todo el mundo la transformación de su prodigioso talento de niño en las manos del intérprete maduro que es hoy, o en las tardes de soledad, cuando en las habitaciones de hotel la ejercita recitando... ¿Poesía? “Sí, y artículos de prensa que leo, me gustan y los digo en alto”, afirma.
Como el que escribió sobre su arte de joven aún asustadizo, pero ya dueño de una personalidad única, el crítico Harold Shonberg, leyenda periodística de The New York Times. “No me acuerdo de lo que le dije, pero sí de lo que él escribió: ‘El señor Kissin se muestra escéptico sobre la escuela rusa, pero esta existe y él forma parte de ella”.
¿La escuela rusa? ¿Aquella que con la caída del comunismo fue extendiéndose por todo el mundo con profesores y alumnos aventajados, como él, judío errante que ha acabado en Nueva York y ha vivido también en Londres y París, pero no ha regresado al lugar de sus orígenes? ¿La misma que parió a Sviatoslav Richter, a Vladímir Horowitz, a Emil Gilels, todos pianistas soberanos, todos maestros libérrimos, cada uno de ellos insólito y legendario?
España es un país de su preferencia y que ya conquistó con solo 17 años
“Yo no sabía qué era la escuela rusa hasta que él me la mencionó. Corresponde a los críticos, a los musicólogos, hablar de esas categorías. Supongo que existe y que yo me formé en su seno y que si usted escucha bajo mis dedos algo que pueda parecerse a su estilo, lo será, pero yo no soy consciente de ello”, afirma Kissin.
Hoy domingo podremos comprobarlo en el Auditorio Nacional de Madrid, en el espléndido ciclo Ibermúsica, uno de esos grandes foros de arte mayúsculo superviviente en la capital.
Lo hará con Beethoven (Sonata Waldstein), Prokofiev (Sonata número 4), Chopin (Mazurcas y Nocturnos) y Liszt (Marcha Rákóczi) en un programa que estrena en España, lugar para él de preferencia, al que siempre soñó acudir desde niño y que conquistó cuando tenía 17 años —hoy ha cumplido 43— para no dejar de visitar año tras año: “También recuerdo lo que escribió un crítico después de tocar la Rapsodia española, de Liszt. Que ahora que había debutado en su país, podía comprobar que dicha pieza no tenía nada que ver con ustedes”.
Quizás sí se asemeje más en algo Chopin. “Aunque él es indescriptible, no sé si se puede definir el amor, nunca estará suficientemente bien explicado y, sí es así, prefiero no saberlo”. Pese a todo, se atreve a sostener que Chopin, por la múltiple y consagrada exploración de sus formas musicales para el piano, es lo más parecido a la poesía que puede encontrar dentro del repertorio: “De eso soy capaz de entender algo, aunque sólo fuera porque desde niño me dijeron que aportaba un acento poético a mi música”.
"No sé si se puede definir el amor, nunca estará bien explicado"
La poesía es su otra pasión. “De entre todos los poetas rusos prefiero a Pushkin, es el Bach del género, y entre los españoles, a Lorca”. Ha escrito ya algunos versos en yidis. “Tienen que ver con mis recuerdos de infancia, cómo escuchaba a mis abuelos maternos hablar en su lengua detrás de la puerta”. Eran los tiempos en los que él ya se había decantado hacia lo que le esperaba: una vida marcada por la música. “Desde que empecé a tocar con dos años, nunca me he sentido forzado, obligado, presionado, siempre he hecho lo que amaba hacer. ¿Que me he perdido muchas tardes de jugar al voleibol? Puede ser. Aunque no parece muy grave, ¿no cree?”.
La ausencia de tierra bajo sus pies le define: “Una vez, una astróloga me hizo el horóscopo. Su conclusión fue que no estaba interesado en absoluto en el mundo material, pero sí en el de las ideas”. Eso le marcó y decidió también rodearse de gentes que le trasladaran a esa dimensión flotante de lo intangible.
Palabras que miden su peso en aire grave, como las de la poesía. “Un arte que goza de todos los paralelismos con la música”. Notas que destilan un particular y frágil romanticismo, movimiento que puebla el eje de su repertorio decantado hacia Beethoven, Chopin, Schumann, Brahms, Liszt... Otra materia inaprensible, la del arte pertinente que le ha consagrado como uno de los grandes pianistas vivos.
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