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El hombre que murió de agotamiento

Enrique Jardiel Poncela es uno de esos autores que se agiganta con el tiempo

Isabel Valdés
Caricatura de Jardiel Poncela aparecida en la prensa de los años 40.
Caricatura de Jardiel Poncela aparecida en la prensa de los años 40.

La vida de Enrique Jardiel Poncela cedió a su propia pasión, lo consumió su energía. Fue la conclusión poética a la que llegó su discípulo, Miguel Martín, en su libro El hombre que mató a Jardiel Poncela (Planeta, 1997). Una idea más bucólica que el diagnóstico médico: cáncer de laringe. Pero su hiperactividad artística no era una percepción, sino una realidad que lo ha erigido como uno de los autores españoles más importantes del siglo XX.

Un visionario ecléctico y un precursor valiente al que solo el tiempo ha dado una justa dimensión. “Y todavía queda”, asegura tras unas pequeñas gafas redondas Ignacio Armada, el comisario de la exposición que, desde el viernes 7 de noviembre y hasta el próximo miércoles 12, la Fundación SGAE dedica como homenaje y reivindicación al autor a quien la mayoría conoce y reconoce como dramaturgo cómico.

Parte de los planos del teatro giratorio ideado por Jardiel Poncela.
Parte de los planos del teatro giratorio ideado por Jardiel Poncela.

Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 1901) fue mucho más. Murió a los 51 años, aunque podrían haber sido 100. Produjo como si lo fueran a pesar de que su memoria y su legado se han resistido a salir por completo de la sombra —injusta para el madrileño de la calle Augusto Figueroa— de nombres como Miguel Mihura. “Falleció joven, no vivió el aperturismo de los años 60 y 70; y sus comentarios, en algunos casos anticomunistas y antisemitas, y en otros contrarios al conservadurismo franquista, le crearon enemigos y críticas en ambos bandos”, explica el comisario. No fue un autor político, no lo pretendió y se defendió en varias ocasiones de esa idea. “Y mucho menos un autor oficial del régimen franquista”, apunta Armada, “queremos mostrar precisamente a ese Jardiel menos conocido”.

A lo largo de casi cinco metros de pared se extiende una tira de celulosa tostada por el tiempo y cubierta por una idea del autor, que en los últimos años intentó convertirse en empresario de la escena: un teatro giratorio. Distintos dibujos, apuntes, colores y explicaciones cubren el vetusto boceto de uno de los proyectos que llegó a patentar pero que nunca vio la luz.

“No llegó a tener dinero para ponerlo en marcha pero es una idea muy avanzada para la época, es el concepto de teatro musical de Broadway en un país con teatros pequeños y reconvertidos durante décadas sin ninguna novedad”. Una concha tintada de un amarillo ocre, un apuntador con gafas parapetado tras el escenario. Butacas, tramoyas, luces. Incluso un puente sobre el que se ve un vagón de tren. Decenas de detalles que reflejan la minuciosidad con la que el dramaturgo visionó ese sueño, que, sobre el papel, termina así: “Por los diseños y para que no se culpe a otro, Jardiel Poncela”.

“No sólo conocía profundamente la estructura teatral, sino la industria”, explica el comisario. Escribió cuentos para niños en encuadernación de dieciseisava, historias de misterio que él mismo editó con las que intentó hacerse un hueco en el género cuando aún no había empezado a escribir textos cómicos, novelas de fantasía sobrenatural, fue compañero soñado de Sherlock Holmes en sus cuentos cómicos Las novísimas novelas de Sherlock Holmes que publicó en la revista Gutiérrez en los años 20. Vivió el mundo del cine.

Angelina o el honor de un brigadier, una obra de teatro en verso que se estrenó en 1934, llegó a Estados Unidos como película. No se sabe cómo”, relata Armada. En 1935, aprovechando el sonoro y que no había sistemas de doblaje, logró convencer a la Fox de que la mejor manera de abrir el mercado hispano era hacer películas en español y codirigió, junto a Louis King, la película con el mismo nombre que la pieza teatral. “Se estrenó aquel año, y la Fox la tuvo retenida durante años. Hasta el 89, cuando la Filmoteca Española consiguió que se la dejaran pasar en el Festival de San Sebastián”. Nunca más se ha visto, hasta el día de inauguración de esta muestra, cuando, restaurada, se proyectó en la Sala Berlanga, tapizada de las caricaturas, los dibujos, las obras y los manuscritos del autor que encierra en su origen a Oscar Wilde y a Ramón Gómez de la Serna —quien dio aliento a los incisivos aforismos y las ilustraciones por doquier de Jardiel Poncela—.

Carta de Jardiel Poncela a un amigo desde Uruguay.
Carta de Jardiel Poncela a un amigo desde Uruguay.

“En los últimos diez años en España hemos ido borrando prejuicios. Es el momento de situar al autor en el foco adecuado”, argumenta el comisario. La Fundación SGAE quiere resaltar la presencia del autor con esta exposición: “Su estilo ha tenido una gran influencia en la cultura iberoamericana contemporánea y el colofón será el fallo del Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela”. Nuevo nombre para un galardón que la institución da desde hace 22 años y dará eco a la parte oculta de aquel hombre enérgico, que dibujó música en sus primeros sainetes y ordenó tras una claqueta.

Ese a quien los exiliados de la república le reventaron los estrenos en Uruguay pensando que su fama en España lo convertía en un esbirro de Franco. El mismo que soñaba con un mundo cosmopolita en un país tintado de gris por el velo de la guerra. El que escribió un prólogo a carne descubierta en La tournée de Dios criticando a derechas e izquierdas de la Segunda República. También el poeta:

“Soledad entre las gentes.

Comerciantes y clientes.

Un templo junto a un teatro.

Veintitrés o veinticuatro

religiones diferentes.

Agitación. Disparate.

Un anuncio en cada esquina.

Jazz-band. Jugo de tomate".

Era Nueva York, a la que miró con la misma ironía e intuición con las que se acercaba a cualquiera de sus realidades. Enrique Jardiel Poncela, que pronunció: "Los muertos, por mal que lo hayan hecho, siempre salen a hombros". Que se lo digan a él.

Jardiel Poncela, movimiento lateral-ascendente

La exposición de la Fundación SGAE, Jardiel Poncela, movimiento lateral-ascendente, puede verse en la Sala Berlanga (calle de Andrés Mellado, 53, Madrid) desde el 7 hasta el 15 de diciembre; acompañada de una serie de actividades (cine, lecturas dramatizadas y un recital poético) con las que la institución ha querido completar este homenaje y reivindicación del autor.

El material con el que cuenta la muestra forma parte de la colección de los herederos del dramaturgo —sobre todo de su nieto, Carlos Dorrell— y del Centro de Documentación y Archivo de la SGAE.

Entrada: 3 euros.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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