Pinilla: “He escrito por mi madre. Yo quería escribir para dar la talla”
En esta conversación, que próximamente aparecerá en la revista digital 'Gemfeed', el escritor vizcaíno, fallecido el jueves, habla de la novela en la cual trabajaba, de sus influencias literarias y de su gran obra: 'Verdes valles, colinas rojas'
Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923, Getxo, 2014) paseaba todos los días por los escenarios de sus novelas -—que son también los de su vida— y publicó este mes la tercera entrega de la serie policiaca de Samuel Esparta, Cadáveres en la playa(Tusquets). Siguiendo una entrada exterior al núcleo urbano de Getxo, se llega a su casa junto a una huerta fecunda. Puso a la casa el nombre de Walden, en homenaje a H. D. Thoreau, filósofo de la desobediencia civil y hortelano como Pinilla.
Perseveró en su tarea de escritor al margen del reconocimiento público tras haber sido premio Nadal, en 1961, por Las ciegas hormigas y finalista del Premio Planeta, en 1971, por Seno. Ya octogenario, le llovieron los premios (Euskadi de Literatura en castellano, de la Crítica, Nacional de Narrativa). El pasado septiembre había cumplido 91 años.
Llevaba una vida tranquila y afirmaba que viajar “es una huida, como tratar de llenar un vacío”. Sin moverse de Getxo, Pinilla conjuró el vacío construyendo un universo inagotable.
Pregunta. ¿Cómo sigue teniendo tantas ganas de escribir?
Respuesta. Tengo salud y la mente bien. De hecho yo creo que estoy mejor mentalmente ahora que en mis veinte años. Y la muerte no me da miedo, la muerte me da sólo pena. Porque sé lo que no voy a encontrar en el otro lado: no habrá nada. Hay que vivir lo más posible, con salud.
P. ¿Tiene alguna filosofía como escritor?
R. La de sentirme un hombre libre con todas sus consecuencias. Escribo en libertad, siempre he escrito lo que me ha dado la gana. Por ejemplo, en la novela sobre la que estoy trabajando actualmente hay un episodio que trata sobre la Virgen. Esta chica queda embarazada, pero no por su marido. Y no se le ocurre otra cosa que decir que la ha visitado un arcángel, fíjate la que organizó. ¡Y esto lo recoge la Biblia! No sabes lo que disfruto, ojalá se me ocurrieran más herejías… Al ser libre y mínimamente consciente del entorno, me ha interesado denunciar las injusticias, o la ridiculez del nacionalismo. Pero no de manera sistemática, desde el análisis sociológico, sino a través de la novela, con personajes que te van llevando en una dirección. El mérito de la literatura está en componer un argumento o una escena que convenzan, por muy tontos que sean. Cuando consigo esto, soy feliz.
P. ¿Cómo aborda la novela en marcha que le ocupa las tardes?
R. Es una novela que se llamará Los inmaduros. Yo tenía una idea general: unos señores deciden en cierto momento de sus vidas vivir su vocación (uno es escritor, otro pintor, otro fotógrafo), desertan de las familias y coinciden en un caserío de la playa. Allí se instalan, a vivir su vocación, de modo sencillo y humilde. Y en esto contravienen la opinión de sus señoras que los consideran gente sin fuste, sin fundamento. Poco a poco voy metiendo las idiosincrasias y peripecias de los personajes. Cuando ya tienes un corpus vivo, la novela sale por sí sola prácticamente.
P. La dedicatoria de la gran trilogía Verdes valles, colinas rojas dice: “Ahora sé por quién he escrito siempre. Pero mi verdadero mundo fue otro”. ¿Es indiscreto preguntarle por su sentido?
R. No, qué va… He escrito por mi madre. Resulta que éramos dos hermanos, yo era el mayor y una madre cuida siempre más al pequeñito. Además mi hermano era astuto y yo un inocente, él sacaba buenas notas y yo no… No me he quitado nunca la sensación de estar rebajado frente a él –lo dice riéndose— y suponer que mi madre era la imaginaria jueza en esto, aunque todo fuese una invención mía. Yo quería escribir para dar la talla. Y por supuesto que he separado vida y literatura. Imagínate: llegué a Getxo a principios del invierno del año 57, casado, con dos hijos pequeños, a hacer una casa sin una peseta, con una pequeña hipoteca y con una huerta de la que ocuparme. Yo la llamo la “época épica”. Escribí Las ciegas hormigas en el trabajo, buscando huecos libres. Nunca he sido de esos hombres que dicen “aquí estoy yo, yo quiero escribir” y se encierran en una habitación con pestillo. Yo escribía cuando tenía tiempo.
P. ¿Qué ha aprendido de otras lecturas?
R. Me fijo mucho en el estilo literario, es importante acertar en el estilo que le va a uno. Se hace eligiendo a un autor, fijándose no en las cosas que dice, sino en cómo las dice. Yo me fijé en Faulkner: le leía, cerraba el libro y me ponía a escribir con su música. Le copiaba. Algo parecido me pasó con García Márquez. Todo está en la música de lo que escriben.
P. ¿Cómo se sobrepuso a prácticamente cuarenta años de silencio después de ganar el Premio Nadal?
R. Consiguiendo ser uno mismo independientemente del entorno, que tiene que ser secundario. Hay personas que son como unas hojuelas que con viento leve se quedan afectadas, tienen mal genio y sufren. Yo estaba disgustado con los editores de aquel momento, tuve desavenencias con ellos y los eché a un lado a costa de quedarme sin publicar. Luego fundé la pequeña editorial Libropueblo que vendía libros a precio de coste y publiqué unas cuantas novelitas. Así que aunque no me hubieran publicado nunca más, yo seguiría escribiendo. Y creo que hubiese escrito lo mismo que he escrito.
P. Salta a la vista la influencia del cine en su literatura…
R. Sí, el cine me ha ayudado a escribir. Por ejemplo, cuando salió la primera versión de Cyrano de Bergerac, yo debía de tener unos veinte años, me pareció tremendamente emotiva y salí del cine llorando. También me pasó con Solo ante el peligro. Ese espíritu intransigente de unos ciudadanos que no cedían al entorno, que se sobreponían llevando adelante su empresa, que pudiendo no triunfar acaban triunfando… ese heroísmo y ese sacrificio me conmovían. Y además el cine norteamericano tiene la viveza, el ritmo, el empuje, el lenguaje directo. He prestado siempre mucha atención a los diálogos. Creo que dialogo bien por influencia directa de ese cine. El lenguaje es básico, hay que cuidarlo mucho.
P. ¿En qué piensa cuando pasea por las mañanas?
R. A veces en nada en particular, voy cantando tangos de Carlos Gardel. Y otras veces me pongo a recordar. Porque Getxo es un recuerdo vivo. Como todos los viejos, yo me acuerdo de mis padres, también de mi niñez y de la de mis hijos. Y fíjate, me da por pensar que algo no hice muy bien: no les he puesto suficiente música cuando eran pequeños.
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