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Combate feroz contra el miedo

Los Dardenne retratan en ‘Dos días, una noche’ la lucha agónica de una trabajadora

Rocío García
Los directores belgas Jean-Pierre (izquierda) y Luc Dardenne.
Los directores belgas Jean-Pierre (izquierda) y Luc Dardenne.

Desde hace unos diez años tenían un guion medio escrito que no conseguían sacar adelante. No saben muy por qué. Ahora sí se lo explican. Solo necesitaban la oportunidad terrible de la crisis y el paro. "La situación actual de Europa es la que nos empujó a volver a este guion y sacarlo adelante, conscientes de una realidad aterradora como es la obsesión que existe por la productividad que obliga a los trabajadores a competir entre ellos, a veces de forma violenta". Los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, de 63 y 60 años, respectivamente, retratan así en Dos días, una noche, el recorrido agónico que realiza durante un fin de semana una trabajadora para tratar de convencer a sus compañeros de que renuncien a una paga extra para que ella pueda mantener su empleo. Los Dardenne, una pareja de entendimiento perfecto a nivel personal y cinematográfico -no en vano llevan ya firmados juntos nueve largometrajes-, se turnan metódicamente en las respuestas. “Dos años, una noche es un filme contra el miedo, contra el miedo económico ante la posibilidad real de perder el trabajo. Todo el mundo conoce gente, también nosotros, que se ha visto enfrentada a esta situación, personas endeudadas. En esta realidad, el miedo está muy presente y lo que nosotros hemos querido retratar es que incluso hoy, en circunstancias tan adversas, es posible luchar contra él”, asegura Jean-Pierre Dardenne, en Valladolid, donde la película forma parte de la sección a concurso de la Semana de Cine Internacional de la ciudad, Seminci, cuyos premios se darán a conocer mañana sábado.

A su lado, su hermano menor, Luc, escucha atento la reflexión de Jean-Pierre y defiende el filme como el elogio a la solidaridad y la fragilidad de las personas. “Hoy más que nunca es necesaria la solidaridad y por eso nos hemos sentido obligados a dar testimonio de su importancia. Es difícil en tiempos críticos ponerse en el lugar del otro porque el sacrificio al que uno se enfrenta es muy grande. No es lo mismo, por ejemplo, realizar grandes huelgas en época de penurias que cuando la distribución de la riqueza es más justa. Es también un canto a la fragilidad, algo poco común en una sociedad en la que parece que solo se valoran la eficacia, la potencia, los salarios, la competencia entre nosotros mismos. Todos somos cómplices de ello”. De lo que huye esta pareja es de hacer de su película una tesis o un juicio a los trabajadores que van desfilando delante de su compañera.

Una trabajadora a la que interpreta una deslumbrante Marion Cotilllard, toda una estrella internacional. Con ella, los hermanos Dardenne han roto una tradición de su cine como es la de trabajar con actores casi desconocidos. “Fue un flechazo cinematográfico. Es la mejor decisión que hemos podido tomar. Ha sido una experiencia única. Sabíamos nosotros, y ella también, que tenía que dejar a un lado su imagen de estrella no solo en el cine, sino también en el mundo de la moda y el lujo. Nos reunimos con ella durante el rodaje de De óxido y hueso, de Jacques Audiard, queríamos verla antes de tomar ninguna decisión. Casi inmediatamente después de sentarnos nos dimos cuenta de que estábamos ante la actriz de nuestra película y así se lo hicimos saber. Hay algo en Marion que es muy misterioso. Cuando interpreta, su personaje puede estar muy lejos pero al mismo tiempo bien presente”, explican uno tras otro los dos hermanos. La actriz ganadora de un oscar en 2008 por La vie en rose, en la que se ponía en la piel de Édith Piaf, uno de los grandes símbolos de la música en Francia, no tuvo, advierten los Dardenne, ningún tipo de privilegios. “Ni peluquero, ni maquillador privado”, le advirtieron de antemano. “Fue muy generosa y disciplinada, no solo durante los ensayos, seis semanas, sino a lo largo del rodaje realizado en orden cronológico”. Y más teniendo en cuenta la máxima de estos cineastas belgas: no hay lugar para la improvisación. “Nosotros estamos abiertos a los cambios, las propuestas, Marion hizo varias muy buenas. Nos gusta que los actores propongan cambios pero durante el rodaje no improvisamos”.

Asiduos y adorados en el Festival de Cine de Cannes, dos Palmas de Oro por Rosetta (1999) y El niño (2005), premio al mejor actor para Olivier Gourmet por El hijo (2002), mejor guion por El silencio de Lorna (2008) y Gran Premio del Jurado por El niño de la bicicleta (2011), con Dos días, una noche se fueron de vacío en el último certamen francés, a pesar de que el filme sonaba en las más poderosas quinielas. Ellos lo asumen con gallardía, esperando que la Seminci vuelva a repetir el premio que les concedió hace ya 18 años con La promesa, su primer largometraje de proyección internacional. Mañana se desvelará la incógnita.

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