Diego Urdiales vislumbra la gloria
El torero riojano emocionó a Las Ventas con naturales hermosos y una estocada de época
El riojano Diego Urdiales casi tocó la gloria con las yemas de los dedos, pero no tuvo ocasión de zambullirse en ella y disfrutarla. Se lo impidió un toraco de enorme volumen y 600 kilos de peso, un sobrero manso, deslucido y huidizo, que le cerró a cal y canto la puerta grande que ya tenía entreabierta. La decepción fue mayúscula, pero ahí, para los anales del recuerdo, quedan para siempre la torería, la hondura, la pureza y el buen gusto de un señor vestido de luces que hizo el toreo auténtico en el ruedo de las Ventas.
Porque lo que ayer dijo Urdiales es que es un torero de cuerpo entero, que posee los mimbres del valor y la estética, que conoce los secretos del temple, que manda, que posee un alma sensible, que es elegante e imaginativo y derrocha personalidad y empaque.
Así lo vio y disfrutó Madrid ante su primer toro de la muy aceptable corrida de Adolfo Martín, que no se empleó en el caballo y llegó a la muleta con nobleza no exenta de brusquedad y muy exigente. Urdiales, que no había podido torearlo con el capote, lo citó, primero, con la mano derecha y no consiguió más que pases sueltos en varias tandas de limpieza intermitente. Era evidente, entonces, que ese toro exigía un compromiso a cara o cruz. Se pasó la franela a la zurda, se atemperó la embestida, se inspiró el torero y brotaron dos tandas que fueron un puro gozo. Bien colocado, con la muleta planchada y el ánimo despierto, Urdiales dibujó naturales lentísimos, -el animal humillado y fijo en cada embestida-, largos, muy hondos y sentidos, un derroche de buen gusto que ilusionó a los tendidos porque aquello era toreo de verdad. Montó la espada el torero tras muchas probaturas, se tiró encima del morrillo del animal y cobró un estoconazo de época.
La oreja fue de ley. Queda, no obstante, la interrogación. ¿Era toro de dos orejas? Lo hubiera sido, sin duda, si el torero se la llega a jugar como la ocasión merecía en esa primera parte de la faena que quedó volátil e insulsa. Meritísima la actuación de Urdiales, pero incompleta. Con ese toro, que no era fácil, debió lanzar la moneda de la salida a hombros o la enfermería. De ese modo, se hubiera ahorrado el lamento que le recorrió el cuerpo entero cuando comprendió que el sobrero quinto era un marrajo cobarde e inservible. También es cierto que esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero el torero es él y quien tuvo la oportunidad de gozar de la gloria grande es Diego Urdiales. Y solo él es el responsable de que no haya sido así. Fue la suya una oreja de peso, pero debió cortar las dos.
Martín/Uceda, Urdiales, Marín
Toros de Adolfo Martín, -el quinto, devuelto-, bien presentados y cumplidores en los caballos; destacaron primero, segundo y sexto por su nobleza y casta; muy descastado el tercero y bronco el cuarto. El sobrero, de Puerto de San Lorenzo, muy manso.
Uceda Leal: pinchazo y estocada (silencio); estocada (pitos).
Diego Urdiales: _aviso_ gran estocada (oreja); estocada, un descabello y el toros se echa (ovación).
Serafín Marín: estocada (silencio); estocada (oreja).
Plaza de las Ventas. 5 de octubre. Cuarta y última corrida de la Feria de Otoño. Casi lleno.
Junto al riojano, un catalán, Serafín Marín, que volvía por méritos propios, y al que una voltereta -lo que son las cosas- lo despertó para cortar un apéndice en el último minuto que viene a ser como la respiración boca a boca para quien está con los pulmones anegados. Su primero fue tardo, descastado y parado, pero noble y con recorrido se mostró el sexto. Marín andaba por allí, con las ideas poco claras y el cuerpo despegado, cuando su oponente lo levantó en peso, lo zamarreó y le perdonó la cornada. Volvió Serafín a la cara del toro, con la semblante ya de torero, y envalentonado, y suplió su escasa experiencia con una loable decisión que le permitió trazar un par de tandas de redondos y naturales que derrocharon sabor y llegaron a los tendidos. A la hora de matar, hizo la suerte de verdad y la estocada fue fulminante. Ojalá que la oreja que le concedieron le sirva para el futuro, y que haya aprendido que no hay que esperar al revolcón para ponerse en el sitio que embisten los toros.
Volvía otra vez el veterano Uceda Leal. Desaprovechó al noble, que no tonto, primero, con el que no levantó el vuelo porque el ánimo del torero es corto y conformista. Algún muletazo resultó aceptable, pero a toda su labor le faltó la unidad imposible cuando son las dudas las que mandan. El cuarto volteó a Antoñares en banderillas; tenía guasa, era el más correoso y difícil de la tarde. Uceda lo mató pronto y escuchó pitos.
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