Epistemología del color marrón
La primavera es verde, el verano es rojo y la suma de ambos crea el otoño marrón. Más floralmente, la mezcla del violeta y los lirios acaba también en color marrón.
La vegetación otoñal como el efecto de la confusión psicológica de las flores cuando van perdiendo juventud y se recuestan en el lecho oscuro.
El otoño es una estación con glamur pero, paradójicamente, el marrón que la preside es el menos glamuroso de todos los colores. Aunque todo ello es un decir, puesto que todos los colores son regios. La cuestión radica en que frente al precio y la prestancia del azul ultramar (venido del más allá de los mares y de su caro lapislázuli) o la laca carmesí (proveniente de la cochinilla habitando en el subsuelo de la planta perenne knawel, solo aprovechable en los 15 días siguientes a la noche de San Juan), el marrón sería una cosa de pobres. Se hallaba en la tierra, en el barro, en las turbas, en los betunes. Su empleo en el Renacimiento, no obstante, lo unió a pinceladas de oro y esta iluminación hizo apreciable el ocre suave de Siena y también el ocre tostado que permitió a Correggio, Caravaggio o Rembrandt convertirse en los taumaturgos universales del negro y del marrón.
La colección de Valentino para el otoño/invierno del año pasado se inspiraba en Rembrandt y en la porcelana de Delft. Y este mismo año, en la pasarela de París, varios diseñadores han seguido trabajando sobre el fondo del marrón y sus misterios. El marrón es así, brumoso, el Dios padre del Antiguo Testamento.
¿Pero es esto, además, señal de tristura humana y social? Los colores son tan veleidosos y frívolos como su enunciación, desde la malaquita a la azurita emparentadas nominalmente e indiferentes a la belleza del mal o el azur.
Le Corbusier decía que “el color era propio de la razas simples, de campesinos y salvajes”. Y añadía: “Acabemos con esto”. Habría llegado la hora, hace un siglo, de armar una cruzada de racionalidad fría contra la indecente pasión del colorismo. El blanco, el negro y el gris contra la loca verbena del color.
Los colores son mariposones pero gracias a ello los pintores saben, por ejemplo, que un buen gris nace de juntar un poco de blanco junto a un azul oscuro y ¡un marrón!
El marrón fue el color publicitario de los coches a comienzos de la crisis y el blanco roto es ahora la coartada frente a la sucia corrupción. El color blanco retrata además la anemia, el paro, la deflación mientras el marrón comprendía señorialmente una pila de colores quemándose hacia un porvenir mejor.
Valentino en su última colección para la primavera/verano de 2015 reemprende la policromía. Y los diseñadores, en general, inciden ahora en la mezcla anárquica de todos los colores. El caos (desde la primavera árabe a la primavera china) se representa en una promiscuidad contra la síntesis, en la idea sin un rumbo, sin un Rembrandt, mientras la población amilanada se come diariamente el marrón.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.