Irma Thomas eleva el soul a su máxima potencia
A sus 73 años, la cantante demuestra en el Outono Códax Festival de Santiago que es una reina
A primera vista, es una escena tan cotidiana que debería pasar desapercibida, pero apenas faltan cinco minutos para que Irma Thomas, llegada desde Madrid y antes desde la misma Nueva Orleans, salte al escenario de una sala abarrotada que ansía escucharla. Esa mujer oronda, de ojos saltones y risa impactante, que retumba por toda la habitación y conquista como un flechazo, dobla los puños de la camisa de su marido Emil en el camerino. Le recrimina con cariño que se los deje a medio camino, ni subidos hasta los codos ni abrochados en los puños. “Cariño, ya sabes cómo soy”, dice él, incapaz de estarse quieto y ejercer de manager extraoficial, con su vaso de coñac en la mano, sus anillos, pulseras y reloj de oro. “Calla, y déjame que me concentre en el concierto, que está a punto de comenzar”, dice ella mientras dobla esos puños, sin perder la sonrisa, sentada en una silla.
A primera vista, Irma Thomas parece estar lejos del papel que, verdaderamente, representa en la historia de la música popular: esta vocalista de garganta estratosférica es una de las grandes voces femeninas del último medio siglo, una voz capaz de templar tempestades, curar heridas o hacer fabular con imposibles. Ataviada con su camisa roja de lentejuelas brillantes y su ajustado pantalón negro, necesita de ayuda para subir las escaleras que la conducen al escenario, aunque por el camino no pierde el humor. “Todavía hay más escaleras. No me lo puedo creer”, se queja risueña mientras saca la lengua en señal de pacífica protesta. Segundos después negará con la cabeza, a punto de subir los últimos cuatro peldaños, cuando escuche que la banda, formada por músicos españoles y encabezada por el estupendo organista Julián Maeso, la presenta como “la reina de Nueva Orleans”.
Pero Thomas lo es. Es una reina en lo suyo: el soul. Bien lo demuestra sobre el escenario de la sala Capitol de Santiago de Compostela, donde se celebra el Outono Códax Festival. Moviéndose en pequeños pasos mientras intenta buscar la mirada de las personas de la primera fila, esta vocalista estadounidense, que se pasó varios años de camarera antes de dedicarse a la música, sabe medir perfectamente los tiempos de los ritmos que hicieron célebres a Otis Redding, Wilson Pickett o Aretha Franklin, con la que ha sido comparada desde que debutó con menos de 20 años.
Sucede cuando interpreta con deliciosa delicadeza It’s raining, que el maestro Allen Toussaint compuso para ella en 1962, o cuando afronta Time is on my side, que, como bien recuerda, grabó antes que los Rolling Stones. También se despliega como una intérprete sobresaliente cuando encara Breakaway, esa melodía irresistible que Jackie De-Shannon le regaló en 1964, o cuando eleva la emoción del respetable con su entregada versión de Forever Young, de Bob Dylan, a la que da paso tras un discurso sobre sus años de juventud. Son pequeñas joyas de un cancionero que desborda pasión. Mezcla del blues, R&B y soul, con esa seña de identidad de Louisiana, impulsada por una voz tan fiera como relajante, como ese condimento imposible y agridulce, entre lo melancólico y lo adictivo, la veterana cantante raya al mismo gran nivel cuando interpreta su cancionero clásico de los sesenta como Take a look o Cry on.
No por casualidad, Thomas es cabeza de cartel del festival Outono Códax de Santiago de Compostela, que celebra este año su cuarta edición, consolidándose como un referente absoluto de la música soul en España, gracias a su participación pero también a la de Sonny Knight, el corpulento y bregado soulman del Misisipí que tocó el pasado sábado 20 de septiembre, Ray Gelato o la torrencial y joven Hannah Williams, que actuarán en los dos próximos sábados. En anteriores ediciones, pasaron personalidades como Barbara Lynn, The Chiffons, Lala Brooks o Maxi Brown por esta fiesta de la música negra, que da también la alternativa a bandas gallegas como teloneras de las estrellas.
Estrellas como Irma Thomas, que se lo han ganado por derecho propio, aunque a sus 73 años radie una humildad entrañable, más normal en una anciana hogareña que en una auténtica diva del soul más legendario. Puede que, como dice ella, esta actitud sea consecuencia de que nunca ha tenido tiempo de creérselo del todo. Porque, a día de hoy, pese al reconocimiento de los músicos más reputados, como Bob Dylan, Dr. John, Bruce Springsteen, Elvis Costello o Norah Jones, el público más entendido e incluso –rareza- las autoridades, como el alcalde de su ciudad, que la nombró oficialmente “reina de Nueva Orleans”, se hace muy difícil dilucidar los motivos por los que una vocalista superdotada como ella no ha conseguido permanecer en el primer peldaño de la gran memoria colectiva, al nivel de coetáneas como Aretha Franklin, Etta James o la ahora recuperada Mavis Staples. Tal vez, fuera por tomar decisiones arriesgadas cuando, tras los éxitos de sus primeros sencillos, rechazó un contrato con la potente Chess Records, compañía con la que llegó a grabar. O, tal vez, fuera porque, en los mejores años de su vida, siendo una chavala, estuvo más preocupada en sacar adelante a sus hijos que en jugársela en la carretera. O, incluso, puede que fuera una simple cuestión de suerte. A saber.
Lo único cierto es que, en este 2014 tan avanzado, plagado otro año más de grandes promesas de la música, de salvadores del cotarro y mastodontes vacuos que ofrecen sus discos a través de las presentaciones de móviles de última generación, Irma Thomas es sinónimo de grandeza. Porque, primero, dobla los puños de la camisa a su marido, luego sonríe humilde cuando escucha que la llaman reina y después te transporta con emoción a Nueva Orleans como si no hubiese mañana, ni ayer, ni nada. Como si esa ciudad mitómana de Estados Unidos, arrasada por el Katrina, la conocieras de toda la vida, sin haberla pisado jamás. Y, por tanto, como si la música fuera eso: un hecho cotidiano, cierto, pero capaz de guardar el significado de toda una existencia, de todo un mundo por conocer y que, finalmente, pese a todo y por fortuna, conoces.
Babelia
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