Momentos Helen Mirren
“¿Helen Mirren? ¡Te cuento lo que quieras! ¡Adoro a Helen Mirren!” Este verano Sergio Peris-Mencheta ha rodado en Barcelona The Evil That Men Do, de Ramon Termens, y en Madrid, en dos días de agosto, el largo plano secuencia de Hablar, de Joaquín Oristrell, y está ensayando con Roberto Álamo Lluvia constante (Steady Rain), de Keith Huff, que estrenarán el 9 de octubre en los Teatros del Canal. Hablamos de todo eso, pero de pronto surge algo que poca gente conoce: no es frecuente, le digo, haber compartido cartel con Helen Mirren y Joe Pesci. La película era Love Ranch (2012), de Taylor Hackford, y no se estrenó en España.
“Yo interpretaba”, me cuenta SPM, “a un boxeador argentino inspirado en Ringo Bonavena, que murió a tiros a las puertas del Mustang Ranch, en Reno. El primer momentazo es cuando llego a la casa de Taylor y Helen en Los Ángeles para la prueba y ella baja la escalera de caracol. Ella, por supuesto, todavía no es Helen: es la imponente Dame Mirren, la mismísima Reina, y el corazón me va a mil. Después de la lectura, Taylor (todavía Mr. Hackford) nos pide que representemos la escena en la que yo me declaro y la beso. Muerto de miedo, me lanzo, y le pego un morreo de órdago. Gran silencio. Más tarde, ella me contará que mi ‘impulsividad’ me valió el papel. Conectamos por eso y por la vía rusa. Ella es rusa y gitana. Le conté que mi madre nació en Moscú, y que mi abuelo vivió allí desde el 39. Hubo otra conexión rusa: los dos habíamos trabajado con Peter Brook (y le reverenciábamos).
Pasé cinco meses en Nueva York, aprendiendo a boxear en el Gleason's Gym de Brooklyn, con Jimmy Glenn. Helen y Taylor me dejaron su piso en St. Mark's Place, en el East Village. Rodamos en Albuquerque. El primer día de rodaje me toca una secuencia con ella, de cinco páginas. Delante de todo el equipo, Taylor me grita: ‘You're ruining the scene!’. Helen me toma de la mano, me lleva detrás de un árbol y me dice: ‘No le hagas caso, cuando rueda se convierte en un gilipollas. Mírame a los ojos, que yo estoy contigo’. A partir de ese momento, uña y carne. Trabajábamos mucho por nuestra cuenta, en el camerino, porque ella ensaya y reensaya, continuamente. Había una escena muy difícil en la que mi personaje le abría su corazón y le contaba toda su vida, y la hicimos a la primera toma. Taylor rompió a llorar al verlo. ¿El mejor recuerdo? Elijo, entre tantos, tres más. Uno: yo estoy agonizando en el desierto y Helen se tiende sobre mí para que no tenga frío, tapándome con su abrigo, bromeando, haciendo el perrito que te folla la pierna, como una niña. Dos: el día en que me confesó, como si fuera una principiante, el miedo que le daba tener que interpretar a Próspero en La tempestad. Y tres: cuando la hicimos nosotros, los de Barco Pirata, grabó un vídeo para promocionar el espectáculo, para ayudarnos. ¿Qué otro monstruo sagrado hace eso? ¡Inmensa mujer! Joe Pesci me había dicho: ‘Si esta película funciona, será el fin de tu felicidad’. No funcionó, así que sigo siendo feliz. Y conocí a Helen Mirren, de la que te hablaría durante horas”.
Babelia
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