Pase de modelos de negocio
Versus y Opening Ceremony ensayan en Nueva York estrategias de venta
Pasaban las ocho de la tarde del domingo en un club de Manhattan cuando se presentó la colección de Versus, línea joven de Versace, que por primera vez ha firmado el diseñador Anthony Vaccarello (Bruselas, 1982). Cuando la última modelo desapareció entre las sombras y los invitados tomaron la pista del piso superior del Metropolitan West para la actuación de St Vincent, lo que se había visto en la pasarela ya podía comprarse a través de internet. La de Vaccarello y Versus es una explosiva y erótica unión de sensibilidades tan bien avenidas que uno se pregunta cómo no se habían encontrado antes. En blanco y negro, con apenas alguna concesión al dorado, los chicos y chicas de Vaccarelo devuelven a Versus a su territorio original con sus atrevidos cortes, imperdibles y grecas.
La pasarela de compra instantánea es una de las alternativas más radicales a un modelo de temporadas que ha quedado obsoleto. Se elimina el tiempo de fabricación que separa el desfile (convertido en un producto mediático de consumo inmediato y global) de la llegada a las tiendas para evitar que en ese lapso otro copie sus ideas y las comercialice antes. No es la única novedad de una industria cada vez más globalizada y cercana a la del espectáculo. Tal vez nada habla tan claramente del nuevo orden que impera en la moda como la presentación de Opening Ceremony. Una obra de teatro escrita por Spike Jonze y Jonah Hill e interpretada por Catherine Keener, Elle Fanning o John Cameron Mitchell sustituye a la pasarela convencional. Puede que la ropa (una treintena de conjuntos gráficos y geométricos lucida por los intérpretes y también por modelos) tenga un papel secundario, pero el entretenimiento está garantizado.
Nueva York busca alternativas para fortalecer una cita que deja en la ciudad cerca de 865 millones de dólares al año (según cálculos proporcionados en 2012 por el entonces alcalde Michael Bloomberg). Por eso los estadounidenses aplauden y abrazan las incorporaciones llamadas a enriquecer un calendario ya atestado (se organizan entre 20 y 30 presentaciones al día). Sean de firmas jóvenes que dinamitan las fronteras entre la moda y el streetwear, como Hood by Air o Public School, o de etiquetas procedentes de cualquier lugar del mundo, como Etxeberria. En siete temporadas, el diseñador Roberto Etxeberria (Eibar, 1976) ha pasado de estrenarse en la plataforma emergente Ego de Madrid a formar parte del calendario oficial de Nueva York. El suyo es un caso de una velocidad insólita y una determinación imparable. Un carácter que explica que para su debut en EE UU concibiera una atrevida colección masculina, íntegramente realizada en piel. Sin rastro de tejido. “El que no se arriesga no gana. Si esto no da frutos, no continuaremos”, ofrece a modo de explicación de una aventura que supone un importante desembolso para la “economía familiar” de una compañía que vende en tiendas como L’Eclaireur, en París. Aunque el diseñador no precisa el importe de la operación, la incubadora Manufacture NY estima que un desfile en Nueva York no cuesta menos de 100.000 dólares.
Una obra de Spike Jonze y Jonah Hill sustituyó a la pasarela tradicional
Etxeberria es un hombre de discurso exuberante que, sin embargo, exhibe una gran capacidad de concisión y síntesis en su trabajo. Así, toda la colección se compone de pantalones cortos, tops y chaquetas que estudian las posibilidades de los fuelles laterales del pantalón tradicional japonés. Se trata de un ejercicio de impecable factura sin concesiones a lo superfluo o banal. “No he sentido ninguna presión especial al diseñar por el hecho de traer la colección a Nueva York”, asegura. “Al ver la sala vacía el día antes del desfile sí se me hizo un nudo en el estómago, pero en lo que respecta al diseño lo tengo todo muy claro. Se trata de hacer algo propio, que te distinga”.
De la última en llegar de las seis firmas españolas que esta temporada desfilan en Nueva York a la más veterana. Custo Dalmau (Tremp, 1959) lleva 35 colecciones presentadas en la ciudad y EEUU continúa siendo su principal mercado internacional. Esta vez Custo juega a revelar la piel a través de cortes sugerentes y tejidos calados. “Se trata de mostrar el cuerpo mientras está vestido”, sostiene. Un ejercicio más contenido de lo que es habitual en la firma y donde los colores - “que recuerdan a sabores, como la menta o el anís”- también rebajan su intensidad. Pero Custo se mantiene firme en sus principios estéticos. “La gente tiene que elegir una forma de vestir que sea la expresión externa de su carácter. Nosotros hacemos una propuesta para personas de todas las edades que mantengan un espíritu joven y busquen color y alegría”, defiende.
La cita deja en la ciudad cerca de 668 millones de euros al año
También aquí se habla de adaptación a la nueva realidad de la industria. En este caso, para explicar una colección cápsula con los supermercados Lidl, lanzada el pasado junio, que causó controversia en España. “No se ha entendido”, asegura el diseñador. “El acceso a los clientes ha cambiado. Las tiendas de moda convencionales bajan, porque todo funciona a través del teléfono. Entre las plataformas de consumo que se mantienen están los supermercados, y por eso hicimos esa línea puntual. Adaptarse a los tiempos no solo significa innovar en el producto, sino en toda la actividad”. El diseñador revela que la cadena estadounidense Target les propuso algo parecido en 2005 y entonces no vieron el potencial de la idea. “No teníamos claro que se pudiera vender moda en un supermercado. Nos dijeron que nos equivocábamos y firmas como Missoni o Altuzarra sí aceptaron después”.
Vender al instante desde la pasarela, en una obra de teatro o en estanterías democráticas son algunas de las fórmulas que ensaya un sistema que no solo busca nuevos modelos de ropa sino también de negocio.
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