Pequeños Rolling Stones
La Escuela de Rock de Santander acerca el género a los niños durante julio y agosto
Pocos miden más de un metro. Tapan con sus voces el estribillo de All Star de Smash Mouth, aunque suene a todo volumen. Sus camisetas llevan impresas lenguas y relámpagos. Y empuñan la guitarra como si hubiesen destrozado 100. Son los niños de la Escuela de Rock del Escenario Santander, un proyecto que, por segundo año, ha montado Del Fuego Producciones. Ya tiene peticiones en otras ciudades. Y un destino asegurado: Madrid. El objetivo será el mismo: iniciarlos en la música y enseñarles la rutina de un músico profesional.
El pasado jueves fue el penúltimo día del campus que empezó en julio y por el que han pasado 600 pequeños roqueros. A las diez de la mañana suena Don't stop believin', de Journey. Se encienden los focos y los flases. De la marabunta final de aplausos sale Luis Aguilar, tiene ocho años y pasea con orgullo una camiseta de Ramones mientras maneja con acierto el catálogo básico para los iniciados: “Tnt de AC DC es mi favorita”.
Apoyado en la barra de bar plagada de dibujos infantiles que hay en un lateral, observa Javier Palacios. Es el gerente del centro. “Normalmente, los apuntan un par de semanas. Aunque los hay que están los dos meses. De diez a dos de lunes a viernes. Es impresionante cómo lo aprenden todo a la primera”. Los precios oscilan entre los 70 euros (una semana) y los 200 euros (un mes) y aunque no hay clases de música con instrumentos, por el poco tiempo y la diferencia de edad — tienen entre 4 y 15 años—, Palacios asegura que “la experiencia prende la chispa. Cuando acaba el campus grabamos un disco con videoclips incluidos de todas las canciones que se han ensayado en el verano. Es un aliciente para ellos, les anima mucho”.
El objetivo es que los chavales vivan la rutina de un músico profesional
Las matrículas son la única fuente de ingresos. El Ayuntamiento cede el local y se encarga del mantenimiento. “El resto, lo ponemos nosotros”, comenta Palacios. Focos, pantallas, micrófonos, altavoces, y personal. Entre otras cien cosas.
Andrés Iglesias es coordinador de los monitores, camina rápido para compensar el hecho de no tener ocho brazos: “No agotan más que cualquier otro niño. Y ver que a pesar de la tendencia comercial, hay una alternativa en el rock, lo compensa”.
Baúles de caracterización, skate, ensayos, clases de baile. “Lo que más nos gusta a casi todos son las batallas de bandas”, cuenta Irene Rodríguez. Tiene 14 años, toca la guitarra y en su casa, Elvis también es el rey. “Recuerdo haber escuchado Love me tender cien veces". Hace un mohín cuando recuerda que el campus se acaba: “Aunque el sábado será la fiesta final y todos la esperamos”. Con diez años menos, Félix llevaba un mes esperando ese día. Su madre, Isabel Etxevarria, está orgullosa: “Sólo tiene cuatro años y hay quien cree que llevarlo tan pequeño es una locura. Pero es el momento. Son esponjas”.
Mientras, una larga peluca negra de la que asoman unas zapatillas camina hacia el centro del escenario colocándose con soltura una pequeña guitarra. Los altavoces vibran con Scorpions y el pequeño que se esconde bajo el disfraz empieza a contorsionarse. Su nombre real ha quedado oculto bajo una mueca pícara. Rock you like a hurricane está llegando a las notas finales, y el diminuto rockero, de rodillas, rasguea su bajo de juguete como si conociera cada acorde. Se queda allí, asintiendo rítmicamente ante los últimos compases.
Babelia
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