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MÁS ALLÁ DE LA BELLEZA

La gacela saltó la alambrada

Penélope Cruz es esa chica inalcanzable que puedes encontrar en cualquier supermercado

Manuel Vicent
La actriz Penélope Cruz, retratada por Jordi Socías en 1993.
La actriz Penélope Cruz, retratada por Jordi Socías en 1993.

Deben de ser incontables las criaturas que han sido engendradas gracias a una canción de Joan Manuel Serrat. Muchas parejas enamoradas solo necesitaban el impulso de su voz para empatarse los cuerpos hasta el fondo sin pensar en las consecuencias. Pudo suceder al final de un verano. Eduardo Cruz, concesionario de coches, y Encarnación Sánchez, peluquera, una noche de sábado tal vez pusieron la canción Penélope de Serrat y se amaron dejándose llevar. La consecuencia fue una niña, que nació en Alcobendas el 28 de abril de 1974 y fue llamada Penélope en su honor.

La niña traía genes extremeños y andaluces, muy raciales, y al final de los ochenta era ya una adolescente de cuerpo pequeño muy bien fabricado, de boca grande y ojos como de un bello animal que habremos visto en algún reportaje de la sabana en National Geographic y guardamos en el inconsciente. En un tiempo en que este país parecía haber descubierto la ruta socialista hacia la felicidad, el todo a cien, las chavalas como Penélope ya sabían que en esta vida, si has nacido en una familia media sin más, hay que currárselo mucho para alcanzar tus sueños.

La Penélope de la Odisea se conformó con hacer una calceta interminable a la espera de que llegara su héroe a casa. Penélope Cruz supo desde el primer momento que a Ulises hay que salir a encontrarlo en medio de la tormenta. Al final de los años ochenta, en las ciudades de España ya se veía a jovencitas como ella cargadas con estuches de cualquier instrumento musical en la espalda camino del conservatorio. Hay que imaginar a Penélope Cruz con el ceño obcecado dispuesta a machacarse lo que hiciera falta con tal de conseguir su propósito, consciente de que nadie le iba a regalar nada. Estudió ballet clásico, baile español y jazz mientras se presentaba a todos los casting posibles de películas y anuncios publicitarios. La doble explosión de esta chica, que era a la vez tímida y brava, se produjo en 1992. Bigas Luna la ofreció al público como una bomba carnal en Jamón, jamón; en cambio Fernando Trueba le dio el papel de adolescente ingenua en la película Belle époque, una comedia republicana aromática de sexo libre con lavanda.

Penélope Cruz, en la imaginación sentimental de los españoles, es ese raro ejemplar de gacela que ha saltado la alambrada y ha escapado del coto. Después de triunfar en una película de Almodóvar, que había ganado un Oscar, un día apareció aposentada en Hollywood. A partir de ahí al director manchego se le escapó de las manos. Almodóvar había sabido estrujarla extrayendo de su alma lo que podía tener de monja, de cocinera, de perdularia, de chica de barrio; Fernando Trueba volvió a convertirla en un icono nacional con La niña de tus ojos, pero la gacela, al saltarse la barda, pasó a ser una gran pieza, a cobrar por otros cazadores internacionales con mira telescópica desde Los Ángeles. Muchos aquí deseaban que la estrella se estrellara. Lo de siempre, la envidia y la cólera del español sentado, pero al final hubo que perdonarle el éxito al demostrar que había llegado a la cima de la escalada gracias solo a su talento y su empeño.

Pasado ya el segundo milenio, la fiesta económica desbaratada y los terrores escatológicos en nuestro país estaban compensados por el triunfo de unos deportistas que obligaban a izar la bandera española en todos los cajones, más allá del imperio de Manolo el del Bombo. Penélope era la hembra hispánica que se sumó por derecho propio a la fascinación de Rafa Nadal, de Pau Gasol, de Fernando Alonso. Debajo de cualquier deportista de élite hay un duro entrenamiento, una profesionalidad sin fisuras, un sacrificio heroico, porque cualquier triunfo se erige siempre sobre la ascética. Esa es la sensación que daba Penélope Cruz. Su extremada sensualidad estaba sometida a un ejercicio inmisericorde de voluntad. No era solo esa chica latina que en Hollywood ocupa la cuota para hacer de india o de mexicana; tampoco era esa morena exótica que enamora a galanes rubios anglosajones. Se emparejó con Tom Cruise, trabajó con los mejores actores de Hollywood, pero finalmente el glamour definitivo le llegó cuando fue consagrada por Woody Allen con un Oscar, el primero de una actriz española. Otra nominación, Globos de Oro, un premio Donatello, varios goyas, paneles publicitarios de veinte metros en Times Square de Nueva York, portadas en Vanity Fair, todos los dones que el mundo del espectáculo internacional te pueda dar estaban a su alcance.

Penélope Cruz, en la imaginación de los españoles metidos de lleno en el lodazal de la corrupción y de la crisis, es esa chica inalcanzable que puedes encontrar en cualquier supermercado; esa mezcla de proximidad y lejanía sigue siendo su marca, por un lado extremadamente erótica, capaz del sexo más tórrido y por otro recatada, vegetariana y natural.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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