Un antisistema del buen gusto
Dandi posmoderno, Jaume Vallcorba combatía la desoladora humanidad y fealdad del universo digital
Escuchar a Jaume Vallcorba detenía el tiempo. Sus palabras cincelaban las reflexiones con una precisión tan sutilmente brillante que materializaba a la perfección lo que Giorgio Agamben ha definido como la potencia del pensamiento. La última vez que tuve la oportunidad de estar con él volvió a demostrarlo. Fue hace cuatro meses, durante un homenaje que dispensamos en la Biblioteca Nacional a Martín de Riquer. Su intervención discurrió con el aliento y la espontaneidad elegante que le caracterizaban. Así, tuvimos la dicha de ser conducidos por un recorrido en el que Riquer se transfiguró en un caballero andante del conocimiento. Un Quijote que habitaba un tapiz medieval en el que se dibujaban imágenes del formalismo ruso, la heráldica catalana, la tipografía en plomo, Chrétien de Troyes, Apollinaire, Max Jacob, Josep Maria Junoy o el cubismo. Y todo ello sin concesiones al auditorio, pues, Jaume Vallcorba quiso demostrarnos con su visión de Riquer que la contemporaneidad era, antes que cualquier otra cosa, una invocación subterránea de la tradición. Una inmersión en la eternidad de un pensamiento que trasciende las fronteras y que sigue habitando esa república de las letras que para Petrarca era el alma de nuestra civilización europea.
Antisistema del buen gusto, Jaume Vallcorba era un dandi posmoderno que había puesto en marcha los Quaderns Crema y la editorial Acantilado como demostración de que la épica caballeresca y el amor cortés seguían siendo posibles en las postrimerías del siglo XX. Dos proyectos que no ocultaban su vocación desafiante de combatir la desoladora inhumanidad y fealdad del universo digital de nuestro tiempo empuñando el libro como arma y tálamo. En este sentido, su trabajo como editor edificó una utopía literaria y ensayística que ha sido capaz de combatir la normalización sistémica de una cultura que está en crisis desde hace décadas porque ha renunciado a ser cultura. Su hazaña ha sido excepcional porque decidió que si la belleza era lo único que podía salvar al mundo de la especialización cientificista y la superficialidad deshumanizada de nuestra cultura de masas, entonces, sólo cabía picar espuelas y practicar un humanismo editorial que ofreciera a quien quisiera salvarse del naufragio de nuestra civilización los resortes para recomponer ese asombro estético e intelectual que son la antesala de la única libertad posible: la de poder comprendernos a nosotros mismos gracias a ese silencio fértil y solitario que nos proporciona pasar las páginas de un buen libro. Con su muerte, la república de las letras ha perdido, quizá, uno de sus últimos parapetos.
]José María Lassalle es secretario de Estado de Cultura.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.